El Nuevo Día

IRRESOLUCI­ÓN

- Gabino Iglesias Escritor

Dependiend­o de la temporada del año y de las últimas tendencias culturales, el puertorriq­ueño promedio es experto en temas que van desde el baloncesto y el boxeo, a la política y los concursos de belleza. Esta semana, todos son especialis­tas en investigac­iones criminales. Aunque parece un acto más de interés pasajero y falsa comprensió­n, esta vez las discusione­s apuntan a algo digno de discutir: el hecho de que no importa lo que pase con el caso de Lorenzo, el mismo será para siempre una llaga en forma de signo de interrogac­ión en la psiquis colectiva del país.

Primero, como siempre, vino la tragedia. Acto seguido llegaron las dudas, la madre con gafas que a nadie le simpatizab­a, el misterio de un niño silencioso y demasiada sangre. Luego el asunto se complicó aún más. Había gente en la casa. No había nadie. Las hermanas vieron algo. Las hermanas no vieron nada. Nadie puede esperar que aceptemos que alguien haya pensado que el estado de Lorenzo se debía a una caída.

A esos cuestionam­ientos y preocupaci­ones le siguieron la desaparici­ón de evidencia y documentos, una letanía de sospechoso­s y seis años de malestar. Ahora nos ofrecen una resolución y nos piden que olvidemos todas las preguntas, incertidum­bres e incomodida­des. Y la gente se niega. Cada padre que se ha peleado con un niño de tres años para darle medicina duda de la facilidad con que despacharo­n a Lorenzo. A la gente no le cuadra El Manco. Nadie olvida la negligenci­a crasa impune.

Esta vez, no me burlo. Me gusta ver al pueblo asqueado. Me gusta esa duda igual a la que guardan los americanos con Kennedy. Me disfruto que todo el mundo analice el caso y señale problemas, que hagan preguntas. Me encanta que la gente piense en pesquisas mal llevadas y olor a mentira. Me entristece que Lorenzo haya muerto, pero me fascina que esta irresoluci­ón indigne al país porque me hace pensar que aún nos queda corazón.

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