Placer y poder
Entre ambos extremos –el placer y el poder- se mueve la más reciente novela de Mario Vargas Llosa
El placer y el poder, dos grandes estímulos de la actividad humana, son los polos que vertebran esta nueva novela de Mario Vargas Llosa. El aliciente que proveen ambos y el contraste entre la libertad que supone la búsqueda del primero y la constricción –el miedo- que acompaña el mal uso del segundo conforman la exploración que lleva a cabo el autor por medio de sendas anécdotas que se entrecruzan.
La acción se ambienta en una Lima mayormente sombría y deprimida, con bolsones de prosperidad, en tiempos del gobierno de Alberto Fujimori (rival de Vargas Llosa en las elecciones presidenciales del 1990). La figura siniestra del “Doctor” –que representa al no menos siniestro Vladimiro Montesinos, jefe del Servicio de Inteligencia Nacional- es central para la acción, al igual que lo es el barrio de Cinco Esquinas, que le da su título al libro, barrio del centro venido a menos, marcado por la pobreza y la delincuencia, pero también vital.
La intriga que acompaña a la vertiente de la acción que se refiere al poder gira en torno a un rico empresario, Quique Cárdenas, que se ve súbitamente amenazado por la posibilidad de un chantaje. La visita de un extraño personaje, Rolando Garro, director del libeloso semanario “Destapes”, lo confronta con las fotos comprometedoras de una orgía en la que había tomado parte. Puede acceder a los términos del chantajista o verse en las páginas de la revista. Las consecuencias de su decisión son terribles tanto para Cárdenas como para Garro, cuyo asesinato imprevisto levanta otra serie de sospechas y acusaciones hechas, de inicio, por la periodista estrella del semanario, Julieta Leguizamón, llamada también “La Retaquita” por su tamaño. Es un personaje fuera de serie tanto por sus características físicas –muy fea, tiene una mirada hipnótica- como por su carácter reconcentrado e indómito. Fiel, sobre todo, a Garro, su mentor y protector, se muestra capaz de desafiar a los más altos y siniestros poderes del país, concentrados en la figura ominosa del “Doctor”, quien amedrenta, aplasta e incluso elimina a sus enemigos, haciendo caso omiso de los derechos humanos.
Otro tipo de “derecho”, el de la exploración de diferentes vías del placer, configura el polo alterno de la novela. La esposa de Cárdenas, Marisa, inicia –casi por casualidad- una relación lesbiana con su mejor amiga, Chabela, casada con Luciano, abogado de Cárdenas y su mejor amigo, su guía por el pantanal en el que se encuentra metido por el chantaje. Los pasajes de los encuentros sexuales entre Marisa y Chabela –descritos explícitamente- alternan con los que se refieren a los problemas de sus maridos al enfrentar los intentos de extorsión.
La novela se abre a toda una gama de personajes marginales que la pueblan de vitalidad y describen el alcance del terror que se inserta en todos los aspectos de la vida ciudadana: Ceferino, el fotógrafo asustadizo cuyas imágenes provocan la crisis; Juan Peineta, declamador fracasado y payaso en un espectáculo de variedades, víctima también de la calumnia oficial, y sus amigos “la tuerta”, artista igualmente fracasada, y Willy Rodríguez, pequeño empresario.
Vargas Llosa lleva ambas historias a la par, alternando entre una y otra mediante la “acción paralela”, recurso de origen cinematográfico. Como en novelas anteriores, además, notablemente “La casa verde” y “Conversación en la catedral”, construye diálogos simultáneos que se llevan a cabo en diferentes lugares por diferentes personas y que se entrecortan continuamente. Tales diálogos marcan un clímax con su ritmo jadeante, que proyecta la urgencia de una resolución. Mientras las dos mujeres conversan en privado sobre lo que una percibe como una amenaza a sus amores, también lo hacen los dos maridos sobre otro tipo de amenaza, al igual que La Retaquita va cayendo en cuenta, al hablar con el “Doctor”, de lo que sucedió con Garro. Se revive también el momento de la orgía instigada por el misterioso personaje de Kosut, y Juan Peineta –ya muy desmemoriado- confronta a sus torturadores con la absoluta e irremediable integridad de un hombre enajenado.
Vargas Llosa, como quería hacer Rolando Guerra, saca a la luz un “mundo de sombras”, es decir, “...de adulterios, de homosexualismo, de lesbianismo, de sadomasoquismo, de animalismo y pedofilia, de corrupción y latrocinios que anidaba en los sótanos de la sociedad. El Perú entero podría satisfacer su curiosidad morbosa, su apetito chismográfico, ese placer inmenso que produce a los mediocres, la mayoría de la humanidad, saber que los famosos, los respetables, las celebridades, los decentes, están hechos también del mismo barro mugriento que los demás”.