El territorio de la palabra
La palabra es un territorio que puede ser tan iluminado como penumbroso, franco camino o accidentado sendero. En estos días cuando se celebra aquí el VII Congreso Internacional de la Lengua Española, la palabra ha sido paladeada con sabor y saber por el maestro Luis Rafael Sánchez salpicándola con su inigualable aderezo boricua. Hacía falta. El maestro Sánchez siempre abre caminos con su decir que le hace honor al apellido tan empobrecido hoy del puerto que nunca ha sido rico en bienes materiales pero jamás carente de talento y valor.
En la inauguración del Congreso, su brillante discurso magistral dijo lo que otros callaron y algunos mal dijeron. No es de extrañar, sin embargo, que el monarca español se refiriera a su “visita a Estados Unidos” y que el director del Instituto Cervantes mencionara que ésta fuera la primera vez que el evento no se celebraba en Hispanoamérica. ¿Esperábamos otra cosa de un jefe de Estado, con corona o sin ella, del antiguo imperio en reconocimiento a la soberanía del nuevo imperio cuyos subalternos coloniales lo reciben? ¿O es que pretendemos que el gobierno español espere pacientemente el dictamen del Tribunal de Boston como el aparato colonial puertorriqueño aguarda, lápiz en mano el dictado para copiar la verdad que lleva siglos pintada en la pared? Y esa verdad, ¿aguardamos a que la enuncien o denuncien los amos para acatarla?
El territorio de la palabra está minado de trampas verbales y disparates conceptuales que no debían sorprendernos cuando desde 1952 nuestra isla ostenta sin pudor alguno una desnudez vestida de mentiras. ¿Porque, qué otra cosa es la grandilocuente burundanga surrealista vacía de poesía: Estado Libre Asociado de Puerto Rico? Ni estado, ni libre, ni asociado, ni de Puerto Rico. El verdadero nombre, las justas palabras, dictadas por los amos, gústenos o no es el de territorio no incorporado. Así lo establece el Congreso de los Estados Unidos y así lo proclama el Departamento de Justicia, portavoz de la presidencia de ese país. En el territorio de la palabra pueden sembrarse exóticas semillas de extraños injertos pero un aguacate, aunque pera se le nombre, aguacate se queda. Los distinguidos visitantes pecaron de no dorarnos la píldora, pisaron territorio estadounidense y lo reconocieron como tal, nombraron la soga en casa del ahorcado y nuestros pies quedaron balanceándose en el aire de las palabras sujetos a las viejas y no tan nuevas brisas coloniales.
El territorio no incorporado es incorporado por las palabras de los dignatarios españoles dirigidas al país del norte, el que les venció en la Guerra Hispano-Americana-Cubana y que ahora pretenden reconquistar con la lengua al llamar al pan, pan y al vino, vino. Por supuesto que nos sabe amargo el vino y rancio el pan. Lo hemos tragado y masticado por siglos y todavía no nos acostumbramos. La alternativa está clara. Sembremos esta tierra todavía fértil, de palabras que no por arcaicas, dejan de aguardar su germinación generosa para fructificar en ella. Comencemos por las palabras voluntad y soberanía, una fruto de la otra, incorporémoslas a este territorio y entonces podemos nombrarnos nosotros mismos y hacer caso omiso de apellidos ajenos.
Gracias Maestro Sánchez, por una vez más, salvar el día e iluminar la noche. Sus palabras, tan celebratorias como dolidas, son testimonio galano de nuestra voluntad de pueblo en lengua soberana. El aplauso cerrado y la ovación de pie evidencian que nos reconocemos en su voz, que bailamos con sus palabras y por un mágico momento somos uno y muchos, más libres y sabios.