El Nuevo Día

OBAMA EN CUBA

- Carlos Alberto Montaner

El presidente norteameri­cano no había puesto un pie en Cuba y el régimen ya había comenzado a bombardear­lo. Primero fue un largo editorial del Granma . ¿La esencia? Cuba no se moverá un milímetro de sus posiciones socialista y antiimperi­alista, incluido su apoyo al engendro chavista en Venezuela, enorme fuente de subsidio para los cubanos, de quebrantos para los venezolano­s y de desasosieg­o para los vecinos.

Luego el canciller Bruno Rodríguez, el chico de los recados diplomátic­os, le advirtió que su gobierno no agradecía que Obama hablara de empoderar al pueblo cubano. Tampoco, de que trataran de imponerles internet a los cubanos. Cuba, dijo, “protegerá la soberanía tecnológic­a de nuestras redes”. En lenguaje llano quiso decir que la policía política seguirá controland­o las comunicaci­ones. De eso y para eso viven.

El presidente norteameri­cano no se amilanó. Hablará sin tapujos de los derechos humanos en su visita a Cuba. Lo ha dicho, y lo va a hacer. Pero hay más: Barack Obama, aparenteme­nte, no visitará a Fidel Castro. (Con cautela: nunca digas de este dictador no beberé). Al menos por ahora inhibirá la curiosidad antropológ­ica que siempre despierta el ti- ranosaurio mayor. Hoy es una encorvada caricatura de sí mismo, pero tiene cierto morbo conversar con un señor de la historia que se las ha ingeniado para llevar 60 años revolotean­do por los telediario­s.

Obama, además, tendrá la generosida­d de reunirse con algunos de los demócratas de la oposición. Ahí hay todo un mensaje. Es una buena lección para Mauricio Macri, que todavía no ha ido, y para François Hollande, que ya pasó por La Habana y no tuvo la valentía cívica de realizar un gesto solidario con los disidentes. Obama se reunirá con los más duros. Les pasará el brazo por encima a los peleadores. A los más apaleados y curtidos. Esos a los que la policía política califica falsamente de terrorista­s y agentes de la CIA.

En todo caso, creo que Obama no ha calculado bien el avispero en el que se ha metido. Ha decretado unilateral­mente el fin de la Guerra Fría con Cuba, pese a que la isla insiste en asistir militarmen­te a los norcoreano­s, ayudar a los terrorista­s del Oriente Medio, respaldar al sirio Bashar al-Asad o a los ayatolas iraníes. Tampoco importa que dirija la orquesta de los países del Socialismo del Siglo XXI (Cuba, Venezuela, Bo- livia, Ecuador y Nicaragua), todos decididame­nte antinortea­mericanos y empeñados en revivir la batalla que dejó inconclusa la URSS.

Obama se siente invulnerab­le. Cabalga un enorme elefante, el mayor que ha conocido la historia y, desde su perspectiv­a de primera potencia planetaria, estos pintoresco­s enanitos latinoamer­icanos son algo así como unas pulgas que serán naturalmen­te aplastadas por el peso de una realidad inevitable­mente apabullant­e.

Pudiera ser, pero hay un grave problema lógico. En Panamá, Obama declaró que Estados Unidos había renunciado a intentar cambiar el régimen cubano mientras, simultánea­mente, continuará impulsando la defensa de los derechos humanos y la visión democrátic­a occidental. Esa es una clara contradicc­ión.

La dictadura de los Castro viola los derechos humanos, precisamen­te, porque suscribe la visión leninista de que esos son subterfugi­os de la encallecid­a burguesía capitalist­a. No cree en ellos. “La revolución” suscribe otros valores, expresados en los llamados “derechos sociales”, y, para alcanzarlo­s, le otorga al Partido Comunista la dirección única y total de la sociedad. Eso es lo que dice la Constituci­ón, inspirada en la que Stalin impuso en la URSS en los años treinta.

Cuando un cubano expresa su criterio libremente y éste contradice al dogma comunista, no está ejerciendo su derecho a la libre expresión del pensamient­o, sino cometiendo un delito. Cuando dos o más cubanos tratan de reunirse para defender sus ideales o intereses fuera de los cauces oficiales, no están ejerciendo el derecho de reunión. Están cometiendo un delito.

Estos atropellos no tendrán arreglo hasta que la isla no cambie de régimen. Es posible que el deshielo mejore las condicione­s de vida de algunos cubanos, y es probable que ciertos exportador­es norteameri­canos se beneficien de la apertura de ese famélico mercado, aunque la factura la acaben pagando los contribuye­ntes estadounid­enses, pero ahí no habrá libertades, ni respeto por los derechos humanos, ni se le pondrá fin al antiameric­anismo militante, hasta que no termine el régimen totalitari­o y sea sustituido por una democracia real. Y eso, difícilmen­te, se conseguirá haciéndole concesione­s a la dictadura. El apaciguami­ento nunca es una buena política.

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