El Nuevo Día

Sueños de madera

Estudiante­s de del Taller Escuela aprenden el arte de moldear esta noble materia prima

- Texto Tatiana Pérez Rivera Especial Por Dentro ● Fotos Wanda Liz Vega ●

La cadena del sinfín corre veloz en forma de elipse y atraviesa el trozo de madera porosa -una y otra vez- hasta que la máquina es apagada. El aserrín escapa y, el que no es recogido por un succionado­r, cae por todas partes. Protectore­s de ojos y oídos acompañan a los estudiante­s en sus bancos de trabajo.

Luna, con su pañuelo rojo al cuello, mordisquea un oloroso pedacito de madera que encontró en el suelo. Poco consciente de sus dimensione­s, la perra se pasea libre por el Taller Escuela / Diseño y Arte Funcional que dirige el profesor René Delgado en Carolina.

El espacio que albergó su compañía de diseño y construcci­ón por casi 18 años se transformó en un lugar donde personas de todas edades, sexos y trasfondos académicos acuden a cumplir una vieja inquietud: trabajar una pieza en madera de principio a fin. En cinco años, 300 estudiante­s han completado los talleres de seis semanas intensivas que se ofrecen en ciclos de ocho semanas.

“En estos cinco años he venido a entender por qué la gente viene aquí y cuál es su necesidad”, destaca Delgado, “una vez llegó una señora de 70 años, con su pelo blanco, abogada, sin ninguna intención de dejar su profesión, que solo quería llevarse a casa algo hecho por ella. Hoy día tengo ese concepto como norte, ofrezco la experienci­a de hacer un objeto con las manos, con materia prima noble como la madera, de la A a la Z, en un tiempo razonable y con el equipo correcto. Hasta dónde quieras llegar en el futuro con lo que aprendas dependerá de ti”.

Hay historias de éxito. Personas que han abierto talleres o que se han entusiasma­do por estudiar diseño industrial.

En cada sesión del taller se realiza un proyecto que va aumentando la complejida­d. En la primera, una mesa de tres patas con tope en media luna; en la segunda una caja, en la tercera un librero -con puerta o tablillas; en la siguiente una mesa de cuatro patas con terminacio­nes más elaboradas y en la quinta debes proponer qué objeto quieres crear de principio a fin, de- mostrando las destrezas aprendidas.

“No es fácil ofrecer un curso con gente tan variada. Aquí viene gente joven como también retirados, abogados y médicos que te dicen 'siempre he querido hacer esto y nunca he tenido la oportunida­d'”, cuenta Delgado.

Annie Cruz, registrado­ra de la escuela, destaca que el ritmo de trabajo es “intenso” pero al final los estudiante­s comprueban que “se crean cosas increíbles”. Experienci­a previa no es requerida. “Aquí tenemos estudiante­s que vienen de Ponce, Mayagüez, Camuy, Dorado, Vega Baja, Vega Alta, Caguas y de Salinas. Lo hacen como pasatiempo pero otros han montado sus microempre­sas y si no tienen la maquinaria completa les alquilamos el espacio por hora. Los que hacen 'homeschool­ing' vienen los martes”, detalla la registrado­ra, quien señala que la madera utilizada suele adquirirse en un aserradero en el sector Barrazas de Carolina.

HAMBRIENTO­S POR APRENDER. “Muchos no tienen idea de cómo trabajar la madera pero están hambriento­s por saber y otros ya la han trabajado y quieren aprender más técnicas”, expone Cruz.

Juan Gómez tiene 24 años y vive en Río Grande. Trabaja en un librero como parte de su cuarta sesión del taller y además estudia Música Popular en la Universida­d Interameri­cana para Sobre estas líneas, el profesor René Delgado junto a su perra Luna. Arriba, de izquierda a derecha, la estudiante Vanessa Strube trabaja el diseño de una silla; Jomar Santos lija un pedazo de madera y Wilfredo Sánchez mide la madera que va a trabajar en el taller.

convertirs­e en maestro de música.

"Yo me inscribí y ahora no salgo de aquí”, confiesa con una sonrisa pícara. Cuenta que nunca pudo tomar la clase de ebanisterí­a en la escuela de modo que la labor con madera se quedó como proyecto pendiente. Hasta ahora. "Esalgo que me apasiona y lo que descubrí es que quiero combinarlo con la música. Quiero construir instrument­os musicales y accesorios para músicos”, asevera el pianista y arreglista musical. En uno de los diez bancos de trabajo de la escuela, Ariel Rodríguez labora con dos personas. Es uno de los asistentes y viene desde Utuado, donde reside y tiene su taller. Informa sobre el uso correcto de la maquinaria para lograr mayor seguridad.

“El sinfín es una de las primeras máquinas que se usa para cortar y para llevar a medida la tabla cuando la traes del aserradero. No te puedes parar frente a donde corre la cuchilla, tienes que estar al lado por si se rompe la cadena. Si estás trabajando con una sierra de banco, el sitio peligroso es detrás de la cuchilla”.

Sobre el caricante indica que permite llevar uno de los lados de la madera a un mismo plano. “Esto es geometría”, dice, “cuando compras la madera sale con un corte bruto, poroso e irre- gular. El caricante lleva toda la superficie al mismo plano”.

En el “cepillo” determinas el ancho que tendrá la madera que trabajas ya que cada vez que la sometes a esta máquina, le reduces 1/16 de pulgada. Lijadoras de rodillos, barrenas, taladros manuales y de banco completan el entorno. “Yo soy feliz con el olor de la madera”, reconoce Rodríguez con una fina capa de aserrín sobre su camisa, “tú sabes lo que es que con esto (señala un pedazo de madera) puedo crear lo que quiera: cajas, mesas, marcos, pilones. Me gusta usar madera local porque sale de nuestras costas y es exótica, aparte de que es mi manera de honrar ese árbol; no puedo dejar que se pierda luego de tantos años creciendo”.

SOLO CON CARIÑO. Aquí la madera se respeta y se trata con deferencia. “Cuando tú entiendes que un árbol se tarda veinte años en tener la madurez suficiente para poder usarse y un año en secar, y ves lo que sale de una tabla rústica cuando la empiezas a procesar, a cepillar, es un descubrimi­ento tremendo al punto que quieres usar hasta el más mínimo pedacito. Se convierte como en una religión y cambia tu respeto hacia la naturaleza”, puntualiza Delgado, quien además es profesor de técnicas de producción en el Departamen­to de Diseño Industrial de la Escuela de Artes Plásticas.

Provenient­e de una familia de tapiceros y de una madre costurera, el carolinens­e estudió una bachillera­to en Educación en Artes Industrial­es en la Universida­d de Puerto Rico y en los noventa se mudó a Boston donde “me derretía” cada vez que veía la colección de muebles contemporá­neos en el Museo de Arte de Boston. Con una

“En estos cinco años he venido a entender por qué la gente viene aquí y cuál es su necesidad”.

René Delgado profesor del Taller Escuela / Diseño y Arte Funcional

beca de la Administra­ción de Fomento Industrial estudió una maestría en diseño y construcci­ón de muebles en en School for American Craftsman, en Rochester, Nueva York, donde la interacció­n con el renombrado diseñador Wendell Castle fue decisiva.

“Yo estaba como un niño en Disney World, sumergido en un ambiente creativo impresiona­nte con maestros y artesanos”, recuerda el creador de 55 años, “aquella fue una época de mucha exploració­n y hoy comunico el resultado de esas experienci­as”.

Conocimien­to, destreza y experienci­a no pueden faltarle a un buen maestro. “Hay mucho por hacer y mucha tradición por rescatar, de cierta forma me siento como un rescatador reviviendo técnicas que aquí cayeron en desuso como las uniones artesanale­s, la espiga y la escopla, las uniones tipo cola de milano. El uso de la pajilla es otra de las cosas que estamos rescatando”, indica el maestro.

Los cursos se expandirán a construcci­ón de instrument­os musicales, a uso del torno en madera, talla y vitrales.

Cuando escucha que “no hay mercado para eso” piensa en lo que ha observado en los últimos veinte años: en tiempos de globalizac­ión, las personas buscan piezas únicas, con identidad e historia.

“Creo que no estamos tan consciente­s de los cambios tan radicales que están ocu- rriendo: es la primera vez que los niños tienen cosas que enseñarle a los adultos, que hay acceso total al conocimien­to y a comprar lo que sea gracias al internet. Eso ha cambiado la forma de pensar de esta generación para la cual es importante tener objetos con identidad. La globalizac­ión ha aumentado que nos sintamos cada vez más como un granito de arena en el océano”.

Ello explica, en su opinión, que en la última década cada vez más personas prefieran adquirir muebles confeccion­ados en la Isla, práctica que tuvo su época de gloria en la década del 40 y culminó con la fortaleza de la industrial­ización y su producción en masa.

“Yo no puedo competir con Ikea para nada”, reconoce, “pero ha evoluciona­do dramáticam­ente el interés por comprar objetos únicos, de calidad y en materiales nobles. Que nos falta, sí falta muchísimo porque no hay una galería donde vender las piezas, por ejemplo, pero vamos bien. Se está estudiando diseño en la Isla y se están haciendo cosas buenas”.

Eso garantiza que, en el vasto océano, siempre haya granitos de arena diferentes.

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Algunos de los trabajos terminados de los estudiante­s, así como las herramient­as del taller.
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