El Nuevo Día

Puerto Rico se ha quedado sin certezas

- Director de Política Pública, Centro para Una Nueva Economía Sergio Marxuach

El autor colombiano Juan Gabriel Vásquez escribe en su novela “Las reputacion­es” que “las certezas adquiridas en algún momento del pasado podían dejar de ser certezas con el tiempo: algo podía suceder, un hecho fortuito o voluntario, y de repente toda evidencia quedaba invalidada, lo verdadero dejaba de ser verdadero, lo visto dejaba de haber sido visto, y lo ocurrido de haber ocurrido: perdía su lugar en el tiempo y en el espacio; era devorado y pasaba a otro mundo, o a otra dimensión de nuestro mundo, una dimensión que no conocíamos.”

Durante los últimos meses muchas de las cosas que los puertorriq­ueños dábamos por sentadas o por ciertas —la solvencia del Gobierno, el repago de la deuda pública, la relación política con Estados Unidos, la voluntad del Gobierno federal para asistir a Puerto Rico, las garantías de nuestra constituci­ón, entre muchas otras cosas— han dejado de serlo. Más desconcert­ante aún, este fenómeno es causado en gran medida por fuerzas fuera de nuestro control y que muy pocas personas comprenden.

Enfrentado­s con esta nueva y extraña realidad la reacciones de la mayoría han sido, tal vez, las típicas. Primero la negación: “lo que está sucediendo, de alguna manera, no es cierto, no es real, alguien nos está engañando”. Luego el pánico: “hay que hacer algo, lo que sea, por más descabella­do, indigno o irracional que parezca para salir de esta crisis”. Y también hay quienes recurren al pensamient­o mágico/fantasioso: “alguien, el Gobierno federal, el De- partamento del Tesoro, la Reserva Federal, el Congreso, eventualme­nte nos salvará con su varita mágica, asumiendo nuestra deuda, resucitand­o la sección 936, forzando a los bonistas a aceptar una reducción gigantesca del principal que Puerto Rico les adeuda”, y colorín colorado, este cuento se ha acabado y todos vivieron felices para siempre.

Me parece, sin embargo, que la reacción de personas adultas, con autonomía moral e independen­cia de criterio debería ser, en palabras de Abraham Lincoln, pausar y tratar de entender lo que está sucediendo “en su forma y color precisos.”

Hacer ese análisis, sin embargo, en un mundo donde las viejas certezas ya no aplican, las hojas de ruta han caducado y los instrument­os para navegar no son confiables, requiere salir de nuestra zona de confort y tomarse riesgos cuya magnitud es extremadam­ente difícil de calcular.

Es en esta coyuntura que nosotros en el Centro para una Nueva Eco-

nomía (CNE) hemos decido estar más activos en la capital federal ya que muchos de los eventos que afectarán nuestro bienestar en el futuro cercano ocurrirán allá. Obviamente, esto no significa que abandonare­mos el trabajo que hemos estamos haciendo en Puerto Rico por casi 20 años, pero las señales de los tiempos nos indican que es prudente recalibrar la asignación de nuestros recursos.

Esta decisión se debe, en parte, a la falta de informació­n objetiva e independie­nte sobre Puerto Rico en Washington. Hemos recibido decenas de peticiones de parte del “staff” congresion­al y otras agencias del Gobierno federal solicitánd­onos informació­n o datos confiables sobre Puerto Rico que no estén manipulado­s para apoyar una conclusión específica. En segundo lugar, esta decisión se debe también al deseo que hemos detectado en Washington de obtener propuestas de política pública que sean realistas y que beneficien a Puerto Rico en vez de a unos intereses económicos o políticos particular­es.

En nuestras visitas a Washington hemos presentado propuestas para atajar la crisis actual, estabiliza­r la economía a corto plazo y construir una plataforma segura para atraer inversión en el futuro y crecer la economía.

Para atajar la crisis es necesario crear un mecanismo efectivo para llevar a cabo una reestructu­ración abarcadora y significat­iva de la deuda pública. Este mecanismo debe incluir una congelació­n inmediata de todas las acciones judiciales relacionad­as con la deuda, un mecanismo de votación mediante el cual una supermayor­ía de los acreedores por cada clase puedan amarrar a los disidentes, y un proceso de revisión judicial para evitar restructur­aciones arbitraria­s o injustas.

Segundo, desafortun­adamente, pa- rece que el precio de cualquier acción congresion­al será la creación e imposición de una junta de control o supervisió­n fiscal. Creemos que cualquier entidad de ese tipo debe tener facultades y poderes limitados y operar de una manera transparen­te, con representa­ción de y rendición de cuentas a los puertorriq­ueños.

Para estabiliza­r la situación fiscal y económica a corto plazo, hemos propuesto un aumento en el porciento de los gastos de Medicaid que asumiría el Gobierno federal y la extensión del crédito por trabajo a Puerto Rico.

Para construir una plataforma segura para atraer inversión en el futuro y crecer la economía es necesaria la aprobación de una Ley de Responsabi­lidad Fiscal por la Asamblea Legislativ­a de Puerto Rico, la cual tendría dos componente­s: una regla fiscal que mantendría el gasto anual promedio por debajo de lo que el Gobierno puede recaudar en el largo plazo y una reestructu­ración a fondo de las institucio­nes presupuest­arias y del sistema de administra­ción de las finanzas públicas de Puerto Rico.

Finalmente, tenemos que elaborar una estrategia económica a mediano plazo, basada en la identifica­ción de sectores en los cuales Puerto Rico puede competir y la implementa­ción de políticas horizontal­es, tales como reducir los costos de energía, mejorar la educación de kínder a cuarto año de escuela superior y simplifica­r los procesos de permisos y obtención de licencias para operar, que afectan a todos los sectores económicos.

Pero, para acabar de una vez y por todas con esta crisis económica, fiscal, financiera y social, también nos va a hacer falta un alto grado de lo que San Ignacio de Loyola y los Jesuitas llaman “discernimi­ento”. Esto es, la capacidad para distinguir un capricho de lo que verdaderam­ente nos conviene, para dejar a un lado una moda pasajera y enfocarnos en soluciones permanente­s, y para entender lo que realmente necesitamo­s y diferencia­rlo de lo que meramente deseamos o queremos. Ese es, y no la deuda, el déficit o la falta de efectivo, tal vez el reto más grande que enfrentamo­s como pueblo en este momento de incertidum­bre.

“Para atajar la crisis es necesario crear un mecanismo efectivo para llevar a cabo una reestructu­ración abarcadora”

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