El ocaso de la clase política
No es por accidente que, en estos días, la mayoría de la gente en la calle prefiere que los EE.UU. nos imponga la humillante y abusiva Junta de Control Fiscal que propone el Senado federal, a que continúe el proceso administrativo electoral que se inició en 1952. Parece absurdo, pero es cierto.
El proceso de desconfianza generalizada en la clase política boricua que comenzó a agudizarse en la década de 1990 ha llegado al límite. Esos gobernantes de turno que, siempre con apellido de partido político, han traicionado la confianza de nuestro pueblo, malversando el resultado del esfuerzo de tres generaciones de gente trabajadora, han logrado generar una crisis de legitimidad.
Ya nadie se cree que los candidatos que presentan los partidos políticos aspiran y llegan a puestos administrativos electos para representar los intereses del pueblo. Todo el mundo sabe que tanto azules como rojos han llevado el País a la bancarrota, mientras los bolsillos de sus colegas de partido, los de los inversionistas políticos, sus amigos del alma y los suyos propios se han beneficiado, y la historia no perdona. Llegó el momento de saldar cuentas.
Mientras afrontamos la manifiesta desconfianza popular (utilizando el buen sentido de la palabra) en quienes han asumido la administración pública del País (o debo decir de sus intereses), el contexto que sirvió para congelar en el tiempo nuestro status político se desvanece, minando, a su vez, los salvavidas a los que en el pasado recurrió nuestra clase política para superar crisis tras crisis. En momentos en que el discurso demagógico en torno a la condición soberana del Estado Libre Asociado al fin se evapora, nadie (en su sano juicio claro está) duda ya de la condición colonial de la Isla.
Todas las instancias del gobierno de los EE.UU. están hablando al unísono. Los ciudadanos del territorio no son iguales ni lo pueden ser. Ni el ejecutivo en la voz del Departamento del Tesoro o el Secretario de Justicia, ni el Tribunal Supremo, ni el Congreso han dado ningún indicio de querer ayudarnos o asumir un mínimo de responsabilidad por la debacle económica de Puerto Rico.
Además, si al buen entendedor pocas palabras bastan, se hacen incomprensibles, tanto las miradas sumisas como las esperanzas cuasi religiosas que buscan la redención de un Tío Sam que torpedea constantemente nuestros esfuerzos desesperados por evitar la catástrofe con mensajes de desprecio. Ni el derecho a ampararnos en leyes de quiebra ni otros recursos que hagan posible la reestructuración de la inmensa deuda ha sido contemplado por Washington. Tampoco les interesa que nuestros jóvenes tengan acceso a la equidad educativa o que nuestros viejos puedan accesar los derechos que pagaron durante toda una vida en servicios públicos de salud.
Por otro lado, la Junta de Control Fiscal, como está redactada, deja claro que el único interés es satisfacer las inversiones de los bonistas buitres y que no hay vergüenza alguna por reestablecer el ordenamiento colonial del a Ley Foraker o admitir la mentira descolonizadora ante las Naciones Unidas, que se justifica ahora sólo en el marco de una guerra fría caribeña que al fin se disipa.
Estos sucesos en nuestro contexto jurídico político y económico confrontan a nuestra clase política con la única salida de mirar al futuro sin esperanza de ayuda externa. Pero, como dije anteriormente, dicha clase política no está en condiciones de hacerlo por cuenta propia porque no cuenta con la pisca de confianza necesaria. No le basta con dejar el tribalismo o ponerse de acuerdo. El pueblo no les confía ni juntos ni separados y cuando han estado juntos, tácitamente sólo han propiciado el status quo que hoy nos ahoga.
Nuestra clase política tiene que rasgarse las vestiduras y reinventarse fuera del interés partidista. Nuestra clase política tiene que madurar y asumir su ocaso para valorar la democracia que traicionaron para recuperar la confianza de la gente y con ella, plantearse un proyecto de País en el que líderes y seguidores vuelvan a estar de la mano. Mientras tanto, me temo que en los próximos comicios electorales nuestro pueblo mirará en otra dirección para votar por otros intereses, fuera de líneas partidistas.