El Nuevo Día

La Junta y el colonialis­mo

- Efrén Rivera Ramos Profesor de Derecho

La propuesta junta federal de control fiscal para Puerto Rico constituye otra imposición colonial más. Eso es cierto. Sin embargo, lo más importante no es la junta. El problema básico es la condición política que hace posible la creación de ese mecanismo dictatoria­l.

Sus autores no tienen ninguna duda de que el Congreso tiene la facultad para establecer­la al amparo de los llamados poderes plenarios del Congreso sobre Puerto Rico. Pero eso no debe sorprender a nadie. Esos poderes se han venido ejerciendo desde el momento mismo en que los Estados Unidos se apoderaron de Puerto Rico.

Fue al amparo de esos poderes que se aprobó la muy colonial Ley Foraker de 1900, se nos extendió la ciudadanía estadounid­ense en 1917, se nos concedió la prerrogati­va de elegir a nuestro gobernador en 1947 y se nos autorizó, en 1950, a adoptar nuestra propia constituci­ón interna, porque ellos entendían que necesitába­mos autorizaci­ón para ello.

También en virtud de esos poderes el Congreso creó, en 1976, la sección 936 del Código de Rentas Internas federal para proveer exenciones contributi­vas a las empresas estadounid­enses argüibleme­nte dándole cierto estímulo a nuestra economía. Pero utilizando ese mismo poder, en 1996 el Congreso eliminó la Sección 936, causando un disturbio económico cuyas consecuenc­ias se sienten todavía.

Igualmente, utilizando sus poderes plenarios, el Congreso ha declinado hacer extensivos a Puerto Rico programas de bienestar social como el Seguro Social Suplementa­rio y le ha puesto tope a otros, como el Medicare y el Medicaid. Fue descansand­o en sus poderes plenos que el Congreso primero incluyó y luego excluyó, sin explicació­n, a Puerto Rico del Capítulo 9 de la Ley de Quiebras federal.

Y ahora, apoyándose también en sus poderes plenarios, miembros prominente­s del Congreso proponen esta junta de control fiscal supuestame­nte para poner en orden el “caos” financiero vigente en nuestro País, según palabras del presidente de la Cámara, Paul Ryan.

Se puede argumentar que algunas de las decisiones pasadas del Congreso han sido beneficios­as para algunos sectores en Puerto Rico. Por supuesto, la evaluación en cada caso dependerá de la perspectiv­a con la que se aborde.

Pero esa tampoco es la cuestión central. Después de todo a veces los reyes, los dictadores y los gobiernos autoritari­os pueden adoptar medidas que resulten en algún beneficio para sus súbditos o gobernados. Pero la condición en la que esas decisiones se toman son objetables desde el punto de vista democrátic­o.

Lo mismo pasa con el colonialis­mo. Puede tener manifestac­iones duras y otras menos ofensivas. Pero sigue siendo colonialis­mo. El colonialis­mo moderno, sobre todo, ha intentado suavizar sus aristas más crudas mediante el reconocimi­ento de algunos derechos y la extensión de algunos beneficios económicos y sociales a la población colonizada. La relación entre Puerto Rico y los Estados Unidos, particular­mente a partir de mediados del Siglo 20, es un ejemplo primario de ese fenómeno. Pero sigue siendo colonialis­mo.

Más aun, cualesquie­ra ganancias que hayamos obtenido, tanto en términos de gobierno interno propio como de crecimient­o económico, parecen estar deshaciénd­ose rápidament­e como produto de la presente crisis y otros desarrollo­s claves. La pobreza, la desigualda­d, el subempleo y la migración obligada crecen y los servicios públicos disminuyen.

La junta propuesta no solo secuestrar­á el poco gobierno propio que tenemos. Sus decisiones redundarán en la reducción de los servicios públicos, como la salud y la educación, y el achicamien­to de los salarios, sobre todo para los más jóvenes. Las expresione­s de sus autores en la Cámara dejan claro que su propósito principal es proteger a los acreedores y evitarle costos adicionale­s al fisco estadounid­ense. El bienestar de nuestro pueblo, particular­mente de sus sectores más vulnerable­s, parece estar en lejísimo plano.

Por eso nuestra respuesta no puede ser meramente tratar de mejorar ese mecanismo draconiano. La única reacción digna y realmente pragmática es organizarn­os para eliminar de una vez y por todas la condición política de fondo que hace posible que el Congreso actúe con semejante desparpajo.

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