Los niños y las palabras
Tienen 13, 14 o 15 años y llegan solos al aeropuerto internacional de Boston desde Vietnam, Puerto Rico, Haití o la República Dominicana, o cruzan las fronteras con coyotes, desde El Salvador, Guatemala o México.
Ellos sueñan con jugar pelota pero los primeros strikes no son marcados por un árbitro sino por la maestra. “You are talking out of turn, that is a strike”. La maestra hispana traduce. Los niños no saben inglés pero sí entienden que el papelito azul que se les entrega significa un “lunch detention”.
La maestra hispana hace una lectura inmediata: los niños que dibujan palabras no conocen su lengua materna. A los 15 años tienen un nivel promedio de tercer grado en lectura, si es que pueden leer. Vivían con la abuela o la hermana, e iban a la escuela un día a la semana. Muchos necesitan un programa de alfabetización temprana. Se supone que aprendan a desenvolverse académicamente en inglés, cuando apenas pueden pasar por la letra su experiencia en español. La maestra les pide que dibujen su frustración.
Los niños que dibujan palabras no faltan a la escuela. Se quedan a diario para completar tareas porque la mamá les prometió unos Jordan, si llevan buenas calificaciones. “Si me dan un ‘lunch detention’ me compran unos Reebok, yo quiero unos Nike. No llame a mami, Miss”. Ellos trabajan para tener un celular, hablar en WhatsApp y subir videos en Snapchat. Estos niños no se ven niños porque han trabajado y sufrido como adultos pero se sonrojan cuando ven “las postalitas” o stickers con mensajes positivos sobre sus trabajos.
La palabra no es suficiente para retratar su experiencia, no les hace justicia. Hablan con las manos, esconden sus rostros en cuellos de tortuga y dicen que la maestra habla “como bonito”. Escuchan atentos al altavoz y preguntan: “¿Qué dijeron, Miss?” “¿Ya llegó el bus?” “La maestra es bacana”. “¿Usted tiene hijos, Miss?”.
La Miss sonríe y vuelve al escritorio. Las letras adquieren nuevas formas; hoy parecen copos de nieve, ayer parecían olas.