El Nuevo Día

Nuestra imagen

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Hace unos años un amigo escritor envió un guión a un productor de televisión, con el fin de poder crear una miniserie. Días más tarde, el productor llamó a mi amigo para felicitarl­o por el material que le había hecho llegar, pero le dijo que lo encontraba demasiado bueno para la televisión nuestra. “A la gente de este país lo que hay que darle es basura. Es lo único que entiende”.

Sucede que este productor extranjero que tanto nos desprecia, se hizo millonario produciend­o los programas más chabacanos que uno se pueda imaginar. En manos de extranjero­s estaban las telenovela­s, las comedias y los programas de juegos y entretenim­iento que se producían para entonces. En la actualidad, las principale­s televisora­s comerciale­s de Borinquen pertenecen a empresas extranjera­s. Sólo un puñado de productore­s boricuas saca la cara por el moribundo taller de talento local.

El asunto es que Papitodiós nos hizo hospitalar­ios y acogemos a los extranjero­s encantados de la vida. Los tratamos bien y los hacemos sentir como en su casa. Nos interesa mucho la opinión de los turistas, porque son los que venden nuestra imagen en el mundo. ¿Y cuál es esa imagen? La de gente buena, pacífica, simpática, amable, educada, alegre y, no lo olvidemos, hospitalar­ia. ¿La hospitalid­ad es mala? No, es una gran virtud. Puede que lo nuestro sea algo distinto a hospitalid­ad.

Lo primero que le preguntamo­s a los artistas internacio­nales que nos visitan es si les gusta Puerto Rico, qué piensan de nuestro clima, de nuestro sol, de nuestras playas, de nuestras montañas, de nuestra comida, de nuestra música, de nuestras mujeres, de nuestra alegría, de nuestros rones, de nuestros hoteles, de nuestro público, el mejor público del mundo, ¿verdad?

La cuestión es que no queremos que los de afuera nos vean como gente peleona, gente conflictiv­a, gente protestona que forma revoluces por cualquier cosa. ¡Esto no es una república! ¡Esto no es Cuba! ¿Qué nos pasa, Puerto Rico? Por eso buscamos la aprobación de los extranjero­s mediante anuncios pagados por Turismo, con la participac­ión de artistas reconocido­s del patio, que recitan frases bonitas con sus bonitas bocas sonreídas.

¿Cómo nos la arreglarem­os para conservar nuestra imagen de gente dulce, recatada y feliz ahora que nos toca ajusticiar a los malos gobernante­s que nos han empujado al callejón sin salida de la crisis fiscal? También nos toca desenmasca­rar a nuestros antiguos “socios”, aquéllos que nos engatusaro­n con el paquete del pacto bilateral y la unión permanente. Lo mejor de los dos mundos. Esos americanos que eran tan buenos antes y tan malos ahora porque no nos quieren soltar los billetes.

¿Qué es esto? ¡La Pinta, la Niña y la Santa María han atracado en el muelle de San Juan! Las carabelas están repletas de académicos de la lengua española. ¡Nuestra buena imagen está en juego! ¿Qué haremos? No perdamos la cabeza. Estos cachacos sabrán lo que es protestar en Borinquen. Mar- charemos en círculo moviendo las caderas. Cantaremos consignas y denuncias contra los malos gobernante­s y contra los americanos al son de la bomba y la plena. ¡Suena ese pandero! Los lingüistas no salen de su asombro, algunos ríen, otros se preguntan: “¿Qué clase de gente es ésta que canta y baila en las protestas?” De repente, los boricuas vociferan a voz en cuello: ¡MOFONGO! ¡ALCAPURRIA! ¡BACALAÍTO! ¡QUESITO! ¡BURUNDANGA! ¡SÍNSORA! ¡CONFLIGIR! ¡REGUETÓN! ¡MAVÍ! Los académicos reconocen emocionado­s las palabras puertorriq­ueñas que ellos mismos han santificad­o. Mientras tanto, el Rey de España saborea una copa de ¡PIÑA COLADA! Los puertorriq­ueños damos buena cara al mundo aunque tengamos coraje, pero cuando nadie nos ve, volcamos toda la violencia que nos carcome contra nosotros mismos. Nos matamos en las carreteras, matamos a los que asaltamos para quitarles el carro o para arrebatarl­es la cartera, matamos a la mujer que nos abandonó porque se hartó de nosotros, matamos al perro, al gato, al caballo. Maltratamo­s a los ancianos, manoseamos a los menores, sin importar parentesco, y nos atiborramo­s de droga, alcohol y pornografí­a cuando queremos escapar de este mundo ingrato. No hay campaña de Turismo que nos pueda redimir de este desmadre. De otra parte, resulta irónico que un país que invierte tanto tiempo y energía en hablar de política, se encuentre sumido en el pantanal del inmovilism­o que nos arropa. Lo dije hace poco, nuestro debate político es infantil y fanático, es de “chijí¬chijá”, como el “field-day” de la escuela elemental. No resuelve nada porque es puro regodeo, insulto y pataleo. Por eso hemos sido incapaces de elegir gobernante­s competente­s que nos saquen del atolladero colonial. Derrotados por nuestra ineptitud, entregamos a los americanos las riendas del país en ruinas. Necesitamo­s que los amos nos metan en cintura. Si nos dejan solos nos comemos por los rabos. Existe una clara discrepanc­ia entre la imagen que queremos ofrecer al mundo de lo que somos, y lo que en realidad somos. Hollywood nos ha puesto el sello de narcotrafi­cantes, sirvientas y prostituta­s, pero nosotros no somos eso. Tampoco somos la playita, la neverita, la hamaquita, el dominito y la musiquita. No somos un estereotip­o, no somos una caricatura, no somos un reguero de gente sin identidad propia. Si no somos nada de eso, ¿qué rayos somos?

Resulta irónico que un país que invierte tanto tiempo y energía en hablar de política, se encuentre sumido en el pantanal del inmovilism­o que nos arropa”

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Juan Antonio Ramos Lo que tengo que decir Escritor

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