El Nuevo Día

“Creo en la sencillez. Jesús nunca habló de cosas extraordin­arias, sino en un idioma que todos entendían”

Entregó su vida a Jesús y acogió a la Universida­d del Sagrado Corazón como su misión, obra que continúa desde la Junta de Síndicos, con un énfasis en ayudar a estudiante­s de escasos recursos

- Marga Parés Arroyo Mpares@elnuevodia.com Twitter: @MargaPares_END

Confesa amante del chocolate, el vino y los mariscos, así como enamorada de Jesús hasta el tuétano. Traviesa de pequeña y enamoradiz­a en su juventud, a los 17 supo que quería dedicar su vida a Dios. Pero en su vida y camino religioso ha roto estereotip­os. Lejos de vivir en un convento, su hogar está ubicado frente a la playa, ese mar que le da tanta serenidad y la ayuda a meditar. Tampoco acostumbra vestir el típico hábito que caracteriz­a a las monjas. Y cuando tiene que decir algo, lo hace con toda franqueza, sin tapujos. Esa es

Socorro Juliá Fernández, quien el 4 de mayo cumplirá 85 años. “Usted es para mí la manifestac­ión de Dios”, le dijo en una ocasión un estudiante mientras la abrazaba y lloraba. Esos gestos son los que llenan a Socorro, quien prefiere que la llamen simplement­e por su nombre de pila. Su nombre es sinónimo de la Universida­d del Sagrado Corazón (USC), donde ha dedicado gran parte de su misión y su vida, institució­n que defendió con vehemencia cuando en la década de 1970 la pretendían vender. Fue decana de desarrollo y ahora es parte de la Junta de Síndicos y defensora del Fondo de Estudiante­s Excepciona­les de la universida­d, proyecto que estableció en 1994 para estudiante­s de escasos recursos. Ayudar a la juventud, los pobres y los necesitado­s ha sido y continúa siendo su norte. “Me paro en las luces a hablar con los deambulant­es. Bajo la ventana (del auto) y les hablo, les digo que Papa Dios los quiere, que van a ir al cielo”, dijo la mujer que en horas del día maneja su propio vehículo. De caminar lento, cabellos cortos, mirada transparen­te y risa contagiosa, Socorro asegura que tuvo una infancia feliz, de la cual guarda muchos recuerdos. Entre una y otra anécdota, recuerda a sus padres y admite lo mucho que los extraña. Asegura que tendrán un rol importante en la autobiogra­fía que escribe a petición del expresiden­te de la USC, José Jaime Rivera. En el libro también estarán los múltiples viajes que ha hecho. Su adorada Cuba, donde estudió su noviciado, además de Roma, donde alcanzó los votos perpetuos y donde trabajó en el equipo de finanzas del Vaticano durante seis años y medio tras estudiar contabilid­ad. Francia, Suiza, Alemania, Estados Unidos, Canadá, Colombia y México han sido algunos destinos que ha visitado, además de su entrañable España, la cual frecuenta para visitar a su familia en Asturias y Navarra. Ahora, sin embargo, lleva una vida más sosegada. “Me gusta la soledad, la contemplac­ión. No tener nada que hacer. No necesito trabajar para ser feliz. La tranquilid­ad me encanta”, sostuvo. De su cuello cuelga un crucifijo que atesora. “Un solo corazón y una alma sola en el corazón de Jesús. Corazón de Jesús y corazón de María”, lee mientras lo muestra sin poder disimular el gran cariño que le tiene a ese que ha servido, especialme­nte desde los 17 años, cuando tomó la decisión de dedicarle su vida a Jesús, particular­mente dándose y ayudando al prójimo. “Creo que estamos hechos para servir”, afirma contundent­e. “Soy una mujer feliz”, asegura.

¿Quién es Socorro?

Soy como soy y soy lo que hizo mi madre ( Luisa

Fernández Castrillón) y mi padre ( José Rafael Juliá Rodríguez) de mí. Mi temperamen­to es feliz y tengo un carácter por el cual doy gracias a Dios todos los días. Siempre veo el vaso medio lleno. No importa lo que digan o empujen, veo el lado bueno. Cuando me señalan un defecto me pregunto qué tiene de razón y busco el punto donde fallé. Eso me ha ayudado mucho en la vida. Mi madre tenía sangre asturiana y era una mujer fuerte y sincera. Me llamó Socorro porque a los 28 años perdió a un hijo y le pidió al Sagrado Corazón que si tenía una hija se llamaría Socorro y si tenía un hijo se llamaría José Alfonso, patrono de los Redentores. No me gusta el nombre, pero he aprendido que el nombre tiene un significad­o. Y parece que lo tengo escrito aquí (señala su frente) porque cuando alguien necesita ayuda me buscan.

¿De dónde es usted? ¿Dónde creció?

Nací en el Puerto Rico Sanatorium, en la Parada 23 (Santurce). Mis papás vivían en Miramar, en la calle St. Just. Éramos una familia (los vecinos) en esa calle. Ya no queda nada de mi infancia, ni el hospital, ni mi casa. (Ahora) todo (eso) son solares.

¿Cómo fue su niñez? ¿Qué recuerdos tiene de ella? ¿Era traviesa?

Corría bicicleta, me tiraba almendrazo­s (con sus amigos). No jugaba con muñecas, me gustaba jugar pelota, correr patines, bicicleta. Fui bien traviesa. Era terrible en el colegio y en casa. La primera (travesura) fue a los cuatro años, que escupí una lechuga. Y salió la mano negra de mi mamá porque no se podía desperdici­ar comida. Y ahora el problema es rebajar. Pero aprendí. Ahora no dejo nada en el plato, ni por cortesía. Los dos, mi mamá y mi papá, me marcaron mucho. Mamá era sumamente generosa. Un día, durante la Segunda Guerra Mundial, vino un peón que limpiaba el jardín. Se llamaba Macabí. Le pidió a mami si le quedaba una libra de manteca y ella se la dio. Él se fue feliz y a los cinco minutos llamaron del mercado, que había llegado otra libra de manteca. Ella me dijo, “tú ves, mijita, que cuando das, Dios no te falta”. Ella les ponía agua, por la mañana, a los de la basura. Esa es mi escuela y he sido buena discípula. Si no, (el espíritu de) mi mamá me iba a halar los pies por la noche (ríe).

¿Y su juventud? ¿Alguna vez se enamoró? ¿Qué pasó?

Oh sí, me enamoré. Eso es buenísimo (sonríe). Un día estaba en el cine con un muchacho en esa antesala (de enamoramie­nto). Yo sabía que él estaba enamorado de mí y yo de él, pero sentía en el cine que el Señor me decía: “Eso no es lo tuyo”. Y creo que no me lo inventé. Cuando (el Señor) me llamó le dije que no quería ser monja. Era bien enamorá, pero sentía que el Señor me llamaba. Lo sentía (hablándome) y me hacía la sorda. Y aquí estoy, después de 67 años, cada día más enamorada de Jesús. Mi vida es el Señor Jesús y esta universida­d (del Sagrado Corazón) es mi misión.

¿Tiene comunicaci­ón con amistades de su infancia?

Con (el que era) mi vecino del frente. Lo adoro. Jugaba al escondite con él. Jamás me faltó el respeto. Y de mis compañeras de clase, con las que estuve desde primer grado, que éramos cinco (amigas). Una ya murió.

¿Cuándo supo que quería dedicarle su vida a Dios? ¿Cómo fue ese llamado?

Nunca le dije nada a mami porque era una especie de contradicc­ión. Ella decía que quería que al menos una de sus hijas fuera religiosa y yo le decía: “Pues reza para que me case con un hombre católico”. En mi primer año de “college” fui muy feliz. Salí del yugo de mi mamá al de las madres (religiosas). Era interna. Fui presidenta de la clase. Hice lo que me dio la gana. No estudié un divino. Éramos 36, las Fresas. Fuimos terribles. En segundo (año) hice mi retiro. Después hablé con la superiora, Isabel Pons, y le dije que tenía vocación. Resulta que todos sabían que yo tenía vocación. Hice mi noviciado en 1949, en Santiago de Cuba.

¿Qué dijo su familia y amistades cuando supieron que quería ser religiosa? ¿Cómo fue?

Tenía 18 años y mi papá tenía que darme el permiso (para salir del País e ingresar en el noviciado). Me dijo: “Nunca pude hacer lo que quise y no quiero que ninguna hija mía pase lo mismo”. (Guarda silencio unos minutos). Creo que la más que se parecía a él era yo. Con su firma pude sacar el pasaporte e irme. Mi mamá llenó una alcancía. Todos los años iba a verme (a Cuba). A la toga de hábito fueron todos. Eso fue el 21 de enero de 1950. En el 1952 fueron los primeros votos. En el 56 me dieron la obediencia para Ponce. Esos primeros votos eran perpetuos, pero condiciona­dos. Los últimos (votos) perpetuos fueron en Roma, en 1957.

Si tuviera la oportunida­d, ¿qué estudiaría, a qué se dedicaría?

A Jesús, quiero estudiarlo y seguir estudiándo­lo. Es inagotable. He aprendido mucho con la vida. Tengo un doctorado de la vida. Me ha enseñado a vivir.

¿Tiene algún placer en la vida?

Me gusta todo lo que tenga alcohol, menos lo dulce (ríe). (Me gusta) el vino. El martini es el mejor tranquiliz­ante, me dijo una vez un siquiatra. Todo con mesura. Ahora, no soy alcohólica, ni lo fue mi papá. Me gusta (beber) para celebrar. El día de las elecciones me tomo un martini, con pan y jamón serrano. A beber el cáliz (ríe).

¿Está a dieta? ¿Qué le gusta comer?

Soy adicta al chocolate. Me encanta el marisco.

¿Cuales son sus debilidade­s? ¿Usted nunca peca?

Peco todos los días. Ahora, la hipocresía es un

LA GRAN ENTREVISTA SOCORRO JULIÁ FERNÁNDEZ

pecado y no me gusta. Él (Jesús) me reta todos los días a ser buena. Él actúa a través de mí. No soy una santa, sino una pecadora igual que tú. (Las religiosas) no somos santas solo por llevar un hábito. Sister Isolina sí (que es santa), porque se dio a los demás, a los pobres. Ella era Jesús. El Señor vino a buscar a los pecadores, los PPP como yo digo, los pobres, pequeños y pecadores.

¿Qué música le gusta escuchar? ¿Y la baila?

Tengo dos pies izquierdos. Ahora, me relajo con (la serie televisiva) “Celia”. Me siento (a verla) y me la gozo, primero porque adoro Cuba. Me relaja. Me relaja también escuchar el mar. Tengo (música de) Paloma San Basilio, María Martha Serra Lima, Rafael Hernández.

¿Guarda algún secreto?

Lo que la gente me confía. Tengo muchas historias que me confían. Esas me las guardo. Lo demás, el misterio, lo detesto. Mira, di las cosas como son. Hay que ser transparen­te.

¿Añora o extraña algo?

De vieja he tenido que soltar la rapidez. Antes hacía 26 cartas en cuatro idiomas en un día. Ahora hago una (al día) y con dificultad. Mirando los acentos, borrando el (tipo) “bold”… Soy perfeccion­ista. También añoro la vida más sencilla, el idioma. Creo en la sencillez. Jesús nunca habló de cosas extraordin­arias. Jesús habló en un idioma que todos entendían. Creo que el idioma del corazón todos lo entienden. La vida es más sencilla de lo que uno piensa.

¿Cuál es su recuerdo más hermoso?

Mi vieja me marcó. Murió en el 2001. Está dentro de mí de una manera increíble. Guardo de ella todos los refranes prácticos, como “el movimiento se muestra andando” y “primero cae un mentiroso que un cojo”. Cogí bastante fuete (ríe).

Usted ha recibido varios reconocimi­entos por sus aportacion­es a la educación y a la vida religiosa, ¿cuál es la más significat­iva?

La Medalla de (Luis) Muñoz (Marín) fue significat­iva, igual que la de Doña Fela (Medalla Felisa Rincón al Servicio Público). Acepto todo porque no tengo ningún mérito. Digo, yo soy el tubo, tú (Jesús) pasas por ahí. Él se sirve de ti. Eso es lo que los cristianos no entendemos.

¿Cuál ha sido la mayor lección de su vida? ¿De quién la recibió?

La lección más grande la aprendí de mi madre: la generosida­d, el amor al prójimo, dar sin pedir nada a cambio.

Usted siempre ha apostado a la juventud, ¿cree que hay esperanza en la juventud?

Creo mucho en la juventud. Me duele tanto maltrato, un mundo tan duro, niños golpeados, maltratado­s. Los admiro y quiero. Los co- lumbarios es mi lugar de reunión con ellos.

Hablemos de la Universida­d de Sagrado Corazón. ¿Qué cambios ha visto en ella, cuál le gustaría que fuera su rumbo?

Cada presidente ha hecho lo que Sagrado necesita. Son tiempos nuevos, vamos a ver. No me preocupa (el rumbo). Si veo algo, lo digo en la Junta de Síndicos. Ahora, para mí, el centro es el estudiante. El carisma del educador no es negociable. La base nuestra (en la Universida­d del Sagrado Corazón) es educar personas en conciencia moral, dispuestos a estudiar bajo la autenticid­ad cristiana. Mi gran lucha es para que el dinero no haga la diferencia entre la salud y la enfermedad, la educación y la ignorancia. Y que por falta de dinero un estudiante talentoso deje de venir a Sagrado o se tenga que ir. Cuéntenos de la visita del papa Juan Pablo II a Puerto Rico, especialme­nte de su visita a Sagrado. Hubo hasta que entregar una lista de las religiosas que vivían aquí con sus números de seguro social. Lo saludé. Fue emocionant­e. Era el mes antes de las elecciones (de ese año) y la visita nos trajo paz.

Hablemos de la Iglesia católica, ¿qué piensa sobre los casos de abuso sexual, sacerdotes vinculados a ellos y denuncias de falta de transparen­cia y de acción a nivel de la cúpula? ¿Es el papa Francisco un símbolo de esperanza?

Tengo esperanza en Francisco. Al obispo que se construyó la casa de un millón de dólares lo botó. Llegó a romper esquemas. Francisco no vive en el Vaticano. Ya lo hubieran matado. Francisco para mí es como Jesucristo vivo entre nosotros. El camino que ha abierto no creo que se cierre.

¿Qué propondría para modernizar la Iglesia y mantener su feligresía dentro de los cambios que han ocurrido en la sociedad? Algunos sugieren que se elimine el celibato.

No tengo que recomendar nada. Creo que el Espíritu Santo está en la Iglesia. Los seis años que estuve en Roma me dieron fe en Jesucristo. La gente se olvida que el Vaticano no es la Iglesia, es un estado político.

Y a usted, ¿qué le falta por hacer? Dicen que sembrar un árbol y escribir un libro y usted está escribiend­o su autobiogra­fía.

No sé. Estoy pendiente de lo que el Señor me dice. No le tengo miedo a la muerte. Hace poco creía que estaba deprimida y fui al sicólogo. Después de hablar conmigo (el sicólogo), me dijo: “Usted está lista para morir”. Bueno, voy a ver la cara de Jesús, al que le he servido toda la vida. El sicólogo me dijo que tenía que ir soltando y relajándom­e. Y eso hago. Quiero soltarlo todo. No quisiera morirme dejando un desorden y sin acabar (de escribir) la autobiogra­fía.

En estos momentos de crisis, ¿qué aspira para su patria? ¿Cuál entiende que es la clave para construir un mejor Puerto Rico?

Educación. Puerto Rico necesita fortalecer la educación. Sagrado es la única universida­d (en Puerto Rico) con un proyecto educativo específico basado en la persona. Hay que trabajar juntos, hombres y mujeres.

 ??  ??
 ??  ?? Socorro Juliá Fernández cumple 84 años el 4 de mayo y continúa muy activa, entre su misión en la Universida­d del Sagrado Corazón y su obra de ayudar al prójimo.
Socorro Juliá Fernández cumple 84 años el 4 de mayo y continúa muy activa, entre su misión en la Universida­d del Sagrado Corazón y su obra de ayudar al prójimo.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico