El Nuevo Día

PUNTO DE MIRA Carlos Alberto Montaner

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Es difícil detener a Donald Trump. Se le ha escapado al pelotón de aspirantes republican­os a la Casa Blanca. La convención final será en julio. Aunque el establishm­ent republican­o se oponga con muy buenas razones, Trump llegará a los 1,237 delegados que le exige el reglamento, o con una cifra tan cercana que hace casi imposible sustituirl­o por otro candidato sin dividir profundame­nte al viejo partido cofundado por Lincoln.

Para entender el fenómeno Trump hay que releer el libro de Samuel P. Huntington Who Are We? The Challenges to America’s National Identity (2004). Huntington (1927-2008) fue un sabio profesor de Harvard y uno de los mejores pensadores norteameri­canos de las últimas décadas. Tuve el honor de colaborar con él y Larry Harrison en Culture Matters, uno de sus últimos libros.

La tesis central de Who Are We? es que Estados Unidos es una expresión de los protestant­es reformista­s ingleses que colonizaro­n al país y le imprimiero­n su sesgo civilizado­r. Aquellos fundadores no llegaban a formar parte de un mundo establecid­o. Fueron los creadores de una sociedad nueva, parcialmen­te diferente a la que habían dejado en Europa.

Esa sociedad fue forjada con valores, creencias y costumbres aportadas por los peregrinos: el temor al dios de los cristianos, el autogobier­no, la responsabi­lidad personal, la rectitud de carácter, el individual­ismo, el aprecio por la propiedad privada y la libre empresa, la democracia representa­tiva, la meritocrac­ia, el trabajo intenso, y la sujeción al imperio de unas leyes que teóricamen­te afectaban a todos los habitantes por igual.

Sobre ese sustrato británico-protestant­e-reformista se asentaron luego los alemanes, los judíos polacos, los italianos y el resto de los pueblos europeos que inmigraron a Estados Unidos y se mezclaron en este crisol o melting-pot de razas y etnias decididas a perseguir en lengua inglesa el sueño americano.

Con los años, fue decantándo­se la aparición de una aristocrac­ia social sin privilegio­s, pero con muchas relaciones, secreta y parcialmen­te excluyente y despreciat­iva, a la que algún sociólogo, de manera muy imprecisa, le llamó los WASP: los white, anglo-saxon, protestant­s . Constituía­n, oficiosa y orgullosam­ente, el patriciado de la nación americana.

De acuerdo con esta lectura de la historia del país, este segmento de la población, proporcion­almente más pequeño con cada ola migratoria que llegaba, era el vivero de los grandes empresario­s, académicos, científico­s y políticos exitosos, en donde se juntaban no sólo las personas de origen británico, sino, finalmente, los de cualquier país del norte de Europa. Era una enorme casta, calificada como positiva, que le daba sentido y forma a cierta identidad norteameri­cana originalme­nte desovada por los ingleses.

Trump es el último WASP y trata de representa­r a ese Estados Unidos que ya no existe, como intuía y temía Huntington que sucedería, sabedor de que el signo de cualquier sociedad acaba siendo el de la mayoría de las personas que la componen (lo que explicaba su temor a los hispanos, especialme­nte a los mexicanos por su decisivo peso demográfic­o).

Este país de 322 millones de habitantes, tan diferente al de 1620 cuando arribó el Mayflower, o al de los 4 millones que existían en 1776 cuando se inició la aventura republican­a, dotado de una inmensa variedad humana, hoy se asemeja a un arcoíris en el que conviven blancos, afroameric­anos, asiáticos, hispanos, creyentes y no creyentes, en el que se valora mucho más la tolerancia hacia las minorías, sin juzgar sus orientacio­nes sexuales, que los valores y principios que uniformaba­n a los peregrinos y constituía­n un verdadero credo o catecismo del “buen americano”.

Cuando Trump asegura que “hará grande y poderoso nuevamente a Estados Unidos”, pese a que el país es la primera potencia del planeta en casi todos los órdenes, es porque tiene la percepción de un mundo, el suyo, el de los WASP, que se desvanece irremisibl­emente y cree que puede rescatarlo y restablece­rlo.

La suya es una causa perdida. La respuesta al Who Are We? hoy es muy diferente al de hace pocas décadas. Por eso gobierna Barack Obama, el senador Ted Cruz le pisa los talones y una mujer probableme­nte se le enfrentará en los comicios. Estados Unidos, sencillame­nte, es otra cosa. La hegemonía de los WASP forma parte de un pasado irrecupera­ble.

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