El Nuevo Día

La Junta debe ser de progreso, no de castigo

Toda persona tiene derecho a que se respete su dignidad y eso es precisamen­te lo que el Congreso de los Estados Unidos le está negando al pueblo de Puerto Rico al no proveerle los mecanismos que le permitan encaminar la solución a la crisis fiscal y el de

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El Congreso no ha permitido que Puerto Rico recurra a los instrument­os de ayuda disponible­s para los estados en precarieda­d fiscal y, debido a la condición de territorio, la Isla tampoco tiene acceso a los remedios con los que cuentan los países soberanos. Los estados tienen acceso al Capítulo 9 de la Ley de Quiebras federal y una nación soberana en crisis puede recurrir a institucio­nes internacio­nales, como el Fondo Monetario Internacio­nal, en busca de avenidas de auxilio.

Carente del marco legal y de la autonomía para salir de la crisis, Puerto Rico se encuentra en el limbo, atrapado contra la pared del inmovilism­o y la indiferenc­ia de los legislador­es estadounid­enses. Lo más que el Congreso de mayoría republican­a ha propuesto es una Junta de Supervisió­n Fiscal que no toma en cuenta los mejores intereses del pueblo puertorriq­ueño.

La cruda realidad es que, debido a la sequía de las arcas locales y la desatenció­n congresion­al, nuestra Isla está expuesta al caos económico y social.

El impago en el que el Gobierno local incurre hoy es evidencia clara de que Puerto Rico perdió el control y está hundido en su descalabro fiscal y que, además de los impagos que se avecinan, se acelerará el incumplimi­ento con los servicios esenciales. El pueblo está viviendo los efectos de las arcas vacías en renglones tan sensitivos como la salud y la educación.

Ante este panorama desolador, lo que nuestro País necesita es una Junta que, con la participac­ión efectiva de miembros locales, provea las condicione­s para reestructu­rar la deuda pública y los incentivos que generen actividad económica. La Junta no tendrá éxito en su misión de estabiliza­r a Puerto Rico si sus funciones se limitan a la reestructu­ración fiscal y al balance del presupuest­o. Reducir su agenda a estas tareas, lejos de ayudar a la Isla, la Junta lo que haría es castigar al pueblo puertorriq­ueño.

Como sucedió con la intervenci­ón del Estado de Nueva York en la crisis de la Ciudad de Nueva York, el plan de reestructu­ración de las obligacion­es necesitará de una disposició­n que permita que, con el 50% de los acreedores dispuestos a llegar a acuerdos, el restante 50% deberá acatar esas decisiones. Esa disposició­n daría a la Junta la fortaleza que necesita para alcanzar soluciones concretas al problema de la deuda con la participac­ión de todas las partes.

Debilitado por el egoísmo electoral, tanto local como federal, Puerto Rico necesita la intervenci­ón de una Junta que incluya a figuras con la preparació­n y experienci­a que las capaciten para representa­r los intereses puertorriq­ueños.

La Junta, a la vez que ejerce una supervisió­n rigurosa, tiene que autorizar verdaderos alivios a corto y a largo plazo, e impedir que las acciones en los tribunales como consecuenc­ia del impago minen nuestra capacidad de rehabilita­ción. Es responsabi­lidad del Congreso proveer los mecanismos para impulsar la economía de la Isla hacia sólidas metas de sostenibil­idad y autosufici­encia.

Mientras, una disposició­n que debe eliminarse del proyecto de ley que está pendiente de acción en el Congreso es el relativo a las tierras de Vieques, las que son expuestas a la especulaci­ón en lugar de ser protegidas en estado de conservaci­ón.

Es hora de que el Congreso deje de tratar a Puerto Rico como una jurisdicci­ón habitada por ciudadanos de segunda clase, y de que asuma su responsabi­lidad moral y legal con los puertorriq­ueños dando paso a una legislació­n que atienda con seriedad y justicia su apremiante situación fiscal.

La acción rápida y acertada del Congreso es una obligación legal y humanitari­a.

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