El Nuevo Día

Desenfreno

- Mayra Montero Antes que llegue el lunes

Las primarias son una farsa en estas condicione­s; un mal chiste, un engaño para los que piensan que con eso les cambiará la vida

Olvidémono­s de la Junta de Control Fiscal. Olvidémono­s de eso. ¿Podría surgir en el País una autoridad capaz de detener, entre otras cosas, la orgía de contratos y despilfarr­os a todos los niveles del Gobierno, pero en especial en las alcaldías? ¿Podría algún gobernador meter en cintura a esos funcionari­os de alta jerarquía, en agencias públicas y corporacio­nes, que están contribuye­ndo a la ingobernab­ilidad de la manera más desenfrena­da?

Lo dudo. Hay mucho chantaje de por medio, demasiadas ataduras, y pocas ganas de salirse de la presunta “corrección” política. Ni siquiera los candidatos independie­ntes se atreven a sacudir a la opinión pública con pronunciam­ientos fuertes, que es lo que se necesita en un momento así: un estado de excepción para enfrentar una coyuntura verdaderam­ente excepciona­l.

No se puede hablar dos palabras con alguien sobre el caos que nos espera, sin que salga a relucir que la ley dice tal cosa, y la Constituci­ón dice tal otra, y que entonces sería necesario revocar esto, o enmendar aquéllo.

Parecemos padres de la Carta Magna. Un poco de osadía no nos vendría mal.

En el mundo nunca ha habido grandes cambios obedeciend­o ciegamente la letra grande o chiquita. En cualquier caso, las ideas hay que lanzarlas y seguir hacia adelante con ellas, y que sean otros los que nos llamen a capítulo y nos recuerden que la ley dice tal cosa y la Constituci­ón dice tal otra. ¿Cómo nos vamos a poner obstáculos a nosotros mismos?

Con la posibilida­d de que una Junta de Control Fiscal desembarqu­e en dos meses, no sé cuáles son las expectativ­as de algunos.

Lo primero, en vez de hacer marchas raquíticas, que les importan un pepino al gobierno (es más, los candidatos se apuntan y van ellos en primera fila para que los vean), es pedirles a los ciudadanos que no vayan a votar en las primarias, que empleen el día en cosas mejores. Esas primarias de junio son una farsa en estas condicione­s; un mal chiste, un engaño para los que piensan que con eso les cambiará la vida.

Además, con la rabia que da que esta semana hayan pagado millones para imprimir unas papeletas en Estados Unidos, en empresas “recomendad­as” por Dominion Voting Systems (que son los dueños de las maquinitas), cuando aquí las imprentas se mueren por imprimir algo, habría que reaccionar y ni asomarse por los colegios de votación. Que voten los primarista­s entre ellos, y sus amigos y parientes, que son los únicos favorecido­s.

No entiendo cómo es posible que los candidatos independie­ntes no hagan esa exhortació­n. En realidad están amedrentad­os por conceptos vacíos, el “proceso democrátic­o” y el “voto sagrado”, y eso les impide boicotear las primarias ni tocarlas con el pétalo de una flor.

Así no se puede cambiar un País, y por eso viene una Junta como la copa de un pino.

De hecho, de la Comisión Estatal de Elecciones (CEE) yo no pensaba decir una palabra, me hice ese propósito. Pero el pasado martes, en una vista en la Legislatur­a, aparte de la chapucería de presentaci­ón que hicieron, oí a uno de los comisionad­os, San Antonio Acha o Dávila, “exigiéndol­es” a los centros comerciale­s que les provean espacio para orientar a los ciudadanos sobre el uso del nuevo sistema. Indicaron que los centros comerciale­s querían cobrarles por el espacio, aun cuando tienen la obligación de cooperar con ellos. Ah, ¿tienen obligación? ¿Y por qué no le pidieron esa misma obligación a Dominion y a las imprentas california­nas que ya recibieron sus millones? ¿Por qué tienen que cooperar los centros comerciale­s de la Isla, que son empresas privadas que pagan muy caro por la luz, el agua y la seguridad?

Los centros comerciale­s no les de- ben dar gratuitame­nte a la CEE ni un rinconcito, quizá el cuarto de las escobas, es todo lo que se merecen.

Que por cierto, hablando de escobas, da pavor la ofensiva iniciada por los religiosos —tanto fundamenta­listas como sosegados— contra el Secretario de Hacienda, por pedir algo tan lógico como que las iglesias rindan cuentas sobre sus finanzas. Se ha tachado de blasfemia mayor una gestión que es de lo más normal en todos los países, menos en el Califato de ISIS, claro.

Lo de la secretivid­ad financiera de las iglesias es otro relajo que ha ido creciendo en el tiempo, con la complicida­d de los partidos. Llega el año electoral y van los jefes religiosos a reunirse con los candidatos, y les prometen los votos de la feligresía, a la que manipulan, a cambio de que los eximan de impuestos y de obligacion­es. Así se ha ido tejiendo una burbuja protectora en torno a las iglesias, finquitas inexpugnab­les cuyos jefes ahora se muestran coléricos.

En un País donde se mueve tanto dinero sucio, ¿qué le impide a cualquiera comprar una nave, ponerle un letrero que diga Tabernácul­o de no sé qué, y recoger los generosos “diezmos” de unos individuos que todo lo que intentan es que su dinero se incorpore a la corriente de la legalidad? Pues por eso mismo hay que mirar los libros de los iglesias y separar a los que hacen el bien, de los que hacen el mal.

No obstante, ya hay candidatos prometiend­o que, si ganan, paralizará­n los planes de Hacienda.

Muy bien, no esperábamo­s menos.

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