El príncipe y las palabras
Un príncipe vive encerrado en una torre, pero no se llama Segismundo, sino Vermudo y el temor de su padre no es que se cumpla una profecía sino que los temidos “trevíes” invadan el reino y lo maten. Esos trevíes son seres con tres ojos, monstruosos y agresivos. Nadie, sin embargo, los ha visto.
El príncipe, de doce años, lee y relee tres libros que lo acompañan en su encierro. De ellos deriva todo el conocimiento que tiene del mundo y la historia. Por eso resulta trágico que, en un momento dado, desaparezcan los colores y la manera de nombrarlos y –peor aún- que se escapen las letras y las palabras de los libros, dejándolos en blanco.
Cuando, gracias a un golpe de suerte, el príncipe logra escapar, se dirige al imponente monasterio de San Antonio, del cual la leyenda –y uno de sus libros- dice que fue sede de perversiones incontables, por lo cual ocurrió allí una gran matanza que finalmente cobró la vida del héroe Venceslás, cuyo libro atesora el muchacho.
El ermitaño que lo enseñó a leer le revela al príncipe la verdadera historia del monasterio y las dimensiones de la tragedia que allí ocurrió. También le muestra su vasta biblioteca. Al conocer la clave oculta de lo sucedido, el muchacho aprende algo fundamental sobre sí mismo a la vez que recupera las palabras y se propone salvar las codificadas en los libros.
Lo que sucede luego puede ser liberador... o trágico, según sea la perspectiva del lector. El libro es una alegoría imaginativa sobre el conocimiento; funciona también como una fantasía que se asemeja un poco –por sus personajes extraños y sus referencias medievales- a la de Harry Potter . Hay transformaciones continuas, cambios frecuentes de foco, escenarios alucinantes, una riqueza de alusiones y –debajo de todo lo demás- un misterio. El libro, sin duda, captará la atención tanto de adultos como de jóvenes lectores.
La novela resultó premiada en el certamen del Barco de Vapor, auspiciado por Ediciones SM. (CDH)