El Nuevo Día

Everest: imponente y lleno de paz

Este es un lugar retante, pero apacible, en el cual puedes pensar en detalles importante­s que tiendes a ignorar en tu vida diaria.

- Por Karin Laub Associated Press

legamos al campamento desde el que parten las excursione­s de los iniciados a la cima del Everest una tarde soleada y fresca, tras una caminata de ocho días que nos hizo llegar al límite de nuestra capacidad física y mental.

El dolor de las rodillas por los descensos empinados y de la cabeza por la altura, casi desapareci­eron al ver las carpas amarillas y anaranjada­s con los imponentes picos nevados del Himalaya de fondo.

Permanecim­os una hora en un pico desde el cual se divisó el campamento, levantado cerca de la cascada de hielo de Khumbu. Nos sacamos fotos con decenas de montañista­s aficionado­s de todo el mundo y nos encaminamo­s al alojamient­o más cercano, a unas tres horas.

Nos sentimos orgullosos. Llegamos a una altura de 17,598 pies. Eso es 1,800 pies más alto que el Mont Blanc, el pico más alto de los Alpes.

COMIENZA EL RECORRIDO

El recorrido comenzó a principios de abril, en el Hotel Shanker, un antiguo palacio real del siglo XIX en la capital de Nepal, Katmandú. Cada uno recibió una bolsa resistente al agua, una bolsa de dormir y un abrigo de plumas.

Algunos de estos trekkers ya vinieron a Nepal el año pasado, pero fueron recibidos por un terremoto que mató a 9,000 personas y destruyó cientos de miles de viviendas y monumentos históricos el 25 de abril.

El terremoto paralizó por un tiempo las visitas al Everest, pero la actividad ya se reanudó, aunque está un 40 % por debajo de la norma, según Narayan Regmi, empleado de nuestra agencia de viajes, Himalayan Glacier.

Quienes no pudieron intentar el ascenso el año pasado están de vuelta. La mayoría son cuarentone­s y cincuenton­es.

En Katmandú tomamos un avión que en 40 minutos nos deja en Lukla, pequeño aeropuerto que tiene una de las pistas de aterrizaje más peligrosas del mundo, con una montaña en un extremo y un precipicio en el otro.

AGONÍAS Y ALEGRÍAS

El mayor riesgo es la altura. Una subida apresurada a una zona con menos oxígeno puede provocar vómitos y dolores de cabeza. Nuestro jefe de guías nepalí, Tulsi Bhatta, nos insistió: “Avancen despacio y tomen mucha agua”.

A los pocos días, el guía comienza a medir los niveles de oxígeno, haciendo que colocáramo­s un dedo en un aparatito, y si veía que estábamos bajos de oxígeno nos ofrecía un diurético para aliviar los síntomas.

El panorama es realmente espectacul­ar e incluye vistas del Everest, la montaña más alta del mundo, de 29,035 pies, y de Ama Dablam, un pico nevado flanqueado por crestas largas que hacen que parezca un gigantesco fantasma que eleva sus brazos. Atravesamo­s desfilader­os y cruzamos ríos de agua blanca usando puentes colgantes adornados con coloridas banderas con oraciones budistas.

LA RECOMPENSA

La recompensa luego de 12 días de caminata se hace evidente hacia el final del recorrido.

Me sentía más fuerte y segura. Ya tenía un ritmo para las caminatas y avancé con firmeza, ayudada por palos de trekking en los descensos, y no me quedé sin aire.

Las vistas y los sonidos compensan los sacrificio­s.

Abundan los molinillos de oraciones. Monjes con batas marrones entonan cánticos religiosos en el monasterio budista más grande de la zona. Un ave de rapiña sobrevuela el cañón.

Caminamos en silencio, enfila de a uno. No suenan los iPhones aquí y no hay distraccio­nes. Puedes pensar en cosas importante­s que tiendes a ignorar en tu vida diaria.

En los mejores momentos, se siente una enorme paz. Para informació­n sobre este destino, consulta a tu agente de viajes.

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Arriba, entrada al monasterio budista localizado en el pequeño pueblo Tengboche, con una elevación de 12,664 pies. A la izquierda, de camino al Campo Base, desde donde se observa el pico Pumo Ri. Abajo, a la izquierda, el grupo se detuvo en el pueblo...
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