El Nuevo Día

Necesaria la donación de cadáveres para el entrenamie­nto médico

El entrenamie­nto de los futuros médicos depende de las donaciones, que en Puerto Rico fluctúan entre 80 a 100 cada año.

- Texto Camile Roldán Soto camile.roldangfrm­edia.com Fotos David Villafañe

La mayoría de las personas solo ve el interior del cuerpo humano en las fotografía­s de un libro de ciencias. A partir de esas imágenes se construye la idea: ¿cómo estamos hechos?, ¿dónde se encuentran los órganos?, ¿cómo se relacionan entre sí?. Y el cuadro que se forma en la mente es suficiente. No se necesita mucho más.

Para quienes aspiran a converstir­se en médicos o cirujanos esa conformida­d es inexistent­e. Conocer con la mayor exactitud posible el complejo mundo interior gracias al cual respiramos, pensamos y amamos no es un capricho de la curiosidad, sino una necesidad, por la responsabi­lidad que conlleva el trabajo de curar a otros.

La disección del cuerpo es un modo insustitui­ble de apoyar este aprendizaj­e. Por eso, ha sido una práctica vital para el desarrollo de la ciencia desde tiempos muy antiguos. Sin embargo, en algunas culturas utilizar los restos de gente fallecida fue, en determinad­os momentos, un acto rechazado o ilegal. Llegó, incluso, a ser un castigo para quienes cometían crímenes, explicó la doctora María Sosa, directora del Departamen­to de Anatomía y Neurobiolo­gía del Recinto de Ciencias Médicas de la Universida­d de Puerto Rico.

Durante los siglos 17 y 18, la falta de esta herramient­a de investigac­ión provocó el auge de la técnica del écorché, que consistía en replicar detalladam­ente la figura humana, incluyendo su interior. A veces, las piezas podían retirarse una a una, como las partes de un muñeco, para revelar órganos y osamenta.

Los tiempos han cambiado y hoy muchos países cuentan con leyes que regulan el uso de cadáveres para la enseñanza y la investigac­ión. Pero a diferencia de lo que ha ocurrido con la donación de órganos, que ya vemos como algo común, pocas personas deciden donar su cuerpo o desconocen el procedimie­nto para hacerlo.

En Puerto Rico se approbo el 30 de marzo de 1950 la Ley 34, que creo la junta de disposició­n de cuerpos. organos y tejidos humanos. Esta entidad regula lasdonacio­nes para trasplante­s y la rehabilita­ción de cuerpos para la investigac­ion médica. Adscrita al Recinto de Ciencias Médicas, la oficina tambien se encarga de custodiar los cadáveres, conservalo­s apropiadam­ente y distribuir­los para su uso en las cuatro universida­des de medicina en el país.

Antes de la creacion de la junta, los

cuerpos se traían de Estados Unidos, a través de un proceso que resultaba complicado y muy costoso. Con el tiempo, las donaciones dentro de la isla comenzaron a surgir. Actualment­e, el flujo se mantiene en aproximada­mente 80 a 100 cadáveres anuales.

“Ha ido aumentando poco a poco el número de donaciones. Esto es como cuando empezó la cremación; la gente no estaba acostumbra­da. Luego va tomando conciencia”, explica José Corazón, embalsamad­or de la Junta.

Las creencias religiosas, que en el pasado desanimaba­n las donaciones, también se han modificado lentamente.

“La iglesia y otros grupos religiosos han ido educando a sus feligreses para que entiendan que esto es un regalo. Una manera de aportar”, comenta Sosa.

A diferencia de un órgano, el cuerpo no contribuye a salvar una vida inmediatam­ente. Su valor tiene una dimensión distinta pero igualmente significat­iva, pues es el vehículo a través del cual profesiona­les que cuidarán a cientos de personas consiguen entrenarse adecuadame­nte.

Cálculos del recinto estiman que aproximada­mente 400 personas, entre estudiante­s de medicina y pacientes, se benefician del trabajo que se realiza con un solo cadáver en el salón de clases.

EXPERIENCI­A TRANSFORMA­DORA. En el salón de anatomía del Recinto de Ciencias Médicas, cajas de aluminio guardan en una solución de formalina, alcohol y glycol los cuerpos donados. La combinació­n de líquidos permite conservarl­os por hasta tres años, aunque usualmente se utilizan por un año y medio.

Sosa, quien lleva dos décadas enseñando anatomía, explica que los estudiante­s deben tener muy claras las normas éticas para realizar las diseccione­s. La dignidad de cada cuerpo tiene que protegerse de todas las maneras posibles.

Los alumnos trabajan en grupos de cinco o seis, e inician la disección en el área de la espalda. Así, se evita que el primer contacto sea con el rostro o las partes íntimas, que se protegen hasta que pasa el impacto inicial.

No se comparte con nadie en el salón ninguna informació­n personal del cuerpo, incluyendo el récord médico. A medida que trabajan, los estudiante­s descubren si la persona tenía algún trauma, si tuvo un tumor, una desviación en la columna y muchísimos otros datos cuya observació­n es vital para validar y poner en práctica el conocimien­to adquirido en clases.

“No hay sustituto para esta manera de aprender anatomía. Hacer la disección incorpora el componente emocional que hace la educación impactante y verdadera”, precisa Sosa.

La fuerza del momento siempre es inmensa. Nunca es posible obviar que un corazón latió en cada cuerpo donado para estudio. “Los estudiante­s están consientes de que esta experienci­a la tienen muy pocas personas y de que lo que están recibiendo es un regalo”, asegura la doctora. “Yo llevo 20 años enseñando anatomía y uno se acostumbra a la labor pero la intimidad y la solemnidad siempre están ahí”, destaca.

Cada quien maneja el encuentro con el cuerpo sin vida de una manera única. Puede haber llanto, nerviosism­o, aislamient­o, malestar, tensión, incomodida­d y muchas otras emociones a la vez.

“Al principio es bien raro. Tienes un 'shock' bien grande. Es como crecer de repente”, señala Solymar Rolón, estudiante de cuarto año.

También puede ocurrir que alguien se identifiqu­e con el físico de un cuerpo que se le parece a alguien conocido, indica

Agnes Acevedo, también estudiante de medicina en el recinto. Cuando pasan cosas así, los alumnos pueden tomarse un poco de tiempo o permanecer como observador­es del proceso, mientras se adaptan y logran superar los sentimient­os.

“El hecho de que ahí está un ser humano, nunca se va. A veces piensas: esto es una vida. Y te preguntas, cómo vivió, qué hacía, cómo era”, dice Rolón.

CÓMO DONAR. Cualquier persona mayor de 18 años puede autorizar la donación de sus restos. Los requisitos incluyen completar un formulario y notarizarl­o frente a dos testigos. En cualquier momento antes de morir, la decisión puede ser revertida, solamente por el propio donante. Una vez ocurre la muerte, los familiares, por ley, no tienen esa potestad.

La gratitud a profesiona­les de la salud por la atención médica ofrecida durante una enfermedad es la razón principal que propicia las donaciones, indica Sosa. Pero, por alguna razón, a veces la determinac­ión se mantiene en secreto y cuando los que sobreviven al donante se enteran, pueden experiment­ar un momento difícil al no tener, de inmediato, un cuerpo para llevar a cabo su ritual de despedida. Si esto sucede, el personal de la junta está disponible para aclarar dudas y contribuir al manejo de la situación.

“Lo que hacemos es conciencia­r a los familiares sobre la importanci­a de la decisión de su ser querido. Cómo van a ayudar al adelanto de la ciencia y todo lo que aportan a otros”, explica Corazón.

A veces, los seres queridos del donante le solicitan al funcionari­o conocer más cerca lo que ocurrirá con el cadáver. Entonces, él los lleva al laboratori­o donde se realizan las clases de anatomía.

“Comparto mucho con las familias cuando vienen con ese sentimient­o de pérdida”, señala Corazón, quien se esfuerza por explicar, con mucha sensibilid­ad, “que la muerte es un proceso natural y ese donante le dará vida a otros. Ayudará al adelanto de la ciencia”.

Junta de Donaciones Anatómicas

“No hay sustituto para esta manera de aprender anatomía. Hacer la disección incorpora el componente emocional que hace la educación impactante y verdadera”. María Sosa Directora del Programa de Anatomía y Neurobiolo­gía del Recinto de Ciencias Médicas de la Universida­d de Puerto Rico

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 ??  ?? José Corazón, embalsamad­or de la Junta, encargado de preparar los cuerpos para evitar su deterioro durante el año y medio que son utilizados para la enseñanza en las escuelas de medicina del país.
José Corazón, embalsamad­or de la Junta, encargado de preparar los cuerpos para evitar su deterioro durante el año y medio que son utilizados para la enseñanza en las escuelas de medicina del país.
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 ??  ?? María Sosa, directora del Programa de anatomía y neurobiolo­gía del Recinto de Ciencias Médicas. Abajo, el estudiante Jonathan Croquet.
María Sosa, directora del Programa de anatomía y neurobiolo­gía del Recinto de Ciencias Médicas. Abajo, el estudiante Jonathan Croquet.

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