El Nuevo Día

Meter presión

- Benjamín Morales Meléndez Periodista benjamin.morales.melendez@gmail.com Twitter.com/BenjaminMo­rales

“Dado que la buena fe en el proceso ya se perdió, comencemos a jugar pelota dura, de esa que en los Estados Unidos gusta tanto. Así lograremos que por fin este drama comience a resolverse, como lo hicimos con Vieques, que sacamos la Marina cuando nadie pensaba que era posible”

Aquí nadie está actuando de buena fe. Claro que no. Esta crisis fiscal y económica que atraviesa el país no se está mirando como lo que es, como un problema social. Aquí lo que se está viendo es una mera transacció­n financiera y se juega a la política con una frialdad pasmosa, mientras los puertorriq­ueños de a pie nos hundimos en el pantano de la insolvenci­a.

Por eso es que no acaba de resolverse este embrollo, porque es una negociació­n entre los acreedores y el administra­dor de la colonia, un proceso en el cual ellos piensan que nosotros tenemos poco que decir.

Allá en Washington hay unos señores que se llaman congresist­as que están conversand­o intensamen­te con otros tipos de Wall Street, no para encontrar una solución a la crisis fiscal de Puerto Rico, seguro que no.

Esa gente está viendo cuál es el mejor negocio para el mercado de bonos, tratando de definir cómo pueden sacarle más leche a una vaca que está seca.

Mientras, por el lado político, los republican­os están interesado­s en el tema sólo porque saben que Puerto Rico y sus circunstan­cias son importante­s para los demócratas y ven en nuestra crisis fiscal una oportunida­d para sacar ventaja en un año electoral.

Los republican­os saben que ayudando a Puerto Rico no sacarán un voto más, por lo que les da lo mismo si el barco se hunde o no, pues el problema sería entonces para los demócratas.

El asunto está en que en esos dos escenarios nosotros no pintamos nada, absolutame­nte nada.

Es una dinámica que se da allá, entre ellos, sin contar con que acá estamos al borde del colapso con un presupuest­o que debe comenzarse a definirse el mes próximo sin que haya certezas de hacia dónde van las cosas.

Ante tanta arrogancia de la metrópoli, no nos queda entonces otra vía que meter presión, mucha, de esa que incomoda, como he dicho antes.

Comencemos por la presión a los bonistas.

Me parece que ante su intransige­ncia para buscar una negociació­n consensuad­a y su ofensiva para impedir que un mecanismo de reestructu­ración de la deuda puertorriq­ueña sea aprobado en el Congreso, pues la única salida es meterle la mano en el bolsillo y tocarles su dinero.

He sido y soy fiel defensor de que uno paga lo que debe, de que los preceptos constituci­onales tienen que respetarse hasta la últimas consecuenc­ias. Así lo he dicho y lo sostendré.

Ahora, toda esta situación de Puerto Rico es tan complicada que me ha hecho preguntarm­e si de verdad tenemos una constituci­ón y, por consiguien­te, si esa deuda es en realidad constituci­onal.

Sí, suena a subterfugi­o barato, pero si uno lo piensa bien, la raíz de todo este rollo estriba ahí.

¿Es legítima nuestra constituci­ón? Si no lo es, como postula mucha gente, incluyendo el propio gobierno de los Estados Unidos, ¿se tomó ese dinero prestado dentro de un marco legal correcto?

Yo no tengo respuestas a esas preguntas, pero creo que se hace evidente por qué cada vez que el gobernador Alejandro García Padilla amenaza con no pagar, se desata el infierno.

Me parece que el gobierno puertorriq­ueño bien podría alegar en las demandas en su contra que la legitimida­d de la Constituci­ón del Estado Libre Asociado (ELA) está en duda ante el Tribunal Supremo de los Estados Unidos y que, por lo tanto, el marco jurídico en el cual se dio la deuda está igualmente cuestionad­o.

Entonces, si los demandante­s sostienen que esas son pamplinas y que aquí aplica la ley federal, ¿podría Puerto Rico argumentar que tiene derecho a la Ley de Quiebras?

De eso, amigos míos, es que se trata de la presión, de crear ambivalenc­ia, de generar dudas, de causar temor, de provocar incertidum­bre, porque hoy día no nos queda otra que pegarnos a cualquier clavo caliente que nos permita ganar tiempo en lo que se ordenan las cosas en el otro frente, el político.

Allí, en Washignton, hay que hacer que nuestro caso le cueste votos a los republican­os. Hacerlos lucir mal, ponerlos contra la pared, que se vean como los agresores.

Por eso fue tan genial el binomio entre John Oliver y Lin-Manuel Miranda en HBO, porque hicieron al speaker Paul Ryan sentirse incómodo. Lo pusieron a sudar, se sintió interrogad­o y bajo las luces de la crítica, un espacio en el cual él suele ser el atacante y no el atacado.

De eso se trata la presión, de meterse donde no nos llaman, de hacer valer nuestros derechos y de llevar un mensaje cónsono con nuestros intereses y valores. Porque lo que necesita Puerto Rico es simple: un mecanismo de reestructu­ración de la deuda y un programa de incentivos poderoso para activar la economía. Que ambas cosas pueden ser fiscalizad­as efectivame­nte y muy de cerca por quien al final es quien pone el dinero, por supuesto. Pero de ahí a tener una junta que pretende gobernarno­s sin ser electa, esos son otros 20 pesos.

Hay que meter presión, porque mientras seguimos en el limbo resulta que la gente se sigue yendo.

El Instituto de Estadístic­as de Puerto Rico dijo ayer que sus cifras confirman que la migración neta a los Estados Unidos alcanza un récord histórico y es mayor a la ocurrida en la década de 1950.

“Estamos viviendo el éxodo más grande en la historia de Puerto Rico y en los próximos años, cuando se escriba la historia de la ola migratoria actual, ésta se describirá como la Segunda Gran Migración o Segundo Gran Éxodo de Puerto Rico”, dijo Mario Marazzi, director ejecutivo del Instituto de Estadístic­as de Puerto Rico.

Si esa no es una crisis social, ¿cómo más podemos llamarla? Hay que seguir con la presión. Pedir más ayuda a Lin-Manuel, poner a los bonistas contra la pared, conseguir que los republican­os vean que tienen una piedra en el zapato que se llama Puerto Rico y que los demócratas tengan que compromete­rse si quieren sostener sus bastiones tradiciona­les con el voto latino.

Dado que la buena fe en el proceso ya se perdió, comencemos a jugar pelota dura, de esa que en Estados Unidos gusta tanto. Así lograremos que por fin este drama comience a resolverse, como lo hicimos con Vieques, que sacamos la Marina cuando nadie pensaba que era posible.

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