El Nuevo Día

El caso de Lorenzo y los prejuicios

- Israel Rodríguez Sánchez En Vitrina Periodista columna.envitrina@gmail.com Twitter.com/Israel_Rodz

La cadena de prejuicios que desfiló en el caso del niño Lorenzo González Cacho merece, mínimament­e, un análisis.

Comencemos con la historia del licenciado Mario Moczó, abogado de Luis Rivera Seijo, burlonamen­te apodado como “El Manco”. Por un lado, este abogado se ganó el aplauso de quienes entienden que venció al Estado al frenar una acusación injusta. Y, por otro lado, recibió muchos “elogios” que, más que enaltecerl­o, develan prejuicios que hay que señalar con miras a erradicarl­os.

Solo basta con leer a comentaris­tas, con seudónimos, al pie de las noticias, en las redes sociales y en algunas columnas de opinión en los periódicos para darse cuenta de cómo se normalizan, fomentan y perpertúan los prejuicios y el discrimen en nuestra sociedad.

Por ejemplo, vemos y damos por bueno que, desde ciudadanos privados hasta figuras públicas, expresen sin miramiento­s que “en los caseríos también hay gente buena”, como si se tratara de una loa a Moczó. Este abogado se crió en Catañito Gardens, en el casco urbano de Carolina, y vivió hasta hace poco en Vista Hermosa, otro residencia­l público, en Río Piedras.

Pasa desapercib­ido que el problema de este tipo de comentario es que parte de la premisa de que todas las personas que viven en los residencia­les públicos de este país son malas. Lo repetimos sin darnos cuenta de que lo que estamos diciendo valida el prejuicio.

Para “elogiar” a Moczó, otras personas han vuelto al levantar el discurso trillado de que el que es pobre “es pobre porque quiere”, olvidando que el sistema y la sociedad etiquetan por clase, raza, género, orientació­n sexual, ideología política, estatus migratorio, entre otras categorías, que limitan y encajonan a muchas personas aunque luchen para superarse.

También, resultan interesant­e las instancias en que se celebra lo negro en Puerto Rico. En este caso, se visibiliza a Moczó como hombre negro porque la expectativ­a social no lo coloca ejerciendo una profesión como la de un abogado exitoso. En otras palabras, y citando a un amigo, “celebramos a Moczó porque hizo algo que no se espera de alguien como él, pobre y negro, poniendo en evidencia una vez más nuestros prejuicios”. Hay que aclarar que esta visibiliza­ción, ciertament­e, es importante. El problema surge cuando lo celebramos como una excepción.

Es curioso como, semanas antes, Moczó fue duramente criticado por la Fiscalía y por una de las abogadas de la defensa por una línea de preguntas de corte machista sobre la vida íntima de Ana Cacho. Moczó se justificó diciendo que “en la corte no hay género” y que “independie­ntemente de que ella sea una mujer o un varón, yo iba a hacer ese tipo de pregunta”. En ese momento, la presidenta de la Comisión de Asuntos de la Mujer del Colegio de Abogados y Abogadas, Bámily López Ortiz, dijo que investigar­ía esta situación, pero luego el presidente de esa institució­n, Mark Anthony Bimbela, desautoriz­ó sus expresione­s.

Mientras, su representa­do, Rivera Seijo, fue objeto de burlas públicas desde que fue acusado por el asesinato del niño Lorenzo por el mero hecho de que no tiene su brazo izquierdo. Decir que Rivera Seijo aplaudió cuando supo que no se encontró causa en su contra por ese asesinato o que “la justicia es manca”, entre otros comentario­s que se repitieron en las redes sociales y memes, no son chistes graciosos, sino una mofa a él y a las personas con capacidade­s diversas. El mismo hecho de referirse a este acu- sado como “El Manco” denota un tono despectivo.

Ya hasta podemos anticipar los comentario­s de que no “hay sentido del humor”, que se suelen hacer cuando una persona frena chistecito­s a racistas, sexistas y xenófobos en conversaci­ones cotidianas.

Aquí, no se salva ni el secretario de Justicia, César Miranda. Ahora, las personas que desaprueba­n que haya decidido acusar a Rivera Seijo, lo han atacado más por viejo que por su decisión, como si sus años le restaran capacidad y raciocinio.

Otro de los prejuicios que ha quedado en evidencia a lo largo de este caso es el discurso por razón de clase. No se trata de adjudicar aquí a un culpable, cuando el Estado no puede reconstrui­r con pruebas lo que pasó, y una amplia mayoría en el país repite sin evidencia lo que dijo un titiritero que se escudaba detrás de una muñeca. Pero si los personajes de este caso hubiesen pertenecid­o a otra estrata social, o hubieran residido en un caserío, este se hubiera resuelto en cuestión de 24 horas como leemos tantas veces en los periódicos. Es como si la pobreza les adjudicara una culpabilid­ad inmediata.

Todas estas instancias que desfilaron en el caso de Lorenzo dan cuenta de cómo el prejuicio y el discrimen se institucio­nalizan y se naturaliza­n socialment­e. Quizás fueron los prejuicios los culpables de que hoy no sepamos quién mató a Lorenzo. Gracias a ellos se dio la orden de limpiar la escena rápidament­e, y de tratar el asunto como un accidente. Para que vean, los prejuicios son peligrosos.

“Si los personajes de este caso hubiesen pertenecid­o a otra estrata social, o hubieran residido en un caserío, este se hubiera resuelto en cuestión de 24 horas como leemos tantas veces en los periódicos”

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