El caso de Lorenzo y los prejuicios
La cadena de prejuicios que desfiló en el caso del niño Lorenzo González Cacho merece, mínimamente, un análisis.
Comencemos con la historia del licenciado Mario Moczó, abogado de Luis Rivera Seijo, burlonamente apodado como “El Manco”. Por un lado, este abogado se ganó el aplauso de quienes entienden que venció al Estado al frenar una acusación injusta. Y, por otro lado, recibió muchos “elogios” que, más que enaltecerlo, develan prejuicios que hay que señalar con miras a erradicarlos.
Solo basta con leer a comentaristas, con seudónimos, al pie de las noticias, en las redes sociales y en algunas columnas de opinión en los periódicos para darse cuenta de cómo se normalizan, fomentan y perpertúan los prejuicios y el discrimen en nuestra sociedad.
Por ejemplo, vemos y damos por bueno que, desde ciudadanos privados hasta figuras públicas, expresen sin miramientos que “en los caseríos también hay gente buena”, como si se tratara de una loa a Moczó. Este abogado se crió en Catañito Gardens, en el casco urbano de Carolina, y vivió hasta hace poco en Vista Hermosa, otro residencial público, en Río Piedras.
Pasa desapercibido que el problema de este tipo de comentario es que parte de la premisa de que todas las personas que viven en los residenciales públicos de este país son malas. Lo repetimos sin darnos cuenta de que lo que estamos diciendo valida el prejuicio.
Para “elogiar” a Moczó, otras personas han vuelto al levantar el discurso trillado de que el que es pobre “es pobre porque quiere”, olvidando que el sistema y la sociedad etiquetan por clase, raza, género, orientación sexual, ideología política, estatus migratorio, entre otras categorías, que limitan y encajonan a muchas personas aunque luchen para superarse.
También, resultan interesante las instancias en que se celebra lo negro en Puerto Rico. En este caso, se visibiliza a Moczó como hombre negro porque la expectativa social no lo coloca ejerciendo una profesión como la de un abogado exitoso. En otras palabras, y citando a un amigo, “celebramos a Moczó porque hizo algo que no se espera de alguien como él, pobre y negro, poniendo en evidencia una vez más nuestros prejuicios”. Hay que aclarar que esta visibilización, ciertamente, es importante. El problema surge cuando lo celebramos como una excepción.
Es curioso como, semanas antes, Moczó fue duramente criticado por la Fiscalía y por una de las abogadas de la defensa por una línea de preguntas de corte machista sobre la vida íntima de Ana Cacho. Moczó se justificó diciendo que “en la corte no hay género” y que “independientemente de que ella sea una mujer o un varón, yo iba a hacer ese tipo de pregunta”. En ese momento, la presidenta de la Comisión de Asuntos de la Mujer del Colegio de Abogados y Abogadas, Bámily López Ortiz, dijo que investigaría esta situación, pero luego el presidente de esa institución, Mark Anthony Bimbela, desautorizó sus expresiones.
Mientras, su representado, Rivera Seijo, fue objeto de burlas públicas desde que fue acusado por el asesinato del niño Lorenzo por el mero hecho de que no tiene su brazo izquierdo. Decir que Rivera Seijo aplaudió cuando supo que no se encontró causa en su contra por ese asesinato o que “la justicia es manca”, entre otros comentarios que se repitieron en las redes sociales y memes, no son chistes graciosos, sino una mofa a él y a las personas con capacidades diversas. El mismo hecho de referirse a este acu- sado como “El Manco” denota un tono despectivo.
Ya hasta podemos anticipar los comentarios de que no “hay sentido del humor”, que se suelen hacer cuando una persona frena chistecitos a racistas, sexistas y xenófobos en conversaciones cotidianas.
Aquí, no se salva ni el secretario de Justicia, César Miranda. Ahora, las personas que desaprueban que haya decidido acusar a Rivera Seijo, lo han atacado más por viejo que por su decisión, como si sus años le restaran capacidad y raciocinio.
Otro de los prejuicios que ha quedado en evidencia a lo largo de este caso es el discurso por razón de clase. No se trata de adjudicar aquí a un culpable, cuando el Estado no puede reconstruir con pruebas lo que pasó, y una amplia mayoría en el país repite sin evidencia lo que dijo un titiritero que se escudaba detrás de una muñeca. Pero si los personajes de este caso hubiesen pertenecido a otra estrata social, o hubieran residido en un caserío, este se hubiera resuelto en cuestión de 24 horas como leemos tantas veces en los periódicos. Es como si la pobreza les adjudicara una culpabilidad inmediata.
Todas estas instancias que desfilaron en el caso de Lorenzo dan cuenta de cómo el prejuicio y el discrimen se institucionalizan y se naturalizan socialmente. Quizás fueron los prejuicios los culpables de que hoy no sepamos quién mató a Lorenzo. Gracias a ellos se dio la orden de limpiar la escena rápidamente, y de tratar el asunto como un accidente. Para que vean, los prejuicios son peligrosos.
“Si los personajes de este caso hubiesen pertenecido a otra estrata social, o hubieran residido en un caserío, este se hubiera resuelto en cuestión de 24 horas como leemos tantas veces en los periódicos”