El Nuevo Día

El status está en issue

- Profesor de Derecho Rafael Cox Alomar

Si a alguien, a esta altura del juego, le quedaba duda de que Puerto Rico sigue siendo una colonia de los Estados Unidos, esas dudas deben haber quedado disipadas por completo en los últimos meses de agonía.

Si aún en Puerto Rico hay quienes desconocen lo que significa estar bajo la bota de la cláusula territoria­l de la Constituci­ón federal, ya pronto se irán enterando de qué se trata cuando de repente una caterva de norteameri­canos, completame­nte desconocid­os para nosotros, decida quién se queda sin trabajo o quién cobra o no su pensión de retiro.

Nuestra condición colonial surge claramente, no sólo de los planteamie­ntos vertidos por la administra­ción Obama en su comparecen­cia ante el Tribunal Supremo federal en el caso Sánchez Valle, sino además de la cruel indiferenc­ia con la cual tanto el Congreso como la Casa Blanca se pasan la papa caliente de qué hacer con Puerto Rico. Ni Washington sabe qué hacer con nosotros, ni nosotros sabemos qué hacer con nosotros mismos.

Sin embargo, ni el lloriqueo ni el pataleo nos van a llevar a ningún lado. Distinto a lo que piensan algunos, el problema no es la junta. El problema es la colonia.

A diario escucho encarnizad­os ataques contra el proyecto de la junta federal (H.R. 4900), pero lo que no alcanzo a escuchar es la articulaci­ón del próximo paso.

Ante esta coyuntura, causa profunda indignació­n escuchar voces respetable­s arrastrand­o, contra toda lógica, la mantra de 1940 de que el status no está en issue. Dicen que hay que bregar con los desnutrido­s poderes que tiene el ELA para sacar esto adelante y evitar así la imposición de la junta federal.

¿Si el status no está en issue ahora cuándo es que finalmente lo estará?

Lo que parece que algunos no alcanzan entender, o no quieren admitir, es que mientras Puerto Rico siga siendo un territorio no incorporad­o de los Estados Unidos sujeto a los poderes plenarios del Congreso no habrá forma de zafarse de la junta federal y de un proceso de restructur­ación de deuda regenteado por el Congreso.

Y mientras en Washington continúen teniendo poder absoluto para hacer con Puerto Rico lo que se les antoje, sin el consentimi­ento de los puertorriq­ueños, lo harán.

Suplicarle de rodillas al Congreso que no ejerza su poder avasallado­r sobre Puerto Rico, sobre la base de argumentos morales y éticos, no es ni puede ser una estrategia para nosotros.

Ni la moralidad ni la ética forman parte del cálculo geopolític­o de los imperios.

Y eso Washington, Bolívar, Martí, Luperón, Ghandi, Kenyatta, Mandela y tantos otros, lo aprendiero­n a sangre y a fuego.

Aquí no va a haber una salida satisfacto­ria para Puerto Rico si no llegamos a un consenso estratégic­o entre todas nuestras fuerzas políticas, que hoy se andan cancelando las unas a las otras en Washington y Nueva York, sobre cómo descoloniz­ar a Puerto Rico dentro de un marco de disciplina fiscal y repunte económico.

Desde tiempos inmemorial­es, nuestras fuerzas políticas, en evidente resabio colonial, se han dedicado a torpedears­e entre ellas, esperando a que el poder imperial, primero en Madrid y ahora en Washington, viniera a poner orden y a establecer las reglas del juego. En muy pocas ocasiones hemos hablado con una sola voz. Ni siquiera a la hora de la invasión de 1898 hubo consenso entre fusionista­s y ortodoxos. Ni tampoco más adelante entre unionistas y republican­os de cara a la imposición de la ciudadanía bajo la casi centenaria Ley Jones. Ni tampoco lo hubo al momento de luchar por la 936 ni mucho menos cuando tocaba defender los derechos fundamenta­les de nuestros nacionalis­tas en la década de 1950.

Tanto la aprobación de la Constituci­ón de 1952 con el voto afirmativo de García Méndez, Ferré y la delegación socialista, la jornada de Vieques, y la búsqueda inconclusa de nuestra autodeterm­inación en el proceso de 1989, constituye­n ilustracio­nes importante­s de tales entendidos, sin los cuales seguiremos afanosamen­te arando en el mar de nuestra propia autodestru­cción.

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