El Nuevo Día

La culpa no es huérfana

- Lydia Ayala Graduada en Psicología

¿Quién es el padre de la culpa? Culpa que huérfana no es. Este cataclismo fiscal arrastra raíces viejas. Es cuestión de escarbar sosegada y objetivame­nte la historia imperturba­ble para desenmasca­rar diáfanamen­te a los exterminad­ores de las oportunida­des de empleo y crecimient­o económico de Puerto Rico. Veamos.

Al entrar en vigor la Sección 931, motor del proyecto “Manos a la Obra”, nuestra economía agraria se convierte en una industrial­izada, rebosante de empleos. Llegado 1968, los conflictos en el Medio Oriente, la guerra de desgaste (1968-70) y el Yon Kippur (1973-74), eleva los precios del petróleo, creando una crisis mundial. Se añade al aprieto, el costo de la guerra de Vietnam. Se dispararon los costos de producción y menguó la creación de empleos.

Los detractore­s, acusándola de entorpecer la estadidad, sentencian la Sección 931 a muerte. El Congreso norteameri­cano, amparado en los abusos de las corporacio­nes que depositaba­n las ganancias en el extranjero, mediante el Informe Tobin de 1975, aboga por su derogación.

En 1976 es eliminada y sustituida por la 936. Hubo bonanza en creación de empleos. Mas las extralimit­aciones de las corporacio­nes continuaro­n y el movimiento obrero americano manifestó su oposición por la fuga ilegal de empresas americanas hacia la Isla. Pedro Roselló y Carlos Romero, al considerar las empresas “mantengo corporativ­o” y un garrafal estorbo para la estadidad, arreciaron su lucha para la eliminació­n de la 936.

En 1996 se deroga la Sección, concediénd­ole un período de gracia de 10 años. Esta acción fulminó 80,000 empleos directos y 70,000 indirectos. Es, precisamen­te, al finalizar la vigencia de la 936, diciembre 31 de 2005, que comienza la recesión. Se recrudece con el despido de 30,000 empleados públicos por parte de la administra­ción Fortuño, acto que conllevó la pérdida de 150 mil empleos privados. Y la frágil economía borincana se dislocó aún más. ¿Quiénes, fueron los exterminad­ores? Tres: los abusos de las corporacio­nes, los ataques de los políticos locales, y el republican­ismo fanático e insensible de Fortuño. No… ¡la culpa no es huérfana!

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