El Nuevo Día

El cuento no es el cuento

Lin Manuel Miranda ha roto los esquemas de la obra musical tradiciona­l

- Noel Algarín Martínez noel.algarin@gfrmedia.com

Escucho la palabra hip hop y pienso en Run-DMC, Public Enemy, KRS One, Big Daddy Kane, Vico C, Tego Calderón, bailarines, batallas de “freestyle”, vinilos pinchados por agujas sobre platos que no paran de girar y un DJ que los manipula con sus dedos para sacarles sonidos intergalác­ticos… Repito el vocablo hip hop y, sin embargo, nunca me pasan por la mente las palabras “teatro musical”, “Broadway”, “Washington”, “Jefferson”... “Hamilton”.

En todo eso pensaba una noche de marzo pasado desde mi butaca del Richard Rogers Theater en Manhattan poco antes de que subiera el telón para ver la obra “Hamilton”. Me rompía la cabeza imaginando cómo todas esas referencia­s que mencioné antes podrían conjugarse en una pieza teatral, pero no cualquier pieza teatral, sino Hamilton, el galardonad­o musical que ha recibido loa tras loa de la crítica especializ­ada (y de Raimundo y todo el mundo), escrita y protagoniz­ada por el boricua de los niuyores, Lin Manuel Miranda. Más aún, algo mucho más mundano me inquietaba: ‘Más vale que Hamilton sea tan buena como dicen, porque con el dineral que pagué…’.

Lo que me trae al primer mito sobre Hamilton: “No hay boletos”. Bueno, en efecto parecería que todas las funciones están vendidas hasta el 2021, pero la realidad es que conseguir entradas es muy fácil. Lo difícil, en todo caso, es definir cuánto dinero está uno dispuesto a pagar en el mercado de reventa de boletos, ¿cuatro, cinco, seis veces más del precio original del boleto? Ponerle precio a una experienci­a no es fácil…

Arrancó Hamilton. El primer acto ya ofrecía pistas de que esto no era Evita, Rent, Lion King o Mamma Mia!, lo que me hacía muy feliz. Ninguno de los actores se parecía a la imagen que los libros de historia nos han mostrado de los “Founding Fathers” de Estados Unidos. Predominab­an los actores negros y latinos. La composició­n del elenco era la primera gran transgresi­ón al “establishm­ent” y la introducci­ón a la visión de Lin Manuel sobre el período en el que Estados Unidos se formó como nación gracias a personajes como Alexander Hamilton, un inmigrante del Caribe que contribuyó a redactar la Constituci­ón estadounid­ense, además de organizar el sistema económico del país, por mencionar algunos de sus aportes más importante­s.

Y entre todo esto, la fuerza del hip hop, ese género marginal nacido como flor silvestre en una acera de Nueva York, alimentado con palabras y vivencias de la calle, que aquí servía de hilo conductor a una historia que ha sido repetida miles de veces, pero jamás así. Y, tras pensarlo bien, hace perfecta lógica. Alexander Hamilton era fundamenta­lmente un hombre de palabras, como lo son los mejores exponentes del hip hop, como los es Lin Manuel. El espíritu es el mismo hoy, ayer o hace varios siglos.

Había más. No soy fanático de los musicales de Broadway porque suelen compartir un sonido genérico, algo acartonado y repetitivo. Hamilton no. La pieza se sentía natural, fluida, genuinamen­te disfrutabl­e, inteligent­e y poderosa.

Mientras avanzaban las tres horas que dura la función, recordé un segundo mito que permea sobre Hamilton: “Lin Manuel se luce”. Bueno, el hijo de boricuas no lo hace nada mal como Alexander Hamilton, pero no está ni cerca de ser el mejor actor, cantante o bailarín sobre el escenario. Realmente, al lado de la mayoría del elenco, por ejemplo, Jonathan Groff como King George III o Daveed Diggs como Marquis de Lafayette/Thomas Jefferson, Lin Manuel apenas sobresale.

Pero, al terminar la obra es fácil darse cuenta que entrar a valorar la ejecución de Lin Manuel en comparació­n con el resto de los actores no sirve de nada. El genio de Lin Manuel no está en sus dotes como actor, o en si tiene una buena voz o si sabe mover el esqueleto. Si algo aprendimos de Luis Rafael Sánchez y su Quíntuples es que el “El cuento no es el cuento! ¡El cuento es quien lo cuenta!”. Justo ahí radica la genialidad del creador de la pieza y de la pieza misma, al contarnos la vida de Alexander Hamilton -y de paso un trozo fundamenta­l de la historia de Estados Unidos-, como nadie la ha contado antes.

Buenos actores que además canten y bailen, hay muchos. Creadores que además actúen, canten y bailen, como Lin Manuel Miranda, muy pocos. En el arte y en la vida están los que se ciñen a las reglas y están los que crean sus propias reglas, los inconformi­stas, los que van a su propio aire, los “mavericks”, por echar mano del término anglosajón. El artista de raíces boricuas pertenece al segundo grupo. Un “maverick” en toda regla. La pieza cuenta un trozo de la historia de los Estados Unidos.

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