El Nuevo Día

Ni PREXIT ni independen­cia

- Hernán Padilla Médico

El referéndum en el Reino Unido para decidir su relación con la Unión Europea sirve para demostrar diferencia­s entre Puerto Rico, un territorio con ciudadanos americanos con una mayoría aspirando a integrarse como estado de la nación, y los 28 países de Europa que crearon una comunidad de naciones independie­ntes.

EE.UU. es una federación en la que cada estado retiene poderes no delegados al gobierno federal; una nación de ciudadanos nacida de las aspiracion­es de democracia, libertad e igualdad, vertidas en una Constituci­ón que garantiza los derechos del ciudadano por encima de los poderes de los estados y que limita los poderes del gobierno federal.

La U.E. es una organizaci­ón internacio­nal creada para promover una integració­n entre 28 naciones que surge de tres acuerdos comerciale­s y acuerdos económicos que se expande con el Tratado de Lisboa de 2009 para incluir política exterior común y la cooperació­n policíaca y jurídica que establece una personalid­ad jurídica. Es un sistema híbrido de gobierno “transnacio­nal” y de cooperació­n multilater­al.

Entre las razones que han motivado la salida de Gran Bretaña sobresalen el control de las fronteras y los refugiados que han impactado los servicios de salud, educación, empleos y negocios y que la nación tenga que aportar $16,000 millones para gastos de la Unión Europea. En Puerto Rico hay quienes abogan por la independen­cia y utilizan la Junta Fiscal Federal como excusa para promover su ideología con una especie de PREXIT.

No es cierto que “el ELA sea un status de gobierno propio como entidad política autónoma” como alega el gobernador Alejandro García Padilla. El status colonial no cuenta con el respaldo del pueblo de Puerto Rico, ya que una mayoría le revocó su consentimi­ento, el PPD admitió que “está incapacita­do de servir de cara al futuro y el Tribunal Supremo concluyó que el ELA no tiene soberanía propia.

En 2011, el Grupo de Trabajo de Casa Blanca confirmó que la “libre asociación es un tipo de independen­cia” que no cabe bajo la Constituci­ón americana. Sería un pacto basado en la soberanía nacional de cada país que puede ser revocado unilateral­mente en cualquier momento; y que la ciudadanía americana no se garantiza permanente­mente y no se confiere a las generacion­es sucesivas.

Aunque la Ley del Gobernador Electo estableció que “los derechos, privilegio­s e inmunidade­s de Estados Unidos se respetarán en el territorio de Puerto Rico hasta el mismo grado que si fuese un estado”, la Cláusula Territoria­l le otorga al Congreso el poder de gobernar los territorio­s.

Esta condición política inferior evita que los ciudadanos en Puerto Rico disfruten plenamente de todas las garantías constituci­onales, los derechos y libertades civiles, y las oportunida­des de desarrollo personal y colectivo que le correspond­en a todos los ciudadanos americanos.

No podemos ignorar que Puerto Rico no tiene la riqueza de Gran Bretaña. Casi la mitad de la población vive por debajo de los niveles de pobreza y Puerto Rico depende de $23 mil millones de ayudas y transferen­cias federales. En 2009, se recibieron $7.7 mil millones para Seguro Social, retiro e incapacida­d, Medicare, vivienda y Sección 8 y Becas Pell y $4.4 mil millones por desempleo; $7.5 mil millones para ayudas federales; $600 millones para contratos y servicios; y $1.2 mil millones para empleados federales, la mayoría puertorriq­ueños. Un informe detallado para 2010 confirma que el gobierno federal concedió ayudas por $1.4 mil millones para educación; $1.4 mil millones para salud, $800 millones para vivienda, y $2.2 mil millones para asistencia nutriciona­l y mujeres, infantes y niños.

PREXIT no es una opción para romper los lazos con nuestra nación y declarar la independen­cia. Solo la estadidad garantiza la protección constituci­onal de la soberanía estatal, permanenci­a de la ciudadanía americana, igualdad, progreso económico, la estabilida­d de la unión permanente y devuelve la dignidad al pueblo de Puerto Rico poniéndole fin a siglos de colonialis­mo.

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