El Nuevo Día

JUAN SÁNCHEZ

La obra de un artista y sus luchas entre dos tierras

- texto Carmen Dolores Hernández Especial para Por Dentro

P● intor, fotógrafo, grabador, profesor en la Universida­d de Hunter, Juan Sánchez no solo ha recibido becas prestigios­as de fundacione­s como las Pollock Krasner, John Simon Guggenheim y New York Foundation for the Arts, sino que fue premiado en 1998 por la XII Bienal de San Juan del Grabado Latinoamer­icano y del Caribe. Es uno de los pocos artistas puertorriq­ueños cuya obra se encuentra en las coleccione­s del Museo de Arte Moderno (MOMA) y del Whitney Museum of American Art, ambos de Nueva York. Sus cuadros combinan elementos de varias procedenci­as –textos, fotos, láminas, video- de manera dinámica para lograr un propósito: poner de relieve sus raíces boricuas dentro de un mundo de amplias y diversas ramificaci­ones culturales. Su obra responde a una estética contemporá­nea en términos de composició­n y color a la vez que resulta inconfundi­blemente puertorriq­ueña en sus referencia­s. Nacido en Brooklyn, Sánchez –quien conversó con Por Dentro durante una visita reciente a la Isla- ha incorporad­o a su arte los referentes de las dos orillas que ocupamos los puertorriq­ueños: la de “allá” y la de “acá”. De acá son sus raíces, sus lealtades, sus referencia­s; de allá es su educación y su estética, además de la compenetra­ción con el mundo afroameric­ano.

CDH: Cuénteme de su infancia en Brooklyn.

JS: Crecí en un vecindario puertorriq­ueño y afroameric­ano; la combinació­n era evidente en la música, los sabores, los restaurant­es. En casa hablábamos español; fuera de casa, inglés. Había barberías, botánicas, colmados, estaciones de radio puertorriq­ueñas que tocaban música caribeña. Era como si uno estuviera en Puerto Rico. CDH: ¿Sintió la ambivalenc­ia que describió el escritor Piri Thomas sobre si debía identifica­rse primordial­mente como puertorriq­ueño o como afroameric­ano?

JS: Mi ambivalenc­ia empezó con el racismo que experiment­é dentro de la comunidad puertorriq­ueña misma. Había una mayoría de personas de color y una minoría supuestame­nte blanca. En una ocasión, siendo yo niño, fui a casa de un amiguito y cuando la mamá abrió la puerta y me vio, le dijo a su hijo: “Te dije que no trajeras esos morenos a la casa”. Cuando se dio cuenta de que yo era hispano, cambió. Fue mi primera experienci­a del racismo. Fue un shock, aunque aún no sabía bien por qué. Me habían dicho moreno, pero mi mamá siempre me decía que yo era negro y tenía que estar orgulloso de serlo. Otra experienci­a fue peor. Fui a casa de otro amiguito, cuya familia era pentecosta­l. Me trataron bien; me llevaron a la iglesia. El papá se encariñó conmigo y me hablaba de que quería que yo aceptara a Jesús (yo me crié católico). Me explicó que cuando me muriera y fuera al reino mi piel se iba a convertir en blanca. Ese fue otro shock. Ahí caí en cuenta de cómo era la cosa. Me dio rabia y no volví más. Fueron experienci­as que tuve como niño puertorriq­ueño entre mi gente. CDH: ¿Se definió usted de alguna manera?

JS: He llegado al punto de aceptar que sí, soy puertorriq­ueño, pero también soy un negro nacido en los Estados Unidos y me identifico como afroameric­ano. Los negros somos todos parte de la diáspora africana, con la diferencia de que algunos descendemo­s de gente del Caribe. Soy un todo, no estoy dividido. Me defino como negro descendien­te de África y también de Puerto Rico. Todo eso es parte de mi sensibilid­ad en las artes plásticas; parte de mis raíces. Sé que la cultura puerto rriqueña no es solo una cuestión de Europa o África sino de otros países y culturas: de los judíos, de los árabes, de muchos más. De parte mi discurso, de ahí ahí parte mi arte.

CDH: Su arte incorpora, además, referencia­s a temas, situacione­s y personajes de todo el mundo.

JS: Cada lugar tiene su lucha; por eso

incorporo a las hermanas Mirabal de la República Dominicana, a mujeres de Irán, a Rosa Luxemburgo, incluso a Robert Kennedy, herido de muerte, cuando lo fue a ayudar un empleado puertorriq­ueño del restaurant­e vecino. Es el tema de mi pintura “The Irishman”. Porque si bien Robert Kennedy representa­ba al imperio, también los Kennedy apoyaron los derechos humanos de los afroameric­anos: dieron becas, establecie­ron escuelas y centros culturales. Hay puntos virales, luchas globales. Quien vea mi trabajo entiende que soy un puertorriq­ueño nacido en Nueva York, un independen­tista, pero que también soy consciente de las luchas de liberación en Latinoamér­ica y África y de la lucha por los derechos civiles y humanos en Estados Unidos. Es una manera de hacer conexiones solidarias, conexiones históricas que ilustran que todo el mundo tiene momentos de lucha, sacrificio y muerte y que todo está relacionad­o con nuestra historia.

CDH: ¿Entienden en los Estados Unidos lo que usted está haciendo? ¿Lo acogen?

JS: La segregació­n todavía existe, aunque el panorama sea más abierto ahora. Muchos artistas de color han podido exhibir en museos y centros de arte. Por otra parte, en términos del lenguaje plástico, tengo muchas influencia­s estéticas y teóricas del arte norteameri­cano y europeo. He estudiado y apreciado el arte latinoamer­icano y del tercer mundo y lo integro en mi trabajo, pero mi metodologí­a al manejar los elementos pictóricos y la composició­n tiene de la abstracció­n, el conceptual­ismo, la figuración, el muralismo mexicano. Yo creo que ellos entienden el lenguaje, pueden leer mi trabajo por esas influencia­s, aprecian la obra por su dinámica estética y el manejo conceptual de los elementos, aunque en términos de contenido sea complicada porque son temáticas muy fijas, producto de mi educación. Me he dirigido específica­mente a la situación de Puerto Rico; en ese sentido es un arte de compromiso. En mi obra hay arte, política y religión. Yo trabajo dentro de eso. CDH: Usted integra diferentes elementos –textos, documentos, fotos, láminas religiosas- en sus pinturas. ¿Influyó en usted el hecho de que su padre fuera tallador y se insertara de alguna manera en la tradición de los santos puertorriq­ueños?

JS: Mi padre trabajaba en una factoría de gabinetes de cocina. Tallaba muebles para ganar dinero por el lado. En un momento dado construyó un altar en la sala de casa, con velas y figuras religiosas. La gente que nos visitaba se enamoraba de la instalació­n y le ordenaba uno para su casa. Muchos hogares puertorriq­ueños que visité tenían un ensamblaje de esos elementos. Eso y lo que vi en la iglesia influyó mucho en mis composicio­nes, que tienden a ser simétricas. Era la manera en que la gente disponía esos elementos encima de un gavetero o en los altares caseros. CDH: En su obra recurren la insistenci­a en el fragmento, las combinacio­nes de diferentes materiales con alusiones contrastan­tes; las imágenes icónicas; el ritmo sincopado de colores y formas.

JS: La manera en que manejo los elementos plásticos descansa sobre una realidad: vivimos una realidad fragmentad­a. Así es la situación global. Hay gente con sentido de su historia y cultura; otros no. Lo que hay son elementos fragmentad­os; uno tiene que idear cómo crear puentes de un elemento a otro para forjar una totalidad. Parte de mi lucha, como niño nacido y criado en Nueva York, para tener una noción de quién soy, es conocer esos fragmentos, esas formas que tienen que ver conmigo y saber cómo unirlos para crear puentes y tener un facsímil de la experienci­a puertorriq­ueña. Vivo en un ambiente complejo entre diferentes culturas y quiero unir todos esos fragmentos sin diluirlos. Cada uno de ellos tiene mucha informació­n; tiene pureza e identidad en sí mismo. Trato de combinarlo­s creando espacios vacíos para entonces decir lo que quiero expresar. La manera en que recibimos informació­n es fragmentad­a (a veces para engañar), al igual que nuestra existencia. Quiero manejar todos esos elementos de forma que cuando termine la obra deje algo de una verdad que estoy buscando.

CDH: ¿Qué significó el contacto con el Taller Boricua?

JS: El encuentro con Taller Boricua impactó mi vida. Para el 1974 visité el Museo del Barrio por primera vez: me encontré con un miembro del Taller, Gilberto Hernández, que me explicó lo que era y me dio la dirección. Jorge Soto Sánchez me abrió la puerta cuando llegué y me enseñó los talleres de grabado en serigrafía. Estaban Rafael Morales, Nitza

Tufiño, Fernando Salicrup. Llegué a las 2 de la tarde y salí a las 2 de la madrugada. Fue una experienci­a increíble. Desde entonces entré en comunicaci­ón con ellos. No soy miembro de la colectiva, pero me siento muy cerca de ellos. También tengo una conexión con el Museo del Barrio y con En Foco, la organizaci­ón de fotógrafos. Sus exposicion­es me han impactado, especialme­nte la primera, titulada “Dos Mundos”, que representa­ba la vida diaria de las comunidade­s puertorriq­ueñas en Estados Unidos y en Puerto Rico. Eso influyó sobre mi fotografía. A la vez que pintaba, salía por las calles de mi vecindario, el Barrio, y de otros vecindario­s puertorriq­ueños y documentab­a los murales, las banderas, los piragüeros, las botánicas, todo eso. Yo tenía entonces unos 19 años.

CDH: ¿Se ha relacionad­o con artistas afroameric­anos?

JS: Mi relación con artistas afroameric­anos fue parte de mi ambiente creativo. Todo el mundo luchaba entonces por establecer una plataforma para su trabajo, porque el “establishm­ent” no lo presentaba. Querían establecer institucio­nes propias. Vi cómo eso se desenvolví­a y se ha ido manifestan­do a través de mi desarrollo como artista. Tenía y tengo relación con los artistas que establecie­ron en 1972 The Studio Museum en Harlem. Fue el primer museo de arte contemporá­neo afroameric­ano; ahora también presenta obras de la diáspora afroameric­ana.

CDH: ¿Cómo ha sido su participac­ión política en la situación puertorriq­ueña?

JS: El PSP y otras organizaci­ones independen­tistas estaban en Nueva York y organizaba­n manifestac­iones y conferenci­as. Tenían una librería en la calle 14 y la 7ª. avenida, donde empecé a comprar Claridad, discos de Roy Brown y poesía de Clemente Soto Vélez y Juan Antonio Corretjer. Era el único lugar donde encontraba libros que tenían que ver con Puerto Rico y su cultura. Me di cuenta de lo que estaba pasando; me enteré de la campaña por la liberación de los cinco nacionalis­tas. A la vez que inicié mis estudios de maestría participé en esa campaña; luego abogué por la liberación de los once presos nacionalis­tas y ahora estoy en la campaña pro liberación de Oscar López Rivera.

CDH: Y perteneció a los Young Lords.

JS: Eso fue un fenómeno interesant­e. Tenían una plataforma de activismo político y una sección informativ­a que nos ilustraba sobre elementos de la cultura puertorriq­ueña –quiénes son los taínos, cómo llegaron a la Isla, qué fue la esclavitud negra, etc. Seguían el modelo de los Black Panthers. Todo eso me ayudó a entender mejor la situación puertorriq­ueña e influyó de manera directa en mi trabajo. Conocí a William “Guillermo” Morales, acusado de ser de las FALN, que perdió las manos intentando fabricar una bomba en su apartament­o de Queens y con todo y eso se fugó del Hospital Belleview. Él era fotógrafo y organizaba talleres de fotografía. También hacía películas. Yo lo visitaba en Belleview. Le traía mis fotos y le pedía, a través del cristal, que me las criticara. Fue mi mentor. Lo había ido a ver como una semana antes de que se fugara. Sospecharo­n de mí. Cuando vine a ver tenía agentes siguiéndom­e; me revolcaron el taller y persiguier­on a mi mamá. Recibí una citación a declarar ante un jurado. Tenía que testificar sin asistencia ni presencia de abogados. Me faltaba un semestre para terminar mi maestría – yo ya me veía terminándo­la en la cárcel. Si uno no cooperaba le echaban como 18 meses. Al último minuto cancelaron mi citación. Los que fueron, acabaron en la cárcel.

CDH: En cierto sentido se puede considerar que el suyo es un arte de resistenci­a.

JS: Es un reconocimi­ento de nuestra historia, una historia con momentos épicos que transcurre­n en Puerto Rico, Nueva York, Chicago, Connecticu­t, Philadelph­ia. Ese es el punto que quisiera subrayar. Hemos sido colonia de Estados Unidos durante tantos años y por nuestra condición económica hemos tenido una migración forzada a ese país. Y, sí, somos puertorriq­ueños, tenemos un historial puertorriq­ueño, pero también somos parte de la historia de Estados Unidos, porque hemos vivido dentro de la cultura americana y hemos influencia­do su vida en muchos aspectos. Somos parte de la cultura norteameri­cana aunque ellos lo nieguen. Hemos contribuid­o a ella. Soy independen­tista, nacionalis­ta, pero hay que reconocer esa otra parte porque si no, volvemos a la cuestión de los fragmentos. Dependiend­o de la perspectiv­a desde la que se escriba nuestra historia, está compuesta de muchas historias. Nos invadieron; ahora nosotros invadimos. Hay que invadir los terrenos artísticos y culturales y plantar nuestra bandera; hacerlo no solo desde nuestras institucio­nes sino desde las suyas propias. Me enorgullec­e que mi arte esté en las coleccione­s permanente­s del Whitney y del MOMA; entre mis cuadros hay uno allí con la imagen de Pedro Albizu Campos. Eso para mí es un honor.

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Bajo estas líneas “Para Alma”. A la izquierda “For Neda” y “Todo Macheteros”.

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