Un “lame duck” bajo el sol
Tras su decisión de no aspirar a la reelección, hay quienes ven y tratan al gobernador como si fuera cualquier hijo de vecino
Lame Duck: 1. An elected official whose time in an office or position will soon end. 2. A person, company, etc., that is weak or unsuccessful and needs help. (Definición según el diccionario Merriam-Webster del idioma inglés.) Este sintagma tiene una connotación negativa absoluta en el lenguaje anglosajón. En español, “lame duck” describe literalmente a un pato chueco, cojo; figurativamente, a un caso perdido. Un cero a la izquierda. La escena frente a la plaza Pierre de Coubertin en el Albergue Olímpico hace tres sábados era una pocas veces vista. El gobernador Alejandro García Padilla estaba solo, sudando la gota gorda bajo el sol salinense. Esperaba por el arranque del desfile que iniciaría la ceremonia de abanderamiento de la delegación de Puerto Rico en los Juegos Olímpicos de Río 2016 que inauguraron ayer.
A dos metros de distancia del mandatario, cuatro policías encubiertos lo rodeaban equidistantes. La escolta, inconfundible gracias a su esfuerzo por pasar desapercibida en ropa casual, recorte estilo militar y auricular en el oído derecho, le daba media espalda a García Padilla. Los agentes miraban hacia los cuatro puntos cardinales, alertas ante el eternamente presente peligro de atentado, o de ataque a huevazos.
Delante del gobernador, un constante flujo de personas caminaba, la mayoría familias de bañistas en dirección al parque acuático del Albergue. Muchos ni se percataban de que pasaban por el lado del principal oficial electo del País. Otros se daban cuenta, pero tras una breve mirada seguían sin desviarse un paso de sus respectivas rutas.
Aun así de cercano al público, el gobernador lucía solo. El Alejandro que interpretó el rol de joven galán popular cuando en el 2005 fue nombrado secretario de DACO, el mismo que en 2008 fue el candidato a senador que más votos recibió en los comicios, se ahogaba en una soleada soledad a pasos de la multitud.
No había banderas con sus apellidos en rojo y blanco; cero pancartas con su nombre y su puesto actual, el cual abandonará enero próximo tras anunciar el pasado 14 de diciembre que no buscará la reelección.
En el estacionamiento aledaño, todavía se organizaban sin mucha prisa los participantes del desfile. Debía arrancar al mediodía. García Padilla y su séquito llegaron poco después. Pero el
espectáculo no estaba listo y la presencia del primer ejecutivo no parecía inyectar ni una gota de urgencia en las batuteras, bailarines y demás integrantes de la comparsa de celebración.
El calor era abrumador, pero el gobernador mantenía una expresión afable en su rostro mientras esperaba, solo.
En un momento se le acercó Ramón Orta, secretario de Recreación y Deportes y egresado de la Escuela Especializada en Deportes Eugenio Guerra Cruz, que tiene como sede el Albergue Olímpico.
El gobernador intercambiaba impresiones con su subalterno cuando una mujer de blusa amarilla y mahones lo identificó. De inmediato levantó su mano izquierda y gesticuló, como saludando a alguien desde lejos con su iPhone. Quería un “selfie” con el político. García sonrió, le braceó para que se acercara. La mujer pasó entre la escolta, lo saludó, tomó la foto y siguió su camino.
Poco después, un periodista regional y su camarógrafo se le aproximaron para una breve entrevista. Con la misma sonrisa, Alejandro los atendió. Huyéndole al sol, el grueso de los reporteros presentes ya se había refugiado en la carpa removible colocada en la plaza para la actividad.
García Padilla permaneció allí parado, en ocasiones únicamente acompañado por su cuarteto de gendarmes, hasta que poco después de la 1:00 de la tarde comenzó el desfile que escoltó a la nadadora Vanessa García y al recién retirado gimnasta Luis Rivera, quienes portaron la bandera olímpica y la monoestrellada.
A pesar del calor y de que llevaba puesto pantalón oscuro y camisa de botones y mangas largas, el gobernador lucía cómodo cuando entró a la carpa y se sentó en primera fila, junto a Orta, a la presidenta del Comité Olímpico de Puerto Rico, Sara Rosario Vélez, y el secretario general de ese organismo, el licenciado Carlos Beltrán.
Detrás de ellos, ataviados en el uniforme olímpico, estaban sentados una decena de los integrantes de la misión olímpica boricua para Río 2016.
A la derecha de las sillas del mandatario, otra columna de asientos la ocupaba la selección de voleibol femenino, que hace su debut olímpico en Río de Janeiro.
Una de las suyas, la carismática rematadora Aury Cruz, recibiría la bandera de Puerto Rico simbólicamente a nombre del luchador Jaime Espinal, el abanderado oficial y quien se encontraba entrenando en Estados Unidos.
El protocolo de la actividad incluyó el “Juramento del Atleta”, que el joven tenimesista Brian Afanador leyó mostrando el mismo temple y la elegancia con los que días más tarde respondió a comentarios políticamente cargados que hizo la representante Jenniffer González respecto a los olímpicos boricuas.
Contrario a la temperatura en el lugar, la recepción que el público le dio al gobernador durante su turno en el podio no fue la más cálida; pocos aplausos y limitada atención.
Cuando García Padilla le entregó la insignia patria a Cruz, la sonrisa de la voleibolista lucía genuina; la del gobernador, algo cansada.
Rosario aprovechó la ocasión y le presentó al mandatario saliente su propio uniforme olímpico, versión Río 2016, en una caja de regalo blanca con una cinta roja y un lazo azul.
“No se fije en el lazo. Se lo pusimos para que combinara, nada más”, dijo Rosario cuando le entregó el presente a García Padilla. El comentario fue recibido con carcajadas de parte de los delegados.
Buscando avivar a los presentes de similar manera, durante su discurso el gobernador recordó una inusual escala que dio cuando marchó del Capitolio hasta La Fortaleza tras ser juramentado al puesto hace cuatro eneros.
“Hicimos algo que no suele suceder en ese camino. Ese día paré en el Comité Olímpico. Allí estaba nuestra presidenta. Allí estaba Jaime Espinal. Allí estaba... el voleibolista”, dijo García Padilla, olvidando el nombre de Héctor Soto, pilar de la Selección Nacional por los pasados 11 años.
Ante el ataque de amnesia temporera, Alejandro miró hacia la primera fila, donde estaban sentados Sara y Ramón. La sonrisa había desaparecido de su semblante y su expresión era similar a la de un estudiante que es llamado al frente del salón y –al no poder contestar la pregunta del maestro– busca la respuesta en el rostro de sus amigos que lo observan desde los pupitres.
“Pique... Picky”, dijo finalmente. “Estaban otros atletas. Estaba Javier Culson. Y me pidieron que no me olvidara del olimpismo”.
“No olvidé ese compromiso que hice con ellos”, continuó diciendo Alejandro, listo para sacar de su manga la carta que a un político casi le garantiza que recibirá aplausos durante un discurso.
“Y con la aportación que hicimos ayer se completan los siete millones de dólares que le habíamos prometido al Comité”, anunció el gobernador, con visible satisfacción. Nada. Solo aplausos débiles. Al notar la tibia reacción, Rosario se viró y con rostro animado les dijo a los delegados que celebraran.
A ella le hicieron caso. El grupo comenzó a vitorear y a aplaudir más fuerte.
“En las crisis es que surgen las prioridades. Y el Comité Olímpico es prioridad para el País. Por eso es un honor estar aquí hoy”, agregó García Padilla, apelando al orgullo patrio, otra carta fuerte en los discursos políticos.
Entonces, como preparándose para un último intento de ganarse al público, Alejandro les aseguró a los olímpicos presentes que el pueblo los apoyará y les pidió que dieran el máximo para poner buenas noticias “en las páginas de atrás de los periódicos, en las de deportes, por donde algunos todavía comenzamos a leer el periódico”.
“Me encantan las páginas de deportes en los periódicos desde pequeño. Pero ahora me gustan más porque nunca hablan mal de mí”, dijo García Padilla, haciendo reír a algunos.
Luego de una pausa, añadió: “A veces hasta hablan bien”. Pero ese chiste agregado sonó gastado, como que el gobernador trató de exprimir demasiado la premisa.
Cuando acabó la actividad, fue García Padilla quien caminó hacia varios atletas y personalidades en el lugar para despedirse, no viceversa como a menudo suele suceder con el gobernador.
Luego, rodeado de su cuarteto de guardaespaldas, caminó solo entre un mar de gente hasta su caravana; sin cojera, pero chueco.
“Me encantan las páginas de deportes en los periódicos desde pequeño. Pero ahora me gustan más porque nunca hablan mal de mí” ALEJANDRO GARCÍA PADILLA Gobernador