Pobreza, mujer y empresarismo
Existen muchas perspectivas en cuanto a cómo la pobreza debe ser definida, y aunque parezca irrelevante, muchos coinciden en que su definición sienta las bases para comprender mejor cómo aliviarla. Si miramos la pobreza echando a un lado el rigor técnico, pero acercando el corazón a aquellos que la viven, observamos cómo sufren la privación de oportunidades y la incapacidad de poder escoger aquellos caminos que le conduzcan a su desarrollo pleno como seres humanos.
En el Puerto Rico del sigo 21 existe posiblemente más pobreza de la que nos gustaría reconocer. Ya cerca de la mitad de la población vive bajo los niveles de pobreza según las guías del gobierno de Estados Unidos. Una cuarta parte de la población subsiste con menos de $16 al día, lo que los obliga a decidir entre alimentarse o atender otras necesidades. Tales niveles de acceso a recursos se agudizan en un país preponderantemente desigual. Uno donde nuestra riqueza está desproporcionadamente repartida, llegando al 20% más pobre del país solo un 1.7% de lo que se produce. La pobreza en Puerto Rico es real, y aunque no la queramos reconocer, muchos indicadores reflejan que se agudiza aceleradamente cada día.
¿Quiénes son pobres en Puerto Rico? En nuestro país, como en el resto del mundo la pobreza parece tener rostro de mujer. Las mujeres ya constituyen 6 de cada 10 de las personas pobres en el planeta y dos terceras partes de aquellos sin acceso a la educación. En Puerto Rico, un 58% de los hogares pobres está encabezado por madres solteras y cerca de 70% de ellas están desempleadas. Que no quepa duda, de cómo los efectos de la pobreza son sufridos por hogares con jefatura femenina. Se nos hace obligado pensar que si se interesa combatir la pobreza, la mujer tiene que estar en el centro de la solución. No atender el problema de la pobreza con atención al rol de la mujer en la sociedad es dejar al margen a otro grupo aún más vulnerable; nuestros niños. Un 58% de ellos viven en hogares pobres con jefatura femenina. Tomando esto en cuenta, no sería entonces irrazonable favorecer como medio para combatir la pobreza invertir en la mujer.
Si consideramos la relación entre la pobreza y la ausencia de oportunidades que permiten un desarrollo humano pleno, capacitar para el desarrollo de emprendimientos debe ocupar un lugar prominente entre las estrategias que atienden el problema. Muy en especial, cuando se provee capacitación que allega destrezas, particularmente a nuestras mujeres jefas de familia. En estos casos esta capacitación se convierte en una modalidad de intervención que ayuda a atender tan grave problema. Una de las áreas de capacitación que más ha destacado con la finalidad de combatir la pobreza ha sido la formación empresarial de la mujer cimentada en principios de apoderamiento y autogestión. Los programas de empresarismo que buscan ayudar a la mujer a establecer su microempresa ofrecen extraordinarias oportunidades no solo para comprender cómo iniciar un negocio, sino que también resultan transformadores, pues atienden y estimulan la autoestima además de potenciar destrezas y talentos. Qué mejor que tener a una jefa de familia recibiendo estímulos que apoyen su confianza, que fomenten el valor de la educación, que la coloquen en un camino de autogestión, apoderadas para un mejor control sobre sus vidas y las de sus familias.
Promovamos y apoyemos los proyectos empresariales de nuestras mujeres, pues los beneficios colaterales de estos emprendimientos van mucho más allá de la formación de una microempresa. Se trata de un proceso de crecimiento y transformación que beneficia a las familias, la comunidad y a toda nuestra sociedad. Una reducción sensible en los niveles de pobreza puede ser lograda si reconocemos que esta viola nuestros derechos humanos y que podemos combatirla si apoderamos a los grupo más desventajados a cambiar sus circunstancias.