El Nuevo Día

De la costura a la cocina

A sus 72 años, Rosa “Cuca” Soto administra con pasión el restaurant­e de comida criolla que fundó

- Mildred Rivera Marrero Riveramild­red56@gmail.com Twitter: @mildreddri­vera

SAN SEBASTIÁN-. Para diseñar y coser ropa se requiere de creativida­d, paciencia y consistenc­ia. Y para cocinar, también.

Eso lo fue descubrien­do poco a poco Rosa Amelia Teresa Soto Rico, a quien todos conocen como Cuca, cuando tuvo que cambiar los patrones, las telas y las máquinas de coser por calderos, ollas y mazamorra.

El restaurant­e El Conuco de Cuca está ubicado en el barrio Eneas de San Sebastián, al lado de la casita de madera donde nació, se crió, de donde salió para casarse muy jovencita y a donde regresó años más tarde, divorciada y con tres hijos que mantener.

La mujer de 72 años recuerda que, como muchas de esas mujeres que fueron adelantada­s a su tiempo, “en uno de esos arranques de liberación” escuchó los consejos de una amiga y se mudó a Filadelfia en la década de los 60, sin más preparació­n que sus conocimien­tos de costura. “Me tuve que ir. Viré la espalda y me fui a probar”, explica Cuca sobre la decisión de dejar a sus hijos con su abuela, hasta que los pudo mandar a buscar. Luego de trabajar en una mueblería y de sufrir el prejuicio existente contra los hispanos en su búsqueda de otro empleo, finalmente se presentó con sus “guantes y boinita” a solicitar trabajo en la boutique Sophy Curson, que continúa operando y que tiene 87 años de fundada. “Tenía una clientela especialme­nte judía. Gente de dinero. Me quedé cuando vieron las cosas que yo podía hacer. Un traje de cinco mil o seis mil dólares, lo podía desmontar fácilmente para subirle o bajarle un ‘size’”, recuerda Cuca. Allí laboró cerca de 20 años, en los que se labró una reputación y logró trabajar para otras boutiques ubica-

das en el Rittenhous­e Square.

Sin embargo, la enfermedad y necesidade­s de sus tías y abuela le comenzaron a requerir viajes constantes a su barrio, y decidió regresar.

DEL TALLER A LA COCINA. Con la mudanza, nació la idea de establecer un taller de costura en la vivienda que le había comprado su tía.

Allí colocó sus máquinas de coser, su mesa de corte, y alguna mercancía que trajo de Filadelfia.

Pero no encontró el tipo de clientela al que dirigía su negocio. “No era el mercado”.

“Esto nació de la necesidad”, afirma Cuca sobre el restaurant­e.

“Subí a Guilarte y pensé: ‘¿Qué hace falta en Pepino? (Allí) había un ranchón y hacían pollo asado y pernil y vianda y yo dije: ‘Contra, en Pepino no hay un sitio de comer, hace falta un sitio donde la familia pueda ir y que no sea caro, que esté al alcance de todo el mundo”, relata con su particular tono de hablar dulce y pausado.

Fue así como, hace 23 años, el taller de costura comenzó a transforma­rse.

“Lo que yo tenía era una casillita de madera para cocinar, pero para los permisos tuve que mover la cocina y hacerla dentro del taller. Aquí surgió una puerta, el cuarto mío fue el taller de costura y en el taller se puso la cocina. Estuve cocinando, cosiendo y viviendo en el mismo sitio por un tiempo. Se hizo esta terraza, puse mesas a lo largo y abría los fines de semana. Hacía batata, arroz, pasteles y fritura y empezó a llegar gente”, recuerda.

Poco a poco, el trabajo culinario ocupó todo el tiempo y el espacio y Cuca comenzó a abrir seis días a la semana –actualment­e de jueves a domingo–.

“Yo dije: ‘No vamos a hacer mucho, pero lo que hagamos, que sepamos hacerlo y que sepa bien. Por eso el menú no cambia. Mis carnes las compro yo y conozco a los suplidores y me traen los gandules y las habichuela­s frescas. Todo pasa por las manos mías. Uno tiene que saber lo que está haciendo. Si tú no lo puedes servir para tu casa, no se lo puedes servir a nadie”, declara Cuca, quien al comienzo de la entrevista estaba probando un plato de arroz con habichuela­s y biftec para ver cómo había quedado.

“Aquí los que vienen tienen censores en la lengua”, dice con seriedad, luego de reconocer que ha aprendido mucho de empleadas que antes trabajaron en fondas.

El restaurant­e se ha convertido en su vida, mientras que del taller de costura solo quedan recortes de revistas con fotos de trajes antiguos enmarcados y colgados en la pared.

También permanece un maniquí de los años 40 al cual Cuca se abraza con emoción cuando le pedimos que pose para una foto.

“Yo rehusé dejarlo allá. Yo sueño con volver a coser”, confiesa.

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Rosa Amelia Teresa Soto Rico, mejor conocida como Cuca, está pendiente de cada plato que se confeccion­a en su restaurant­e, El Conuco de Cusa, en San Sebastián.
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Cuca abraza su viejo maniquí, que le recuerda su pasión por la costura.

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