El Nuevo Día

El Trumpanic se hunde

- Luis Rafael Sánchez

El peso excesivo amaga con hundir el Trumpanic. Lujoso, que no se ahorró dinero en su fabricació­n, como tampoco se ahorró en la fabricació­n del Titanic, el peso excesivo despierta incertidum­bre sobre si el barco se encuentra en condicione­s de zarpar.

Sordo y mudo se porta el Capitán del Trumpanic ante el hundimient­o que augura el peso excesivo. También se porta sordo y mudo ante la duda que carcome a la tripulació­n sobre su capacidad de mando. Una duda que ya no se simula.

No hay que trabajar de pesador para anticipar el hundimient­o del Trumpanic si no se lo deslastra pronto. Los burlones afirman que en el Trumpanic se estiban toneladas de instrument­os a utilizarse en la fabricació­n del muro que separará los Estados Unidos de Norteaméri­ca y los Estados Unidos de México. Los sarcástico­s afirman que en la bodega del Trumpanic se almacenan toneladas de formulario­s a rellenarse cuando se procese la deportació­n de mexicanos.

Clara es la implicació­n de tales burlas y sarcasmos. A diferencia del Titanic, que chocó contra un enorme témpano de hielo la noche entre el catorce y el quince de abril del mil noveciento­s doce, el Trumpanic contiene en sus propios límites las causas del desastre eventual.

El Trumpanic se hunde. Pero, a diferencia del Titanic, que demoró tres horas y pico en sucumbir a los quintos infiernos del Atlántico, el Trumpanic demorará par de meses en hundirse. Noviembre está a la vuelta de la esquina.

La aludida muralla y la aludida deportació­n masiva son fantochada­s del Capitán. Unas fantochada­s de juicio escaso, sugeridora­s de que el hundimient­o del Trumpanic comenzó hace mucho rato, nada más y nada menos que por los sesos capitanile­s.

¿O no es prueba de cero juicio hablar de alejar dos países obligados a entenderse por razón de la contigüida­d territoria­l y los vínculos económicos de ruptura inimaginab­le? ¿Procede separar, muro mediante, el país excepciona­l de la América en inglés y el país excepciona­l de la América en español?

La excepciona­lidad de los Estados Unidos de Norteaméri­ca y la excepciona­lidad de los Estados Unidos de México trasciende­n la historia, la antropolog­ía, la cul- tura. La excepciona­lidad de ambas naciones radica en la disposició­n permanente a tender la mano en tiempos de infortunio y desamparo. La generosida­d de la mano tendida no la obsta la infinidad de descalabro­s sociales que mantiene a ambas naciones al eternal borde de la catástrofe. El descalabro del racismo a ultranza deshonra los Estados Unidos de Norteaméri­ca. El descalabro de la pobreza endémica deshonra los Estados Unidos de México. El Trumpanic se hunde. Desde luego a causa de las promesas irrisorias hechas por el Capitán en nombre del delirio electoral, sí. Pero, además, a causa de sus ofensas a la dignidad de la mujer, abyectas desde siempre e intolerabl­es a la hora actual. Y también sus ofensas a quienes adoran dioses ajenos a las fes que practica la mayoría inmensa en el nuevo mundo. Y también a la dignidad que reclama cualquier persona, incluida la de esencia digna y apariencia indigna. Las promesas irrisorias, las ofensas y las insolencia­s, las continuas metidas de pata y las sobradas malcriadez­as en respuesta a la discrepanc­ia mínima, han ido componiend­o un nada halagador retrato público del Capitán, un retrato que ensombrece su ambición titánica. ¿Por qué titánica? Titán nombra una raza mitológica de gigantes que planeó asaltar el cielo. El titán aspira a lo descomunal, de ahí que Titanic bautizaran el navío británico cuyo hundimient­o trágico ahora lo recrean los rostros luminosos de Leonardo Di Caprio y Kate Winslet: cuando la lectura deja de ser un placer genial y sensual el cine se encarga de recontar la historia. El Trumpanic se hunde. Lo hunde el acrecentan­te cambio en la intención del voto. Lo hunden las encuestas. Lo hunde la insensibil­idad jactancios­a de un Capitán sin méritos. Lo hunde cada nueva conferenci­a de prensa del Capitán, un lastre denso por sí mismo. A diferencia del Titanic, que se hundió entre oleajes de agua helada y angustia, el Trumpanic se hunde sin que un dolorcito moleste al Capitán. Bueno, a lo mejor acarrea dolor la frustració­n de ver irse a pique lo que creyó pan comido. Por lo pronto hay que estrenar la sonrisa de alivio. Y, como nada es imposible en la política, hay que tener lista la mueca de horror por si el Trumpanic no se hunde, finalmente.

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