El Trumpanic se hunde
El peso excesivo amaga con hundir el Trumpanic. Lujoso, que no se ahorró dinero en su fabricación, como tampoco se ahorró en la fabricación del Titanic, el peso excesivo despierta incertidumbre sobre si el barco se encuentra en condiciones de zarpar.
Sordo y mudo se porta el Capitán del Trumpanic ante el hundimiento que augura el peso excesivo. También se porta sordo y mudo ante la duda que carcome a la tripulación sobre su capacidad de mando. Una duda que ya no se simula.
No hay que trabajar de pesador para anticipar el hundimiento del Trumpanic si no se lo deslastra pronto. Los burlones afirman que en el Trumpanic se estiban toneladas de instrumentos a utilizarse en la fabricación del muro que separará los Estados Unidos de Norteamérica y los Estados Unidos de México. Los sarcásticos afirman que en la bodega del Trumpanic se almacenan toneladas de formularios a rellenarse cuando se procese la deportación de mexicanos.
Clara es la implicación de tales burlas y sarcasmos. A diferencia del Titanic, que chocó contra un enorme témpano de hielo la noche entre el catorce y el quince de abril del mil novecientos doce, el Trumpanic contiene en sus propios límites las causas del desastre eventual.
El Trumpanic se hunde. Pero, a diferencia del Titanic, que demoró tres horas y pico en sucumbir a los quintos infiernos del Atlántico, el Trumpanic demorará par de meses en hundirse. Noviembre está a la vuelta de la esquina.
La aludida muralla y la aludida deportación masiva son fantochadas del Capitán. Unas fantochadas de juicio escaso, sugeridoras de que el hundimiento del Trumpanic comenzó hace mucho rato, nada más y nada menos que por los sesos capitaniles.
¿O no es prueba de cero juicio hablar de alejar dos países obligados a entenderse por razón de la contigüidad territorial y los vínculos económicos de ruptura inimaginable? ¿Procede separar, muro mediante, el país excepcional de la América en inglés y el país excepcional de la América en español?
La excepcionalidad de los Estados Unidos de Norteamérica y la excepcionalidad de los Estados Unidos de México trascienden la historia, la antropología, la cul- tura. La excepcionalidad de ambas naciones radica en la disposición permanente a tender la mano en tiempos de infortunio y desamparo. La generosidad de la mano tendida no la obsta la infinidad de descalabros sociales que mantiene a ambas naciones al eternal borde de la catástrofe. El descalabro del racismo a ultranza deshonra los Estados Unidos de Norteamérica. El descalabro de la pobreza endémica deshonra los Estados Unidos de México. El Trumpanic se hunde. Desde luego a causa de las promesas irrisorias hechas por el Capitán en nombre del delirio electoral, sí. Pero, además, a causa de sus ofensas a la dignidad de la mujer, abyectas desde siempre e intolerables a la hora actual. Y también sus ofensas a quienes adoran dioses ajenos a las fes que practica la mayoría inmensa en el nuevo mundo. Y también a la dignidad que reclama cualquier persona, incluida la de esencia digna y apariencia indigna. Las promesas irrisorias, las ofensas y las insolencias, las continuas metidas de pata y las sobradas malcriadezas en respuesta a la discrepancia mínima, han ido componiendo un nada halagador retrato público del Capitán, un retrato que ensombrece su ambición titánica. ¿Por qué titánica? Titán nombra una raza mitológica de gigantes que planeó asaltar el cielo. El titán aspira a lo descomunal, de ahí que Titanic bautizaran el navío británico cuyo hundimiento trágico ahora lo recrean los rostros luminosos de Leonardo Di Caprio y Kate Winslet: cuando la lectura deja de ser un placer genial y sensual el cine se encarga de recontar la historia. El Trumpanic se hunde. Lo hunde el acrecentante cambio en la intención del voto. Lo hunden las encuestas. Lo hunde la insensibilidad jactanciosa de un Capitán sin méritos. Lo hunde cada nueva conferencia de prensa del Capitán, un lastre denso por sí mismo. A diferencia del Titanic, que se hundió entre oleajes de agua helada y angustia, el Trumpanic se hunde sin que un dolorcito moleste al Capitán. Bueno, a lo mejor acarrea dolor la frustración de ver irse a pique lo que creyó pan comido. Por lo pronto hay que estrenar la sonrisa de alivio. Y, como nada es imposible en la política, hay que tener lista la mueca de horror por si el Trumpanic no se hunde, finalmente.