La nueva Troya
Carlos Fuentes hace la radiografía de un país que conoció y que quiso y en el que encontró las señales de la problemática latinoamericana
Como en “La muerte de Artemio Cruz”, la historia empieza con una muerte, en este caso súbita y violenta: el asesinato, a bordo de un avión que iba de Bogotá a Barranquilla, de Carlos Pizarro Leongómez, candidato a la presidencia de Colombia. Corría el año 1990 y hacía solo 49 días que Pizarro – el “Comandante Papito”había entregado su arma de guerrillero del M- 19 para ponerse a la cabeza del nuevamente formado partido Alianza Democrática M-19. En su campaña había dicho: “Ofrecemos algo elemental, simple y sencillo: que la vida no sea asesinada en primavera”.
El texto entero de este libro póstumo de Fuentes –que tiene de crónica, ensayo y novela y que se fundamenta en un hecho real- es una vuelta atrás que recoge la vida del hombre asesinado y también las de sus hermanos y amigos, además de las vidas de los colombianos “de abajo”, atrapados en su abyecta situación social por una violencia que ha asumido el poder y la centralidad del estado. Las luchas legendarias entre conservadores y liberales que han consumido al país han enfrentado a las élites mientras los menos privilegiados se han hundido en una pobreza que exacerba la situación.
Fuentes hizo aquí la radiografía de un país que conoció y que quiso y en el que encontró las señales de la problemática latinoamericana. Al analizar su longeva violencia (iniciada, en el siglo XX, con otro asesinato: el del político Jorge Eliecer Gaitán en el 1948) se refiere a sus inicios, su propagación y sus efectos no solo colectivos sino individuales. Es una radiografía devastadora en la que se inserta la historia de Carlos Pizarro, convertido en otro Aquiles colérico contra la injusticia. Uno de los cinco hijos de un alto oficial del ejército colombiano, educado en colegios de la élite, fue testigo de las desigualdades que condenaban a sectores mayoritarios del pueblo colombiano a la inmovilidad social, cuando no a la miseria más abyecta. Tomó, pues, el camino de la selva, acompañado por otros (Jaime Bateman Cayón, Iván Marino Ospina, Álvaro Fayad) que aquí adquieren nombres épicos como Diomedes, Cástor, Pelayo. Como guerrilleros, llevaron a cabo secuestros, robos de armas y ataques a embajadas y al Palacio de Justicia. Los ataques más sonados, entre los cuales estuvo el robo de la espada de Bolívar en el 1974, no se consignan aquí. El autor se detiene más bien en sus historias reales o en las inventadas por ellos y en sus elucubraciones sobre el poder y la manera de enfrentarlo.
Se trata, pues, no solo de la crónica de un asesinato sino de un análisis que toma en cuenta –como lo hizo Fuentes anteriormente en “Valiente mundo nuevo” y “El espejo enterrado”- la génesis de la violencia en Latinoamérica. Aquí, como en el primero de esos ensayos, Fuentes plantea la disparidad entre la imaginativa creatividad de la región en el terreno de la cultura y su atraso en el terreno político.
El novelista que había en Fuentes lleva la acción hacia una apoteosis final en que el político sucumbe a las mismas fuerzas que había querido conjurar, víctima –como lo es también su victimario- de una espiral aparentemente inacabable de venganzas y retribuciones.
Intensa, estremecedora, contada fragmentariamente a través de los diferentes agentes de una acción que no parece tener dirección fija ni norte seguro, esta historia es un testamento digno del gran escritor. El texto quedó inacabado a su muerte; se ha publicado ahora –como quería su autor cuando la situación de violencia institucionalizada de las guerrillas toca, aparentemente, a su fin. La edición ha estado a cargo del crítico Julio Ortega, quien señala en un prólogo explicativo que Fuentes había incluido este texto como el tercero de sus “Crónicas de nuestro tiempo”, de las cuales solo publicó en vida “Diana o la cazadora solitaria” (1995) ya que la segunda, “Prometeo o el precio de la libertad” nunca se escribió y esta que tenemos en las manos había quedado en un borrador, felizmente rescatado ahora.
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