La poesía entrañable de Miguel Hernández
Hay mucho de humano, mucho de vivencial en este libro que –en estrictotendríamos que clasificar como de crítica académica relativa a un gran poeta español, Miguel Hernández (1910-1942). Más allá de toda especialización, sin embargo, el buen crítico parte de un encuentro asombrado, de una respuesta personal a un texto que lo mueve y por lo tanto enriquece su lectura. Esa primera respuesta precede a la analítica y la potencia. Permite bucear intuitivamente en textos que –por ser fruto de una práctica literaria, es decir, por ser arte- tienen mucho de intuición. Reconocer esa primera respuesta es un acto de honestidad por parte del estudioso, que así pone sus cartas sobre la mesa.
Eso ha hecho Mercedes López-Baralt en este trabajo investigativo y crítico que incide sobre la poesía del “poeta-pastor” que salió de Orihuela, un pueblo de Alicante, para asombrar al mundo literario de Madrid (y luego al ancho mundo hispánico) con una obra contundente que reunía alientos gongorinos, ecos de la poesía tradicional española y marcialidades épicas, al igual que visiones surrealistas, osadas formulaciones metafóricas y llamativas sonoridades. Su vida fue breve y excepcional: del aislamiento provincial y de la anonimia social pasó al reconocimiento literario; se le considera hoy uno de los poetas sobresalientes de la llamada generación del 36 española. Poeta del amor y de la guerra, fue pastor, soldado de la república en la Guerra Civil y prisionero durante los últimos tres años de su vida, muriendo en la cárcel a los 31 años de edad.
López Baralt analiza varios de sus poemarios: “Perito en lunas” (1933), el más gongorino de ellos; “El rayo que no cesa” (1936); “Viento del pueblo” (1937); “El hombre acecha” (escrito entre 1937 y 1938, publicado parcialmente en 1960) y “Cancionero y romancero de ausencias” (escrito entre 1938 y 1942, publicado en 1958). Subraya las diversas fuentes de esta poesía: Góngora, Neruda, Aleixandre, el romance tradicional español, el surrealismo, la poesía popular y la mitología clásica, a partir de la cual el poeta crea la suya propia.
Se señala la riqueza léxica, literaria, métrica, referencial de esta obra que no solo ha trascendido literariamente sino popularmente también, gracias sobre todo a la musicalización hecha por Joan Manuel Serrat de muchos poemas. Recordemos, por ejemplo, la “Elegía” dedicada a su amigo Ramón Sijé (del libro “El rayo que no cesa”), que le obtuvo al poeta el espaldarazo público de Juan Ramón Jiménez: “Yo quiero ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas,/ compañero del alma, tan temprano... //A las aladas almas de las rosas/ del almendro de nata te requiero,/ que tenemos que hablar de muchas cosas,/ compañero del alma, compañero.” O, entre otros poemas memorables, las “Nanas de la cebolla”, del “Cancionero y romancero de ausencias”, poema dedicado a su hijo, amamantado por una mujer que –en su pobreza- solo comía cebollas: “En la cuna del hambre/ mi niño estaba./Con sangre de cebolla/ se amamantaba./Pero tu sangre,/escarchada de azúcar,/ cebolla y hambre./.../Vuela niño en la doble/ luna del pecho:/ él, triste de cebolla,/ tú, satisfecho./No te derrumbes./No sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre.”
El arsenal crítico de Mercedes López Baralt es muy amplio. Incluye no solo los instrumentos académicos sino también otros que recogen la amplia gama de resonancias que tiene la literatura más allá de su propio ámbito: las canciones de Serrat, la oralidad, el cine, la plástica. Un capítulo inicial del libro traza la recepción en Puerto Rico de esta poesía, relacionándola sobre todo con actitudes literarias del grupo poético de la revista “Guajana”, especialmente en la poesía de Andrés Castro Ríos.
Este estudio trasciende el ámbito académico para ofrecer la experiencia vivencial del poeta y su poesía. ¿Qué mejor tributo a la palabra poética que su repetición? ¿Y qué mejor complemento para ello que un análisis que la devuelva al ámbito culto para seguir ampliando su riqueza expresiva y referencial?