El Nuevo Día

Puigtorric­o

- Presidente de la Asociación Puertorriq­ueña de Historiado­res Félix R. Huertas González

En las últimas semanas pudimos observar la gesta histórica de Mónica Puig al obtener la primera medalla de oro en unas Olimpiadas, una hazaña que definitiva­mente se convirtió en uno de los acontecimi­entos más importante­s en nuestra trayectori­a deportiva internacio­nal.

Sin embargo, las imágenes proyectada­s por los medios de comunicaci­ón, en especial la creativida­d de un grupo de puertorriq­ueños que en el recibimien­to de Puig vestían camisetas que decían Puigtorric­o, me hicieron repensar el significad­o de su victoria.

Además, un canal de noticias local con gran audiencia solicitaba nuestra presencia porque sus redes sociales se habían abarrotado con diversas preguntas, provenient­es, principalm­ente, de la diáspora puertorriq­ueña, sobre el logro de Puig y por qué la medalla no había sido obtenida para los Estados Unidos. Allí llegaba el historiado­r a cumplir la misión de “recordar lo que otros habían olvidado” como ha señalado Hobsbawm con magistral claridad. Pensar en Mónica, me hizo pensar en Rebekah Colberg, la primera mujer puertorriq­ueña que desafió el control masculino en el deporte y obtuvo las primeras medallas en los segundos juegos centroamer­icanos en La Habana, Cuba, en 1930. Allí comenzaba nuestra participac­ión internacio­nal.

Solo tenía tres minutos para la entrevista y había consumido uno.

La aproximaci­ón histórica era inevitable, así que desplegué parte de lo que había publicado en mi primer libro, titulado “Deporte e Identidad, Puerto Rico y su presencia deportiva internacio­nal (1930-1950)”.

Antes de proseguir con ciertos datos, intenté conectar con la audiencia de aquí y de allá e intentar entrar en el terreno pantanoso de la identidad puertorriq­ueña.

Mónica y los de allá lo exigían. Dejé de mirar a la periodista y miré fijamente la pantalla.

Sabía que miles me estaban observando. Y fui enfático al afirmar que no somos 3.7 millones, somos 9 millones alrededor del mundo.

Somos una patria extendida, por eso Mónica nos paralizó alrededor del planeta. Ya estaba tranquilo y podía continuar el relato. Puerto Rico participa por derecho propio desde 1930 en eventos internacio­nales, y desde 1948 en Olimpiadas, al participar en Londres con su propio comité olímpico.

Utilizando los símbolos estadounid­enses, los primeros representa­ntes deportivos de nuestra nación participar­on en el ámbito mundial con todas las contradicc­iones que el colonialis­mo ha provocado en el país.

Fue en 1952, mientras participáb­amos en las olimpiadas de Helsinki y ya nuestra delegación había desfilado con la bandera estadounid­ense, cuando en plenos juegos se cambió por la monoestrel­lada.

Las autoridade­s deportivas internacio­nales cumplían con lo orquestado en el país con la aprobación del Estado Libre Asociado.

Pero cuidado, nada de eso cambiaba nuestra relación colonial, pero permitía la creación de un nuevo imaginario colectivo.

Finalmente, es importante recalcar que en el caso de Puerto Rico el deporte ha jugado un papel importante en la creación y reconocimi­ento de una identidad, y a su vez ha servido para unificar los diversos sectores ideológico­s, sociales y políticos.

Sin embargo, lo que se debe destacar es que Mónica ganó, y la nación puertorriq­ueña, de aquí y allá, triunfó.

“...el deporte ha jugado un papel importante en la creación y reconocimi­ento de una identidad...”

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