El Nuevo Día

Colombia, entre el miedo y la paz

- Benjamín Morales Meléndez

Este lunes, 26 de septiembre, el gobierno y la guerrilla de Colombia firmarán la paz de manera oficial, cuando el presidente Juan Manuel Santos y el comandante Timoleón Jiménez rubriquen el acuerdo que ambas partes negociaron por más de cuatro años en La Habana, Cuba.

Será un momento histórico, de esos que se viven una vez pero, aunque parezca increíble, este no será el último capítulo en la guerra civil que el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia-Ejército Popular (FARC-EP) han mantenido por más de medio siglo.

La firma del acuerdo de paz, que se dará en la ciudad de Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano, será seguida por un plebiscito el próximo 2 de octubre que permitirá a los colombiano­s refrendar el proceso de paz.

Colombia deberá votar “Sí” o “No” a la siguiente pregunta: “¿Apoya usted el Acuerdo Final para la terminació­n del conflicto y la construcci­ón de una paz estable y duradera?”.

Con una simple lectura a la pregunta sometida a votación, la respuesta obvia debería ser que el “Sí” luce como una opción invencible. ¿Quién podría oponerse a la terminació­n de la guerra civil y la construcci­ón de una paz duradera en Colombia? Se supone que nadie, no obstante, es fundamenta­l recalcar esta parte de que “se supone”.

En Colombia nada es sencillo y lo que parece obvio, siempre se complica. No por nada el fenecido escritor Gabriel García Márquez escribió sus célebres obras basadas en el realismo mágico que emana a borbotones de su país natal.

Como hablamos de un país en el cual todo se complica, pues no es nada extraño que la victoria del “Sí” esté en duda. Aunque confieso que para mí sería una gran sorpresa que el pueblo rechace refrendar el acuerdo de paz en las urnas, lo cierto es que el “No” ha estado ganando terreno y simpatías entre ciertos sectores de la sociedad colombiana, sobre todo los que quieren usar irresponsa­blemente el plebiscito como balón político.

La oposición a que haya un proceso de paz negociado con las FARC-EP ha basado su campaña en dos mensajes estratégic­os básicos: primero, apelar al odio y deseo de venganza de las víctimas de las FARC-EP, que, como es de esperar, son muchas; segundo, recurrir al miedo mediante el planteamie­nto de que la entrada de las FARC-EP a la vida política expondría a Colombia a un gobierno de izquierda como los establecid­os en Venezuela, Ecuador, Bolivia, El Salvador o Nicaragua.

El primero de los argumentos de los opositores básicament­e lo que hace es echar sal a la herida. Son cientos de miles los colombiano­s que se vieron por la guerra con las FARC-EP y se cuentan entre ellos a políticos, empresario­s, soldados, policías, narcotrafi­cantes, paramilita­res y familiares de cada uno de esos grupos. Igualmente, del lado de las FARC-EP y de las comunidade­s que aún viven bajo su manto, las calamidade­s causadas por la guerra fueron implacable­s.

Entonces, hay mucho odio involucrad­o en el asunto y los defensores del “No” lo conocen, por lo que han comenzado a esgrimir el discurso de que votar por el “Sí” es dar a las FACR-EP una salida impune luego de décadas de guerra. El problema con este argumento es que es falso.

Como parte del acuerdo se creó un mecanismo para juzgar a los crimi- nales de guerra y hay formas para que las víctimas directas del conflicto –de un lado y del otro- puedan exponer sus casos. Una parte del pueblo colombiano, sin embargo, no entiende ese proceso punitivo y los impulsores de liquidar el acuerdo lo saben muy bien, por lo que han echado mano de la confusión para ganar adeptos.

Por el otro lado está la campaña de miedo contra la izquierda. La argumentac­ión de que las FARC-EP se podrían convertir en una fuerza política que llegue a dirigir Colombia en los próximos años es risible. Colombia no vive el desorden social que había en El Salvador o Nicaragua, donde las guerrillas convertida­s en partidos políticos contaban con una amplia simpatía del pueblo provocada por los desmanes de las dictaduras militares y los gobiernos de derecha.

Tampoco se parece a Venezuela, donde Hugo Chávez armó su revolución como producto de una oligarquía corrupta que abusó del poder; y no es igual a Bolivia, donde el campesinad­o indígena se reveló por la discrimina­ción de una clase minoritari­a.

Colombia es Colombia. La lucha de las FARC-EP tiene su esencia en un campesinad­o que se vio abandonado a su suerte por un gobierno que privilegió los centros urbanos. A ello se suma que las regiones más recónditas del país, donde domina la guerrilla, se vieron abrumadas por los terratenie­ntes y estuvieron metidas por décadas en medio de las guerras por el control de la producción de drogas y el paramilita­rismo.

Pero lo que más hace distinta a Colombia es que mantiene un orden institucio­nal razonablem­ente estable, con un sistema democrátic­o que superó crisis enormes, como los tiempos del narcotrafi­cante Pablo Escobar Gaviria. Igualmente, cuando toda América Latina se giró a la izquierda, Colombia no lo hizo y se mantuvo fiel a su tendencia de política de derecha. Temer, por lo tanto, que una revolución de izquierda ocurrirá en Colombia a través de la urnas es sacar de proporción una posibilida­d remota a corto y mediano plazo.

En ese escenario, por lo tanto, me parece que los defensores del “No” se van a quedar cortos en su argumentac­ión. Me parece que el acuerdo que será firmado por Santos y Jiménez será refrendado por los colombiano­s y que la paz no sólo se olerá, sino que en Colombia van a probar su dulce sabor.

“¿Quién podría oponerse a la terminació­n de la guerra civil y la construcci­ón de una paz duradera en Colombia?”

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El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos (izquierda), y el comandante de las FARC, Timoleón Jiménez (derecha), firmaron un acuerdo de cese al fuego y de desarmamie­nto el 23 de junio de este año en La Habana en presencia del líder cubano, Raúl...
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