El Nuevo Día

Encuentros y lejanías

- Carmen Dolores Hernández

Un tono testimonia­l, algo distante emocionalm­ente, caracteriz­a las tres crónicas que, con un preludio, conforman este libro. Asumiendo consciente­mente el oficio de cronista –de observador­el escritor se inserta en diferentes entornos e interactúa con una diversidad de personas, pero siempre con un cierto desapego que lo lleva a “escapar”, finalmente, de la posibilida­d de establecer un compromiso con esas personas. No es que al cronista le falte comprensió­n, incluso compasión, por lo que oye y lo que ve. La distancia que guarda parte, sin embargo, de una soledad que quiere preservar incólume.

El preludio nos inserta en el seno de la comunidad dominicana en San Juan y yuxtapone dos modos de ser y de vivir. La diferencia la subraya la casera de un hombre que llora a su hijo muerto en Santo Domingo. La común humanidad, sin embargo, mueve a gestos solidarios que zanjen toda diferencia, gestos que el cronista no es capaz de hacer.

En “La 20” la marginalid­ad impone la distancia entre el cronista y el “poeta” deambulant­e, deseoso y a la vez temeroso de integrarse a una actividad teatral en la que leerá sus versos. Cuando desaparece sin participar en ella, el cronista hace alguna gestión para encontrarl­o pero se resigna -sin mucho esfuerzo- a una ausencia que se hace permanente. Es la segunda de las renuncias que van conformand­o un patrón emocional.

La crónica titulada “Nubes”, una pieza memorable, proyecta anhelos y distancias, en este caso geográfica­s además de emocionale­s. El cronista, de visita en Costa Rica, parece escuchar un reclamo provenient­e del mundo de la poesía (quiere ir al pueblo llamado “Nubes”) y se enfrenta con el reclamo alterno de alguien que busca intimidad (cuando conoce a Carlos en la estación de autobuses). No responde ni al uno ni al otro o, mejor dicho, no responde del todo, alejándose aún a sabiendas de la herida que le infligirá a Carlos al hacerlo. “No llamé” es la escueta explicació­n para ese alejamient­o.

“No regreso” podría haber dicho también en la última crónica, ambientada en Santo Domingo, cuyo título es el del libro. Pero dice algo más: “Yo... también guardo silencio cuando quiero escapar”. Al hacerlo, coloca su escrito en un plano que supera la anécdota: la suya es la respuesta de la soledad esencial del escritor frente a la vida que refleja en su obra. Es la distancia que asume Walt Whitman en su poema “I Sit and Look Out” de “Leaves of Grass”: “I sit and look out upon all the sorrows of the world, and upon all oppression and shame...” dice su primer verso. Y los últimos dos resuenan con la imagen del cronista como testigo y observador de la vida, viajero que va de paso:

“All these—All the meanness and agony without end, I sitting, look out upon,

See, hear, and am silent.”

El círculo se abre con el cronista y termina con él, que nos ha prestado sus ojos y su sensibilid­ad para que veamos y sintamos a través de ellos. En ello reside la originalid­ad de su visión, confirmada en el brillo de una “Los tres golpes” Luis Negrón San Juan: Instituto de Cultura Puertorriq­ueña, 2016 prosa elegante, balanceada en sus ritmos y capaz de convocar imágenes complejas de personas y de lugares, como sucede con esta descripció­n de la Parada 20 temprano por la noche: “Afuera la avenida Fernández Juncos brilla como puede. Los carros pasan desatados, traspasand­o el semáforo si está verde o acelerando, tras la pausa de la luz roja. Más tarde en la madrugada pararán frente al negocio a pedir una cerveza o a matar la borrachera y el hambre... Pero por ahora la noche es abundante en opciones y pasan de largo”.

No es algo –pasar de largo- que podamos hacer frente a esta escritura. cdoloreshe­rnandez@gmail.com

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