Ondulit avanza con su propuesta única
Donde tenemos el poder para desarrollar los importantes segmentos de la economía primaria no lo ejercemos. Nos referimos a la industria de productos y servicios agropecuarios, avícolas, porcinos, a las cadenas de supermercados y farmacias de capital local y a otras actividades comerciales y culturales dentro del sector público y privado.
Seguimos navegando en el zepelín de la esperanza creyendo que con medidas especiales y ocasionales provenientes del gobierno de Estados Unidos, lograremos establecer un desarrollo económico, garantizando la calidad de vida que hemos disfrutado por las últimas tres décadas.
Es racional darle la bienvenida a los fondos federales y exenciones contributivas a las empresas foráneas que el gobierno estadounidense otorga, entre otros créditos, para establecerse en la Isla. No obstante, es irracional que nuestro desarrollo socioeconómico dependa de estos factores.
Otro componente que afecta nuestro desarrollo, es la excesiva tolerancia hacia las inversiones foráneas e inclusive las de capital nativo, que obtienen generosas exenciones contributivas y tratos especiales de patentes, entre otros impuestos de los gobiernos estatales y municipales, a cambio de nada.
Por otra parte, aunque escuchamos con júbilo y buena fe el tema de las exportaciones, es necesario ser conscientes de que para que exista una economía de escala que permita al empresario expandir su mercado en el exterior, primero tenemos que cimentar nuestra capacidad industrial. ¿Cómo podemos ser exitosos en la exportación si no somos capaces de sustituir las importaciones?
El Estado está revestido de un poder político para crear normas, leyes y condiciones que permitan defender a aquellos sectores que pueden crear una economía propia, recurrente y transferible a los cambios generacionales. A la vez, el Estado puede incentivar y propulsar, en libre competencia, a aquellos sectores en mayor vulnerabilidad social y económica dentro de nuestro País.
No es un optimismo basado en una posibilidad, y sí una posibilidad el lograr metas en una economía basada en la producción garantizada por el consumo del pueblo, y basada también en nuestro profesionalismo, infraestructura y ubicación geográfica.
Las estadísticas dentro y fuera de Puerto Rico y Estados Unidos indican que de cada tres empleos, dos son responsabilidad de las pymes locales. Además, los supercentros de líneas completas y las megacadenas detallistas representan un 30% de la nómina de estos sectores, contrastando con las empresas nativas que son responsables del 70% de la nómina que se paga en nuestra bella Isla.
Entre las mayores riquezas de un pueblo, se encuentra su autoestima. Lamentablemente, gran parte de los puertorriqueños perpetúa la noción de que los productos y servicios del continente norteamericano y europeo son mejores.
En la época del descubrimiento de Puerto Rico y siglos después era una realidad que para obtener productos de calidad, servicio y educación, había que recibirlos de los continentes. Así es la subcultura de las islas caribeñas y Puerto Rico no es la excepción.
Por tanto, como pueblo deberíamos fomentar el orgullo boricua; hoy somos iguales a los pueblos y países del continente. Solo basta con mirar el éxito que hemos tenido en los deportes, la música, la cultura, la universidades y hasta en certámenes de belleza, entre muchas otras áreas.
Fomentar el orgullo por lo de aquí resulta particularmente importante, sobre todo ante la llegada de la Junta de Supervisión Fiscal. De hecho, las expectativas para con la junta creada por la ley federal PROMESA, están divididas. Una parte de la opinión del pueblo y de los empresarios es que viene a reglamentar y poner en orden lo que nuestros gobernantes no pudieron hacer, en el sentido de austeridad administrativa.
También, albergan el convencimiento de que con su advenimiento implementarán un amplio programa de rehabilitación económica.
La otra parte de la población se sumerge en una ansiedad producida por la percepción de un futuro incierto, con la equivocada percepción de un camino que no sabemos andar. En este maremagno de confusiones, la situación económica se hace más precaria, los empleados públicos viven aterrados y las familias puertorriqueñas se dividen emigrando en busca de mejores oportunidades. Debemos contribuir a la paz.
En la otra cara de la moneda, por razones de orgullo o estrategias, los integrantes de los partidos políticos, salvo honrosas excepciones, cuestionan y exageran la percepción negativa de los poderes de PROMESA con el manifiesto propósito de culparla de las medidas antipáticas que en un futuro tendrán que ejecutar para remediar la crisis fiscal y económica en la que nos encontramos.
Independientemente de los culpables o inocentes, la Fundación Jesús Saad Nazer reconoce que PROMESA no es una varita mágica que resolverá nuestros problemas. Por muchos poderes que tengan los integrantes de la Ley de Supervisión Fiscal, la fundación reclama el derecho a que escuchen a las instituciones de este País y el consenso del pueblo. Por encima de todo, está nuestro derecho a coparticipar con PROMESA en las decisiones que haya que tomar.