El Nuevo Día

CIEN AÑOS, MILES DE HISTORIAS, UN SOLO CORAZÓN

EL CENTENARIO DEL COLEGIO DEL SAGRADO CORAZÓN EN PONCE

- Texto Carmen Dolores Hernández Especial Por Dentro

Una puerta enormede madera oscura dominaba la fachada del imponente eddificio de la calle Isabel en Ponce. A mis 13 años, tuve miedo de entrar cuando se abrió, en la parte baja de aquella gran puerta, una más pequeña por donde debíamos pasar mi madre y yo. Una vez adentro del Colegio del Sagrado Corazón, la religiosa anciana que nos recibió nos llevó a un patiecito soleado, con tiestos y plantas florecidas. Desde allí se vislumbrab­a –al final de un anc cho pasilloead­o otro patio, ese enorme, sombrede árnepos boles que luego supe eran queny tauta marindos, con alguno de la frullamada –apropiadam­ente- corazón. La aleegría del sol vibrante del sur, la brillantez de los verdes y la amplitud del patio suavizaroo­n mis inonrisa quietudes; aún más lo hizo la s que nos gedora de la madre Ana Luisa Vique nos dio la bienvenida y me recibió como alumna interna. Mi madre se despidió. Yo me quedé en próximosaq­uel colegio cuatro dondeaños. A pasaría,pesar de que todointern­a, los parecía augurar lo contrario, fue eron de los más felices de mi vida. Allí estuudié la alta escuela, allí descubrí la literatura espanola allí hice amigas que –hasta el día de hoy - son mi alegría y mi apoyo.

LA FUNDACIÓN. Situado entre las ccalles Isabel y Cristina, a unas tres cuadras de la plaza de Ponce,ciedad del aquel Sagrado colegio Corazón pertenecía a la Soesús,de Jesus, orden francesa fundada en 1800 por santa Magsentido, dalena Sofía Barat. En cierto sentido su fundación fue una respuesta –desde la silicismo tuación de la mujer y del catol del momento- al empuje de la Ilusttraci­ón que cambiaba las categorías intelectua­les y fia losóficas de la vida. Sin recurrira retóricas conf ron tac ion al es, Maga da lenaSofíae­sta era ría bleció un instituto que empodea las mujeres durante más de dos siglos, ofresino ciéndoles no solo instrucció­n sla caamiento pacidad de desarrolla­r un pensainnse­rtarse dependient­e que las ayudara a insertarse en la sociedad de diferentes maneras, desde

ocupar las esferas domésticas con conscienci­a de su valor hasta acceder a posiciones de liderato religioso, intelectua­l y social. La formación integral de las estudiante­s fue siempre una prioridad. No se hacían concesione­s por el hecho de que la educación se dirigiera a mujeres. Adaptando el plan de estudios de los jesuitas, la “Santa Madre” –como la conocemos las exalumnas- exigía disciplina y aplicación. Además de la espiritual­idad que permeaba la vida entera de los colegios, se enfatizaba el aprendizaj­e, el cultivo de la imaginació­n y de la memoria además de la urbanidad o buenos modales.

Los colegios del Sagrado Corazón crecieron y se multiplica­ron en Europa. Llegaron a América en 1817 con la madre Rosa Filipina Duchesne, quien en 1821 estableció uno en Grand Coteau, Louisiana, que aún existe. La primera fundación de América Latina fue una Escuela Normal en Santiago de Chile, establecid­a en 1854; en 1858 se fundó un colegio en La Habana.

PUERTO RICO. Tres religiosas -Micaela Fesser, cubana; Armeline Morin y Victoria Gingras, canadiense­s- llegaron a San Juan en abril de 1880 procedente­s de La Habana. La Diputación Provincial le había pedido a la superiora del colegio de aquella ciudad que establecie­ra uno aquí para educar a las hijas de la burguesía. En octubre de 1882 ocuparon el edificio que les construyó la Diputación en Miramar, hoy sede del Conservato­rio de Música. Allí tuvieron su colegio hasta el cambio de soberanía, cuando las propiedade­s del estado español pasaron al gobierno estadounid­ense, que no tenía lazos con la Iglesia.

En 1903 las religiosas le compraron a don Pablo Ubarri Iramategui el terreno de 117 cuerdas de la Hacienda San José, frente a la Carretera Central y le encomendar­on al ingeniero José Antonio Canals Vilaró los planos para construir un colegio. Inaugurado en 1907, el edificio es hoy sede de la Universida­d del Sagrado Corazón. Su hermosa capilla, obra de José Antonio Canals Vilaró y Luis González, se inauguró en 1913.

PONCE. Hacia 1915 varias familias ponceñas pidieron una fundación. En 1916 la orden alquiló una casa en la calle Isabel. Entre las primeras religiosas en llegar estuvieron las mexicanas Josefina Landerrech­e y Ángeles Palomar; la superiora, Matilde Moreyra, era cubana. También vinieron religiosas irlandesas, belgas y estadounid­enses. El 20 de octubre de 1916, fiesta de Mater Admirabili­s, el colegio de Ponce abrió sus puertas. Esa virgen, venerada en los colegios del Sagrado Corazón, es la imagen de una mujer joven, estudiosa y trabajador­a, entregada a la reflexión, con un libro abierto a sus pies y un huso a su lado.

El colegio empezó con 9 alumnas externas, entre ellas Julia Ma. Poventud Armstrong, Teresa Clotilde Vidal Santiago, Gloria de la Pila Valdecilla, Margarita Arbona Vicéns y Magdalena Meliá Cortés. Tan pocas eran que las religiosas les pidieron a algunas familias que enviaran a sus niñas, aunque fueran muy pequeñas. Fue el caso de sor Isolina Ferré que llegó al colegio de tres años.

EL COLEGIO “VIEJO”. De 1916 a 1962 el colegio estuvo en el viejo edificio de Isabel y Cristina. Fueron 46 años de labor educativa que produjeron alumnas excepciona­les, comprometi­das con la sociedad, empezando por la misma Isolina Ferré, religiosa de las Siervas Misioneras de la Santísima Trinidad, cuya labor social fue ejemplar. Allí estudiaron también Nylda Gotay de Hatton, Sara Salazar de Candal, Belén Serra, Jeannette Blasini, Olga Soler, Adlín Ríos Rigau, María Inés Suárez, Maruja Candal, María Dolores Luque y Neysa Rodríguez Deynes.

Muchas otras exalumnas han contribuid­o calladamen­te a fomentar un clima de cohesión y solidarida­d social. El colegio infundía un sentido del deber (“el deber ante todo, el deber siempre”, repetían las religiosas) y de servicio a los demás. “De las Madres aprendimos muchas cosas que nos ayudaron en nuestras vidas”, dice una graduada de 1960. “No importa que fuéramos amas de casa o que estuviéram­os en la fuerza laboral: sus enseñanzas nos sirvieron de guía para todo tipo de situacione­s en nuestras vidas”.

Un pequeño museo en el actual colegio guarda recuerdos de los ritos y ritmos de la vida en el Sagrado Corazón: los uniformes (de tabletas azules pesadas, con blusa de mangas largas) y los guantes blancos con que se recibían las “notas” los viernes (más que calificaci­ones escolares, medían el comportami­ento y la aplicación: en la ceremonia semanal ante el colegio entero se repartían tarjetas de diferentes colores que certificab­an el desempeño personal). Se exhiben también las bandas que se otorgaban por buen comportami­ento, los velos para las Misas diarias y la “Reglamenta­ria”, campana que marcaba los cambios de clases y el ansiado inicio del recreo. Allí están los boletines de las notas y las “claquetas” o señales que las religiosas usaban para llamar la atención sin levantar la voz. “Clac, clac, clac”: a formar el arreglo (en el vocabulari­o del Sagrado Corazón, significab­a ponerse en fila); “clac, clac, clac ”: a caminar en silencio; “clac, clac, clac”: a hacer el saludo ritual ante las religiosas de mayor rango.

La vida que vivimos entre los altos muros de un edificio ya viejo para los años cincuenta y sesenta del pasado siglo (una parte nos estaba vedada por su estado precario) transcurrí­a ordenada y tranquila. Las clases eran todas en español, menos la de inglés, y se le daba un énfasis especial a la expresión oral (había exámenes orales delante del colegio entero) y escrita (semanalmen­te se asignaban redaccione­s que las maestras revisaban atendiendo no solo a la corrección gramatical y ortográfic­a sino también al “estilo”, es decir, la eficacia y belleza de la comunicaci­ón). Nos enseñaban -en la clase de urbanidad- cómo manejar diversas situacione­s sociales y en la de “labores” las destrezas de la aguja.

Había períodos de estudio (en salas divididas por niveles: mayores, medianas y pequeñas) y los había de juegos. Había períodos de silencio (muchos) y de conversaci­ón; había días de clases y los había de asueto (con juegos imaginativ­os). El coro, en las Misas, cantaba como los ángeles y un club dramático dirigido –durante mucho tiempo- por Sara Salazar de Candal, una de las profesoras más creativas e inteligent­es de Ponce, presentaba obras que en alguna ocasión se llevaron al teatro la Perla de esa ciudad y al Rex de Aguadilla.

La mayoría de las alumnas eran externas; algunas eran internas: solo salían los fines de semana. Venían de Aguadilla, Guayama, Humacao, Mayagüez, Cayey, San Juan. El dormitorio estaba dividido en “alcobas” separadas por tabiques y cortinas, cada una con una cama, un lavabo y un armario. Lo

último que oíamos antes de acostarnos era la campana que anunciaba la oscuridad y el silencio, además de una jaculatori­a pronunciad­a por la religiosa que nos acompañaba: “Sagrado Corazón de Jesús, Inmaculado Corazón de María, les doy el corazón y el alma mía”. La misma voz, la misma campana y la misma jaculatori­a nos despertaba a las seis de la mañana, hora de ducharnos, a veces sin agua caliente.

LA NUEVA ÉPOCA. Ha habido, desde luego, cambios. En los años cincuenta, con más alumnas, los viejos edificios no daban más: proliferab­an las goteras (cada una de las bandas azules tenía una asignada; cuando llovía, corría a colocar un recipiente debajo de la “suya”); los pisos de madera crujían por la polilla; el patio que tan grande nos había parecido quedaba pequeño. Se pensó en una construcci­ón y una mudanza. Las religiosas adquiriero­n un amplio terreno, del tamaño de una manzana de casas, en la urbanizaci­ón La Alhambra y procediero­n a la construcci­ón de varios edificios de tres pisos, conectados entre sí y rodeando un gran patio. Inaugurado el nuevo colegio en 1962, en septiembre empezó el curso con 278 alumnas y varias religiosas, entre ellas las madres Margarita Mir, Marta Alcoz, Ana María Corrada, Ada Duarte y Cristina Colás.

El colegio, que aún existe aunque bajo un régimen administra­tivo diferente, tiene ahora 787 alumnos, 55 maestros (todos seglares) y 31 empleados no docentes. Desde 1978 acepta varones y hay alumnos de todas las clases sociales. El plantel es moderno, abierto, a tono con la transforma­ción en el perfil social de la misión educativa del Sagrado Corazón.

El Concilio Vaticano II impactó a muchas órdenes religiosas con su exigencia de un mayor compromiso con los marginados de la tierra. Algunas congregaci­ones, entre ellas el Sagrado Corazón, transforma­ron su apostolado para servir mejor a quienes no habían tenido los privilegio­s que habían disfrutado sus alumnas. Muchas religiosas se retiraron de la enseñanza para hacer labor social en los caseríos. Milagros Carbonell fue la última en desempeñar el cargo de Maestra General (Directora), en 1977.

Algunos pensaron que al ceder la administra­ción del colegio a seglares (ahora lo dirige un consejo de tres personas: un administra­dor no docente; una principal, la Dra. María Serrano, y una encargada de la pastoral, Diana Muñoz), desaparece­ría el espíritu educativo de Magdalena Sofía, pero no ha sido del todo así. Se modificaro­n las prácticas pero se mantuviero­n los valores espiritual­es y humanos. Diana Muñoz dice: “El colegio ha conservado el mismo espíritu de familia, el mismo sentido de servicio. Reforzamos ciertas líneas de fuerza que definen el perfil del educador del Sagrado Corazón: la atención a la persona; la atención a la espiritual­idad –especialme­nte a la oración- tanto en maestros como estudiante­s. Lo que ha cambiado es la manera de hacer las cosas”. “Perdura lo esencial”, confirma Nati Hernández, religiosa del Sagrado Corazón que empezó siendo maestra en el colegio. “La Sociedad del Sagrado Corazón es la responsabl­e última del funcionami­ento del colegio, pero delega en una junta de doce miembros presidida por la Sra. Julia Margarita Vivas, y en los directivos del colegio”. Ha habido una puesta al día de la espiritual­idad. “Es un lenguaje nuevo para hacerla relevante”, explica Nati. “Lo que antes calificába­mos como el ‘deber’ lo llamamos ‘compromiso’ –con los demás, con uno mismopero con la misma dedicación. La Santa Madre decía que los tiempos cambian y tenemos que cambiar con ellos. Ahora hay nuevas insercione­s en la sociedad” . ... Y hay nuevas formas de unirse. Una red de institucio­nes educativas del Sagrado Corazón de América Latina, RedLac, las cobija a todas. Aunque el de Ponce es el único colegio que aún existe en el Caribe, hay comunidade­s de religiosas en Haití y Cuba y colegios en México, Perú y Argentina. Los miembros de RedLac se reúnen cada tres años para participar en talleres de educación formal y para analizar y evaluar el compromiso educativo y los retos que presenta la región. Las egresadas de los colegios del Sagrado Corazón a través del mundo tienen asociacion­es de Antiguas Alumnas que se comunican por Internet, a la vez que el portal de la Sociedad, rscjintern­ational.org, ofrece noticias y mantiene unidas a las comunidade­s que se encuentran en 41 países del mundo.

La Asociación de Ex-Alumnos de Ponce que dirige la Sra. Gisela Pérez, por otra parte, agrupa a los egresados de ese colegio. Con la colaboraci­ón de Nidia Colón, ha hecho un directorio de graduados que se expande continuame­nte. La Asociación está organizand­o la celebració­n del centenario de la institució­n, del 20 al 23 de este mes.

Durante los pasados cien años, el Colegio del Sagrado Corazón de Ponce ha sobrevivid­o terremotos, huracanes, cambios eclesiásti­cos que han ido desde la transforma­ción del antiguo hábito (negro y con cofia rizada, al traje secular, pasando por una época de hábitos blancos y velos recogidos) hasta la nueva orientació­n del apostolado de las religiosas. A través de todo han permanecid­o las relaciones de cariño y amistad entre las religiosas y las alumnas y de las alumnas entre sí. “Somos hermanas”, declara más de una. También ha perdurado la convicción de que la vida no vale la pena vivirse sin un compromiso con nuestros semejantes y sin disciplina para poner en práctica un programa de vida con tal fundamento.

Entre aquella enorme puerta de la calle Isabel –que parecía cerrada al mundo, aunque daba paso a una vida plena de juventudy el vestíbulo abierto del colegio de La Alhambra han mediado muchos años. Una continuida­d en el espíritu que busca y en la solidarida­d que une apunta, sin embargo, a otros cien años que no se medirán por la particular­idad o el privilegio sino por la apertura, la solicitud y el servicio. Después de todo, los primeros cien años han visto cómo se han desarrolla­do miles de historias unidas por un solo corazón.

“El colegio ha conservado el mismo espíritu de familia, el mismo sentido de servicio. Reforzamos ciertas líneas de fuerza que definen el perfil del educador del Sagrado Corazón: la atención a la persona; la atención a la espiritual­idad, tanto en maestros como estudiante­s”

Diana Muñoz Encargada de la pastoral del Colegio Sagrado Corazón

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 ??  ?? Arriba: estudiante­s con el monseñor Willinger en la gruta de Lourdes del antiguo colegio (1936). Derecha: las hermanas María y Magdalena Meliá. (1952)
Arriba: estudiante­s con el monseñor Willinger en la gruta de Lourdes del antiguo colegio (1936). Derecha: las hermanas María y Magdalena Meliá. (1952)
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 ??  ?? Arriba: Clase de 1931, al centro Sister Isolina Ferré. Izquierda: capilla del colegio moderno.
Arriba: Clase de 1931, al centro Sister Isolina Ferré. Izquierda: capilla del colegio moderno.
 ??  ?? Santa Magdalena Sofia Barat, fundadora de la orden del Sagrado Corazón en Francia; y Mater Admirabili­s, pintada por la hermana Pauline Perdrau y símbolo del colegio.
Santa Magdalena Sofia Barat, fundadora de la orden del Sagrado Corazón en Francia; y Mater Admirabili­s, pintada por la hermana Pauline Perdrau y símbolo del colegio.
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