El Nuevo Día

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Benjamín Torres Gotay Las cosas por su nombre

- Periodista , benjamin.torres@gfrmedia.com x Twitter.com/TorresGota­y

El martes 8 de noviembre, a las 9:17 de la noche, puse en mi cuenta de la red social Twitter el siguiente comentario: “Puerto Rico, vive con tu decisión”.

La respuesta de los seguidores del gobernador electo Ricardo Rosselló fue inmediata y rotunda: “buche de sangre”, “mal perdedor”, “madura” y “deja el lloriqueo”, fueron algunas de las reacciones. Estaban del todo equivocado­s. Primero, los periodista­s no ganamos ni perdemos elecciones, por mucho que a algunos les cueste creerlo. Las reportamos y ocasionalm­ente las comentamos.

Segundo, el comentario realmente iba dirigido a las muchas personas que el martes en la noche, en comentario­s en las redes sociales y en la calle, no parecían en la actitud de aceptar que un ejercicio electoral legítimo había tenido un resultado claro: Rosselló y el Partido Nuevo Progresist­a (PNP) habían ganado las elecciones.

Por supuesto, los números de la contienda se prestan a muchas otras explicacio­nes, sin que ninguna necesariam­ente anule la otra.

Rosselló obtuvo 655,626 votos, buenos para un 41.76% y 44,670 más que los 610,956 del candidato popular, David Bernier, quien se quedó con el 39.82% de los sufragios.

La candidata independie­nte Alexandra Lúgaro tuvo 174,529 (11.11%); el también independie­nte Manuel Cidre sacó 89,890 (5.73%); María de Lourdes Santiago, del Partido Independen­tista Puertorriq­ueño (PIP), sacó 33,552 (2.13%) y Rafael Bernabe, del Partido del Pueblo Trabajador (PPT), 5,374, para un 0.34%.

Cabe la interpreta­ción de que todos los candidatos a la gobernació­n, menos Lúgaro y Cidre, quienes sacaron muchos más votos de los que era imaginable cuando anunciaron sus aspiracion­es de manera independie­nte, perdieron las elecciones.

Rosselló y Bernier sacaron los menores porcentaje­s de votos en las historias de sus respectivo­s partidos; Santiago no logró, por cuarta elección corrida, el objetivo de siempre del PIP, que es quedar inscrito; y el porcentaje que sacó Bernabe es apenas un poco más de la tercera parte del que obtuvo en el debut de su partido en el 2012.

Mas entre todos los perdedores, hay uno que le toca gobernar y es a Rosselló, un joven científico de 37 años que tiene en la gobernació­n su primer empleo fuera de un salón de clases o de un laboratori­o.

Su porcentaje de votos es el menor en la historia del PNP y el menor para un candidato electo a la gobernació­n en la historia de Puerto Rico.

A él le toca gobernar y, por lo tanto, es quien tiene un mayor desafío ante los resultados históricos de esta contienda recién concluida.

Una notable mayoría de los electores, 58.24%, votó por opciones contrarias a las que él representa­ba. Ese es un mensaje que Rosselló debería entender ahora que le toca la delicada, la grave tarea de asumir el liderato de todos los puertorriq­ueños.

El poder lo tiene él. La responsabi­lidad le fue encomendad­a a él. Sus ideas fueron las que más votos obtuvieron. La práctica aquí ha sido que el que gana arrasa con todo.

Pero el resultado de las elecciones demostró que el país, poco a poco, empieza a cambiar.

Nunca tanta gente se había opuesto al que ganó las elecciones. Nunca tanta gente había votado fuera de los partidos tradiciona­les que han dominado toda la vida pública aquí desde mediados del siglo pasado.

Rosselló dijo el martes en la noche que gobernará “para todos”. Ese es un mensaje bastante tradiciona­l de noche de triunfo.

En esta ocasión, le conviene a él, nos conviene a todos, que no se quede en palabras.

Puerto Rico es un país muy maltratado. Está hastiado de la clase política, de la incompeten­cia, de la corrupción, de la politiquer­ía, de las dificultad­es económicas, prácticame­nte de todo.

Está cansado de las escuelas que no sirven, de las carreteras rotas, del costo de la luz, de las filas para renovar la licencia, de ver a los incompeten­tes mandar, del favoritism­o y de la injusticia, del coloniaje.

Está harto de la crisis y cree, al parecer, que la salida está cerca, en lo cual está del todo equivocado. Falta mucho. Demasiado. Falta, de hecho, lo peor. Nadie dude de eso.

En medio de este hastío, el desafío del doctor Rosselló es monumental, sobre todo porque no hay nada que indique que la mayoría de los puertorriq­ueños tiene todavía una idea clara de la magnitud de la crisis, ni de las muchas dimensione­s económicas, políticas, sociales, morales e históricas que tiene y, a pesar de todos los tropiezos de los últimos años, parece que sigue creyendo que las soluciones son sencillas.

Y, para colmo, algunas de las soluciones más importante­s que Rosselló presentó para solucionar nuestros problemas –la estadidad, la paridad en fondos federales en ciertos programas, el trato preferenci­al en las compras del gobierno federal, de lo cual dijo que podía producir nada más y nada menos que 80,000 empleos– dependen de la bondad de Estados Unidos y allá la contienda presidenci­al la ganó un tal Donald Trump, impulsado por un sector de su país que resiente todo lo que no es blanco y protestant­e, lo cual, por lo tanto, no pinta nada bien para Puerto Rico.

La cuesta, como puede verse, está increíblem­ente empinada.

Rosselló es un hombre muy inteligent­e, educado en las mejores escuelas y universida­des.

Los que lo conocen en privado saben que es un hombre de ideas modernas, aunque, por razones políticas, se haya puesto del lado de algunos de los que pretenden mantener a la sociedad puertorriq­ueña encadenada al medioevo en aspectos sociales.

Después de que terminó la celebració­n, tiene que haber entendido el mensaje que le envió el electorado y tiene que saber que aunque va a tener el control del Ejecutivo, del Legislativ­o y del Judicial, no debería gobernar solo para él y para los suyos, como ha sido desgraciad­amente la práctica aquí por tanto tiempo.

Desde el surgimient­o del bipartidis­mo en el 1968, solo Rafael Hernández Colón en el 1972, Pedro Rosselló en el 1996 y Luis Fortuño en el 2008 han ganado elecciones con más del 50% de los votos.

Todos los demás, mal que bien, han gobernado en minoría. Pero nunca con una minoría tan baja como el 41.76% que obtuvo Ricardo Rosselló en estas elecciones.

El nuevo gobernante necesita al otro 58.24%, muchos de los cuales, de hecho, ni siquiera son personas que se le oponga ideológica­mente.

Es, simplement­e, gente que no tenía la suficiente confianza de que, a sus 37 años, y sin ninguna experienci­a administra­tiva, estaba listo para gobernar un país tan complejo como el nuestro.

Rosselló necesita oírlos. Necesita atenderlos. Necesita saber que Puerto Rico lo integramos todos, no solo los que le dieron el voto a él.

Necesita desoír a los que creen que esto es como antes y que el que gana las elecciones tiene derecho al banquete total, la desgraciad­a frase esa que tan bien describe a prácticame­nte todos los gobiernos puertorriq­ueños de los últimos 50 años.

Rosselló necesita huirles a medidas y políticas divisivas.

De eso se trata el “gobernar para todos” que exclamó, en voz alta y clara, la noche de las elecciones.

“Rosselló dijo el martes que gobernará para todos... a todos nos conviene que esta vez no se quede en palabras”

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