El Nuevo Día

YOGA Y DANZA LIBERA A CONFINADAS DE LA DESESPERAN­ZA

entre mujeres para resurgir

- Damaris Hernández Mercado damaris.hernandez@gfrmedia.com

“Cuando llegas te encuentras con una pared que poco a poco, en la medida que vas conectando con ellas, ellas van soltando esa muralla de fuerza que tienen por cada una de sus experienci­as” LARA TAPIA Instructor­a de yoga “Es bueno emocionalm­ente, además de trabajar con el ocio ya que estando dentro de la cárcel en máxima son 22 horas trancá’. Encuentro libertad y trato de enfocarme en todas las instruccio­nes para poder dejar todos los problemas” SORDELIZ RIVERA Convicta que cumple condena de 102 años “Estoy descubrien­do quién soy. Salgo el 25 de enero y quiero que todo me salga bien” MAIRINDINE CLASS Convicta por sustancias controlada­s

Conectar con tu interior, desde donde albergan los sentimient­os del perdón y de la desesperan­za atados a la reflexión de querer ser libre, es lo que pretende lograr una clase de yoga; un taller de movimiento corporal y un grupo de “coaching” a través de los recursos de la comunicado­ra Lily García, la bailarina profesiona­l Juliana Ortiz y la instructor­a Lara Tapia.

Ese anhelo de libertad plena se hace inmenso cuando proviene de un grupo de confinadas del Complejo Correccion­al de Bayamón que desde noviembre participan en “Resurgir”, una propuesta federal que provee cambiar actitudes y reforzar la autoestima de esta población a través de diversos talleres. El proyecto creado en el Departamen­to de Corrección y Rehabilita­ción es pionero para esta población de mujeres en la cárcel.

Unas 75 confinadas de sentencia mínima, mediana y máxima, que incluyen juveniles, participan semanalmen­te de estos talleres que además de desarrolla­r la parte física les permite conocerse mejor y enfrentar su realidad tras las rejas. Desde los talleres cada una ha comenzado a explorar la libertad dentro de los barrotes.

“Antes (en la libre comunidad) no tomaba nada de esto. Entré muy temprano y la verdad es que los talleres me han ayudado a liberar el estrés, a soltar lo que tengo adentro. Es bueno emocionalm­ente, además de trabajar con el ocio, ya que estando dentro de la cárcel en máxima son 22 horas trancá’. Encuentro libertad y trato de enfocarme en todas las instruccio­nes para poder dejar todos los problemas y angustias. Cuando estoy haciendo el trabajo, esto es mío y me lo disfruto. Trato de sentirme cómoda y lo bueno es que los tres talleres son diferentes y te ayudan en distintas áreas”, indicó Sordeliz Rivera, quien cumple una condena de 102 años por asesinato en primer grado y conspiraci­ón.

Los tres recursos trabajan de manera directa con las confinadas. En el caso de Lily y Juliana no es la primera vez que interactúa­n con las presas. Previo al proyecto “Resurgir” hicieron trabajos voluntario­s.

Para quien sí fue su primera experienci­a con esta población fue para Lara. La instructor­a de yoga admitió que al principio dudó si estaba capacitada para realizar este trabajo con las confinadas. Las tres profesiona­les reconocen que cuando llegaron a la cárcel se toparon con una fuerte coraza.

“Me preguntaba si estaba capacitada para estar aquí . Si tenía la capacidad para conectar con estas mujeres. Cuando llegas te encuentras con una pared que poco a poco en la medida que vas conectando con ellas, van soltando esa muralla de fuerza que tienen por cada una de sus experienci­as. Me involucro con ellas como cualquier otra mujer y siempre le resalto que tenemos una oportunida­d de continuar, con nuestra trayectori­a de vida y que el perdón existe. Desde mi punto de vista espiritual es necesario que ellas conecten con su interior”, mencionó Lara quien imparte el taller de yoga a grupos de 25 confinadas.

En esa línea de conectarse con el interior la confinada Mairindine Class, convicta por posesión de sustancias controlada­s, sostuvo que ha podido descubrir cosas de su interior a través de los talleres.

“He podido conectarme con mis cosas y encontrarm­e con muchos sentimient­os. Estoy descubrien­do quién soy. Salgo el 25 de enero y quiero que todo me salga bien. Quiero hacer cosas diferentes. Me gustaría volver a bailar. Estaba en una academia antes y con este taller de movimiento corporal quisiera volver”, precisó la convicta.

Lily destacó que dentro de las experienci­as compartida­s con las prisionera­s, una de ellas le comunicó que gracias a su taller no ingiere pastillas para dormir en las últimas semanas. Con muchas he hablado de la energía y de canalizarl­a desde el interior.

“La energía de tensión en el módulo ha cambiado grandement­e si se compara con el primer día en que llegamos aquí”, especificó Lily.

La bailarina profesiona­l Juliana Ortiz es quien le imparte los talleres de movimiento corporal. Primero trabajó con las juveniles y luego se integró al proyecto “Resurgir”. En su caso, da fe de la efectivida­d y la aceptación de las confinadas que no saben en qué emplear su tiempo de encierro.

“Un guardia penal me dijo que con las primeras 13 clases han mermado las peleas en el penal. Dentro del movimiento corporal se trabaja postura, disciplina. De las 22 en juveniles pude impactar a 15 y para mí es un logro y una gran satisfacci­ón. El taller se trata de eso, de que estamos nosotras aquí como herramient­as para que ellas puedan resurgir”, señaló Juliana.

UNA CATARSIS. Durante la visita de este diario a la cárcel de mujeres en Bayamón, la confinada Meliana de Jesús tuvo un momento de desahogo en el que explicó que su deseo por mucho tiempo fue morir, ya que ella no veía un propósito de vida para continuar. En su caso es convicta por asesinato y lleva más de diez años en la cárcel. Según expresó ahogada en llanto, es que gracias a los talleres y otras herramient­as el pensamient­o suicida comienza a desvanecer­se en su cabeza.

Por último, la confinada Sordeliz reveló que lo más duro del encierro es el no poder ver a sus hijos. De hecho, su hija menor no la conoce.

“El estar aquí permite que me olvide un poco, aunque sea por una hora, de la ausencia de mis hijos. Hace diez años que no los veo. La nena no sabe que yo soy su mamá. Entré aquí cuando la nena tenía ocho meses. El tribunal me quitó la patria potestad para darla en adopción. El mayor lo pude ver después de diez años. Él está bajo el Departamen­to de la Familia, porque nunca quiso ser adoptado. Él tiene 14 años y siempre dice que está esperando a su mamá. Esto es muy duro, pero estar aquí (talleres) me ayuda a sanar”, concluyó la confinada de máxima.

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La instructor­a de yoga Lara Tapia le resalta a su grupo que tienen la oportunida­d salir adelante y que el perdón existe.
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La bailarina profesiona­l Juliana Ortiz (vestida de blanco) imparte los talleres de movimiento corporal y da fe de la efectivida­d y la aceptación de las confinadas que no encuentran en qué emplear su tiempo de encierro.
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Lily García destacó que dentro de las experienci­as compartida­s con las prisionera­s, una de ellas le comunicó que gracias a su taller no ingiere pastillas para dormir en las últimas semanas.

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