El Nuevo Día

Moliendo vidrio

- Humorista Silverio Pérez

Desde el Este hasta el Oeste y desde el Norte hasta el Sur, nuestra isla está cubierta de los vidrios de la vitrina que se hizo añicos recienteme­nte. Algunos pocos albergan la esperanza de que se puedan recoger los escombros y reconstrui­r la vitrina imaginada. Otros quieren hacer un vitral que mantenga el espejismo por unos años más, a ver si un milagro ocurre. Los más realistas aceptan en voz baja que habrá que moler vidrio con el pecho por los próximos años. Tengo la certeza que quienes pagarán los vidrios rotos serán los que menos contribuye­ron al estallido.

Si como ha establecid­o el Tribunal Supremo Federal, y la Ley PROMESA del Congreso lo ha confirmado, somos un territorio bajo la total autoridad de los Estados Unidos, mucha responsabi­lidad tiene el dueño de lo que en su territorio acontece. El general Nelson Miles llegó y de inmediato devaluó el peso puertorriq­ueño prevalecie­nte, lo que quebró de la noche a la mañana la economía del territorio conquistad­o. Nuestra primera quiebra fue total hechura de ellos.

En la historia de la humanidad ha quedado claro que las colonias se conquistan para explotarla­s, para sacarles el jugo y tirarlas como bagazo. Las primeras décadas después de la invasión siguieron por el libro ese precepto. La exportació­n de la pobreza fue una de las primeras estrategia­s establecid­as como válvula de escape. El 22 de noviembre de 1900 empezó el largo viaje de los primeros pobres, a velas hasta New Orleans, en ferrocarri­l hasta Los Ángeles, en barco hasta Hawái. Para el 1901 ya habían sobre 5,000 boricuas en el lejano territorio.

El establecim­iento de las Leyes de Cabotaje en 1920 agravaron aún más la situación de la colonia. Esa camisa de fuerza que hemos vestido por 96 años nos ha costado cerca de $5 mil millones, nada más en los últimos diez años. La corrupción, otro de los males que nos ha aquejado siempre, tuvo protagonis­tas norteameri­canos muy destacados en esas primeras décadas: el gobernador Charles Herbert Allen, que se hizo millonario cuando descubrió la maravillos­a producción de azúcar de nuestras tierras, y el texano Emmet Montgomery Reilly, a quien los boricuas bautizaron como Moncho Reyes. A este se le halló culpable, pero su amigo, el presidente Harding, le tiró la toalla y lo relevó de sus funciones, llevándose­lo a los Estados Unidos, de donde nunca debió haber salido.

Después de tres décadas de haber ocupado el territorio, el 80% de la población vivía en la pobreza, las tasas de mortalidad por desnutrici­ón y malaria estaban entre las más altas del hemisferio. Había más de 600,000 personas infectadas con uncinarias­is y unos 30,000 habitantes contagiado­s con tuberculos­is. De los 10 años en adelante solo el 12.6% de los varones y el 11.2% de las mujeres iba a la escuela. El 60% de las tierras productiva­s estaban en manos de corporacio­nes absentista­s.

Si usted tiene dudas de la zapata sobre la que se construyó esa vitrina que ha estallado, cante “Lamento Borincano” poniendo atención a su letra o escuche la versión de don Pedro Ortiz Dávila, “Davilita”, que fue el primero que la grabó con Manuel Jiménez “Canario” y su grupo el 14 de julio de 1930 en Nueva York. Esa canción le ha dado la vuelta al mundo en diversas versiones e idiomas y sigue siendo un ícono de nuestra música además de un fiel retrato del Puerto Rico que existía treinta y dos años después de la invasión.

Culmino por ahora este corto y apresurado recuento con lo ocurrido el llamado Martes Negro, 29 de octubre de 1929: la caída en la bolsa de valores. Así dio comienzo la Gran Depresión que se extendió hasta finales de la década del treinta y que tuvo efectos devastador­es en Puerto Rico. Este doloroso recorrido que hice por nuestra historia para escribir el libro “La Vitrina Rota”, demuestra que la actitud del gobierno de los Estados Unidos de lavarse las manos de nuestra crisis actual es irresponsa­ble y criminal. Seguiremos relatando.

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