Derechos absolutos, derechos irrenunciables
Hemos escuchado que los derechos “no son absolutos”. Si bien es cierto que hay derechos que tienen límites, también es cierto que algunos derechos son, efectivamente, absolutos. Un ejemplo de esto es la prohibición contra la Pena de Muerte.
Se trata de una prohibición absoluta y categórica que no permite excepciones. No importa cuán terrible hayan sido los actos de la persona acusada, simplemente no se le puede privar de su vida como castigo. El derecho a la fianza es otro ejemplo.
La existencia de derechos absolutos no debe confundirse con situaciones en las que un derecho particular no aplica. Pero ello no quita que el derecho, cuando aplica, lo hace de manera absoluta.
También existen derechos irrenunciables. Es decir, derechos que nos cobijan sin importar nuestro deseo de cederlos. Por más que queramos, nadie puede renunciar a su derecho a no ser esclavo. La prohibición contra la Pena de Muerte es un ejemplo de un derecho absoluto e irrenunciable.
Alrededor del mundo y en Puerto Rico, muchos de los derechos irrenunciables son de naturaleza laboral.
Precisamente por la fuerte presión que un patrono puede ejercer sobre una persona que carece de empleo y aceptaría cualquier condición con tal de intentar ganarse la vida, muchos de los derechos laborales no pueden ser cedidos, por más que quiera el trabajador o trabajadora. Por ejemplo, nadie puede aceptar trabajar en una tienda de comida rápida por un dólar la hora.
Entre los cambios recientes a las leyes laborales del país se encuentra la posibilidad de que un trabajador y un patrono pacten a que el empleado trabaje más de 8 horas al día sin que le paguen “overtime”.
Actualmente, la Sección 16 de la Carta de Derechos impone paga y media adicional por cada hora trabajada en exceso a 8 horas en un día. ¿Puede voluntariamente un trabajador renunciar a este derecho y trabajar 10 horas consecutivas sin que se le pague “overtime”?
Una lectura del historial de esta disposición constitucional revela que se trata de un derecho irrenunciable, a la par con el salario mínimo. Simplemente no se puede ceder, en gran parte, porque el sistema no sabe distinguir entre quién lo hace de forma verdaderamente voluntaria y quién lo hace por presión o desesperación.
En nuestro sistema hay cosas que no se pueden renunciar. No ser explotado es una de ellas.