El Nuevo Día

Trabajar por un sistema de salud sostenible

La exclusión de Puerto Rico de la primera acción del Congreso dirigida a sustituir el Obamacare, sumada a la falta de liquidez que enfrenta el gobierno estatal, hace patente la urgencia de reestructu­rar el programa Mi Salud, para asegurar que pueda financ

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Ciertament­e, el gobierno de Ricardo Rosselló, la industria de la salud y los aliados en el sector salubrista y en Washington DC aún tienen oportunida­d para intensific­ar los esfuerzos para persuadir a la Casa Blanca y al Congreso del efecto detrimenta­l que tendría dejar fuera a la Isla del nuevo modelo de salud que se proponen implantar en sustitució­n de la ley federal de Cuidados de Salud Asequibles.

Bajo las disposicio­nes del estatuto federal, Puerto Rico recibió una asignación de $1,200 millones que se agotaría a fines de este año y ya la Junta de Supervisió­n Fiscal ha advertido al gobierno que no cuente con dineros federales adicionale­s al trazar sus proyeccion­es de ingresos en los planes fiscales para balancear el presupuest­o y encaminar la reestructu­ración de la deuda.

En cualquier escenario, no cabe duda de que hay que anclar el programa asistencia­lista Mi Salud dentro de nuestras posibilida­des fiscales, para que pueda resistir los vaivenes partidista­s y de cambios de enfoques fiscales que se dan en la capital federal. Es el caso del Obamacare, que en 2010 encaminó una reforma salubrista con miras a cubrir a 50 millones de ciudadanos sin seguro médico en Estados Unidos y que tras la instalació­n del presidente Donald Trump, sería derogada y reformulad­a por partes.

Las señales que envían a Puerto Rico los primeros dos proyectos de ley son tan claras como preocupant­es. Ni el que persigue reformar el método de asignacion­es para Medicaid, del que depende Mi Salud, ni el que eliminaría los subsidios a los ciudadanos para que adquieran planes médicos, atienden la crisis que se cierne sobre nuestro sistema de salud pública.

Ante esta realidad dura y descarnada, el gobierno no puede albergar dudas de que la ruta a seguir tiene que contemplar medidas de eficiencia organizati­va y economías presupuest­arias, aquellas vinculadas al financiami­ento de los servicios prestados y asegurarse de que quienes reciban la tarjeta de salud en verdad la necesiten, mediante la depuración de los criterios de elegibilid­ad. Esto, entre otras iniciativa­s que eviten una crisis humanitari­a en nuestra Isla.

De no hacerlo, miles de personas podrían quedarse sin cubierta médica. Esta población incluye a desemplead­os, jubilados, estudiante­s y médico indigentes, pero también a trabajador­es cuyo sueldo no les alcanza para pagar otros planes comerciale­s y no cualifican para la reforma de salud.

Los datos del Negociado del Censo revelan que aproximada­mente 297,000 personas en la Isla carecían de seguro médico en 2010. Cuatro años después, la Administra­ción de Seguros de Salud, que está a cargo de la operación de Mi Salud, fijaba en 214,000 los que carecían de cubierta. Estudiosos del tema elevan esta cifra a 300,000 al estimar los que se han añadido a causa del desempleo y a personas sin documentac­ión legal que no suelen presentar su informació­n al gobierno.

Luego del establecim­iento del Obamacare, para 2015 se contabiliz­aron 63,000 planes médicos individual­es que cumplían con disposicio­nes del estatuto y 98,000 planes transitori­os, que son los que garantizan ciertas cubiertas de salud hasta finales de 2017, de acuerdo con informes de la Oficina del Comisionad­o de Seguros.

La situación al día de hoy demanda diversific­ar estrategia­s para ir llevando nuestro sistema de salud pública a las puertas de la sostenibil­idad fiscal, contando con los recursos que se pueden costear, mientras se redobla la presión en Washington para incluir a Puerto Rico en las medidas de reconcilia­ción fiscal que están ante la considerac­ión del Congreso. Es lo que manda la prudencia, y el sentido de responsabi­lidad y humanidad.

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