El Nuevo Día

CALLE SAÚCO

- Cezanne Cardona Morales Escritor

En esa calle no hay ningún árbol de la familia saúco. Pero están ellas. Siempre. Por las mañanas. De pie frente a los portones de las casas esperando a que el dueño les abra. A veces son tres, otras cuatro. He llegado a contar hasta seis “buenos días” cuando nos cruzamos calle abajo.

Nunca he visto a los dueños de las casas darles los buenos días; simplement­e salen en reversa en un Mercedes, o en un Jaguar, o en un Audi, y ellas entran. “¿Es que el botón automático de la ventana del auto está dañado o es que no las pueden ver por culpa de las gotas de rocío que amanecen en el cristal del auto?”, me pregunto cínico.

Cuando hay mucho tráfico o salgo más tarde, no las veo. Entonces camino más lento y miro hacia dentro de las casas a ver si puedo saludarlas. Pero ya se han vuelto invisibles. Y me preocupo.

¿Quién irá tras su auxilio si se caen o se intoxican con cloro? ¿Acaso sus jefes les pagan plan médico? ¿Seguro social? ¿Retiro? ¿La hora de almuerzo?

¿Será que a Marx se le olvidó incluirlas en “El Capital”? ¿Será que el sacerdote los domingos no lee esa parte de la Biblia que dice: “Bienaventu­radas las empleadas de la limpieza porque de ellas será el reino de los cielos”?

Me tranquiliz­o y pienso en los cuentos de Lucia Berlin: “Manual para mujeres de la limpieza”. Los releo solo para encontrarm­e con ellas: con el eterno adiós pañuelo en mano, con el calor abrasivo de los detergente­s, con la alegría de las mesas cuando sienten su sombra, con la cosquilla del suelo por las escobas, con los nidos de pájaros en sus manos.

En esa calle no hay ningún árbol de la familia saúco. Pero están ellas.

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