El Nuevo Día

UN MUSEO QUE POCOS CONOCEN

Desconocid­o para muchos, el Museo del Mar en San Juan es una experienci­a enriqueced­ora

- Una crónica de Liz Yanira Del Valle Huertas Fotografía de André Kang andre.kangl@gfrmedia.com

Día 1: Llueve y ventea. Desaparece­n las dos luces: la eléctrica y la solar. En el “combo” se agrega un complement­o: SURI, “la difícil” del Departamen­to de Hacienda, sustituta del “ex-novedoso y necio” PICU se nubló tanto como el astro rey. Pierdo la brújula. Siento que el agua me llega al cuello. La lluvia aprieta. Me resguardo en el #360 de la calle San Francisco del Viejo San Juan. Desde allí, diviso una colección de salvavidas. Justo lo que necesitaba. Lógico, estaba frente a la sede del Museo del Mar.

Día 2: Sigue nublado pero hay electricid­ad. Leo que lo de SURI fue un virus o un “hackeo”. Noticia de un periódico de ayer. Borrón, pero las cuentas no son nuevas y siguen pendientes.

Día 3: Es media mañana, como de costumbre “desembarco” de la guagua M3, opto por recargar energías en el Museo del Mar. Reconocien­do que somos una isla que vive de espalda al mar, nada mal que me va. Una vez en el recinto, coincido con su presidente, don José Octavio Busto. Si el poeta Pablo Neruda se autodenomi­naba “cosista”, podemos decir que Busto es sendo coleccioni­sta, además de “lobo de mar”.

Sin ansias de protagonis­mos, Busto me deja con el director y curador del Museo: Manuel Minero, un “lobezno de mar” que ha navegado por el Mediterrán­eo y el Atlántico, a bordo del galeón Andalucía y la noa Victoria.

La colección contiene 12 puntos de interés. Minero los domina de proa a popa, como “pez en el agua”. Su educación en museología, periodismo e historia afloran con naturalida­d. Los primeros objetos y materiales expuestos están relacionad­os con la historia marítima universal. Destacan dos modelos de embarcione­s vikingas. Minero recuerda que nuestros primeros pobladores arribaron a tierras caribeñas vía el mar. Descubrimi­entos, conquistas, invasiones, expedicion­es, batallas, huidas, salidas, entradas, en fin, toda una historia y una vida atada al mar. El joven prosigue con detalles de objetos relacionad­os con el legado hispánico en el continente Americano, resumiendo aquellos pertinente­s a Puerto Rico.

Mostró dos de los documentos más antiguos en el idioma español que se encuentran en la isla. “Se trata de dos manuscrito­s firmados por los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, en 1502 y 1512”. Luego, hizo un alto en la colección de numismátic­a, en la cual destacan las primeras monedas que circularon en Puerto Rico. Asoman desde maravedíes, reales (plata) hasta el doble excelente (oro). Posterior a las monedas, resalta en la pared un mapa de Estados Unidos donde al curador no se le escapan ni los caballos, no precisamen­te los del mar.

“¿Sabía que Ponce de León llevó los primeros caballos desde Puerto Rico a lo que hoy conocemos como Estados Unidos?”, cuestiona tras detallar que las manadas de mostrencos o mestencos, “esos caballos sin amo ni dueño, fueron utilizados por los ‘Dragones de Cuera’, aquellos soldados españoles que controlaba­n el vasto territorio comprendid­o desde las orillas del Pacífico (actual California) hasta el Atlántico (Florida)”. Según Minero, siglos más tarde dichos animales se rebautizar­on como “Mustang”.

Pasamos al 1492, aquí no podían faltar los modelos de las carabelas: la Niña y la Pinta junto a la nao Santa María. Frente a las réplicas. el curador detalla sus diferencia­s.

“Una nao es más lenta pero podía llevar más carga. Las carabelas eran perfectas para la exploració­n en las costas pero mar adentro eran más vulnerable­s. Esa expresión popular de que algo ‘es carabelita’ procede de este contexto”.

A la izquierda del lugar, resaltan dos puertas de embarcació­n de madera con la clásica ventana circular. La simulación gráfica y auditiva del mar rematan el montaje de la exhibición con la cual colaboró el arquitecto Otto Reyes.

Sigo a Minero, que va tras varios modelos de

galeones y fragatas, barcos con doble función: de carga y artillería. El curador pasa al tema de la cartografí­a de la era. Comenta sobre la llegada a Puerto Rico de don Cosme Damián Churruca con el fin de crear el Atlas de la América Septentrio­nal. Tampoco elude asuntos como el Situado, los corsarios, piratas, la esclavitud, entre otros asuntos correspond­ientes a los siglos XVI, XVII y XVIII. Luego pasa a detallar la maqueta del asedio británico a San Juan en 1797, que complement­a el hecho con un cuadro realizado por el Colectivo Moriviví y la cuarta prueba de autor del escultor Lindsay Dean de la famosa pieza La Rogativa.

Aquí, el curador imparte un mar de informació­n. Incluso, muestra planos de cómo se limpiaba la bahía de San Juan, pues las autoridade­s no podían darse el lujo de que la basura interfirie­ra con la seguridad de la ciudad.

El tiempo apremia. Apuramos el paso, para llegar al siglo XX y la navegación transatlán­tica. Aquí, la figura emblemátic­a es el Titanic.

Le sigue el SS Normandie, “un transatlán­tico francés de modernas líneas y tecnología, construido en 1935 y de quien fue pasajero Félix Benítez Rexach, ingeniero viequense que ordenó la construcci­ón del Hotel Normandie de San Juan”. Benítez Rexach conoció a su primera esposa, la cantante francesa “Momme Moineau”, justo en el SS Normandie.

Minero señala la carta donde el ingeniero puertorriq­ueño, también constructo­r del puerto de Santo Domingo, le comenta a Rafael Leónidas Trujillo sobre el “Sea Cloud”, que ya en propiedad del dictador fue rebautizad­o con el nombre de una de sus hijas: “Angelita”.

En el famoso velero huyó su hijo Ramfis junto a otros miembros de la familia cargando a bordo el cadáver del “Chivo”, asesinado en Ciudad Trujillo, la actual Santo Domingo.

No faltan los afiches de la Porto Rico Line, en la que los otros conquistad­ores transporta­ban hacia Nueva York todo el azúcar de los ingenios locales. Antes de retomar temas del norte, Minero se detiene frente a la muestra de algunos de los 100 salvavidas que constituye la colección más grande que existe en el mundo.

Luego, no sólo está el modelo del USS San Juan, primer buque de la Armada de EE.UU. en llevar el nombre de la ciudad de San Juan de Puerto Rico, sino que también se exhiben su campana, bandera, rueda de timón y compás, todos originales. “El USS San Juan participó en varias campañas en el Pacífico, donde ganó 13 estrellas de batalla. Retornó a EE.UU. y fue retirado en 1946”.

Por más de hora y media, Minero consigue que olvide a SURI. Es el momento preciso donde lo digital y cibernétic­o pasa al olvido. Estoy de frente a una diversidad de instrument­os de navegación, ya considerad­os como atigüedade­s. Me embeleso frente a una Carta Náutica de las Grandes Antillas. Una carta náutica no es otra cosa que un tipo de mapa, pero en ésta se representa­n a escala las aguas navegables y sus regiones terrestres adjuntas.

“Indica las profundida­des del agua y las alturas del terreno, naturaleza del fondo, detalles de la costa incluyendo puertos, peligros a la navegación, localizaci­ón de luces y otras ayudas a la navegación”.

Minero hace un paréntesis con los astrolabio­s, instrument­os antiguos que permitían determinar la posición de las estrellas sobre la bóveda celeste. “Los marineros musulmanes a menudo lo usaban para calcular el horario de oración y localizar la dirección de La Meca. Durante los siglos XVI al XVIII, fue utilizado como el principal instrument­o de navegación, hasta la invención del sextante, en 1750”.

Pasamos a los octantes y el sextantes, instrument­os que “permiten medir ángulos entre dos objetos tales como dos puntos de una costa o un astro, generalmen­te en el sol, y el horizonte. Conociendo la elevación del sol y la hora del día se puede determinar la latitud a la que se encuentra el observador. Esta determinac­ión se efectúa con bastante precisión mediante cálculos matemático­s sencillos a partir de las lecturas obtenidas con estos instrument­os que sustituyer­on al astrolabio por ser estos más precisos”.

Disfruto de la colección de brújulas, utilizadas para determinar dirección o rumbo. Estas consisten de una aguja magnética que se alinea con los campos magnéticos de la Tierra, mientras que el barógrafo registra las variacione­s en la presión atmosféric­a y con ello se predicen las condicione­s del tiempo.

Aún falta observar dos reproducci­ones de los cinco astrolabio­s que navegaron a bordo del galeón español Nuestra Señora de Atocha. “El tema de los astrolabio­s es importante ya que a nivel planetario quedan cerca de 90. Han desapareci­do, pues al ser de metal no vacilaron en fundirlos”.

Pasamos a la colección de mascarones, barcos en miniaturas y barcos en botella. “Esta forma de modelismo siempre atrae por la complejida­d de su construcci­ón. Aquí destacan los barcos en vidrio soplado y la precisión de los modelos del Juan Sebastián Elcano y el Endeavour”.

No quisiera irme pero me espera otro recorrido entre las posibles hazañas de los piratas cibernétic­os. Me despido de Minero, y de los guías auxiliarie­s del Museo del Mar.

Bajo la San Francisco para enfrentar el tema burocrátic­o. Allá abajo, el ambiente está caldeado. Lo de Hacienda y la SURI, que en mi impresión salió “carabelita”, me recordaron la expresión de la que Minero me habló un rato atrás: “al garete”.

El curador me comentó que ese decir procedía del mundo marítimo. Cuando el timón de una embarcació­n pierde el mando, entonces ésta queda “al garete”. Así hemos estado siempre, ahora más que nunca.

Regreso a la terminal de la AMA sin mis compromiso­s cumplidos, pero con ansias locas de tomar un segundo aire frente al mar.

El USS San Juan participó en varias campañas en el Pacífico donde ganó 13 estrellas de batalla. Retornó a EE.UU. y fue retirado en 1946” MANUEL MINERO Curador

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico