UN MUSEO QUE POCOS CONOCEN
Desconocido para muchos, el Museo del Mar en San Juan es una experiencia enriquecedora
Día 1: Llueve y ventea. Desaparecen las dos luces: la eléctrica y la solar. En el “combo” se agrega un complemento: SURI, “la difícil” del Departamento de Hacienda, sustituta del “ex-novedoso y necio” PICU se nubló tanto como el astro rey. Pierdo la brújula. Siento que el agua me llega al cuello. La lluvia aprieta. Me resguardo en el #360 de la calle San Francisco del Viejo San Juan. Desde allí, diviso una colección de salvavidas. Justo lo que necesitaba. Lógico, estaba frente a la sede del Museo del Mar.
Día 2: Sigue nublado pero hay electricidad. Leo que lo de SURI fue un virus o un “hackeo”. Noticia de un periódico de ayer. Borrón, pero las cuentas no son nuevas y siguen pendientes.
Día 3: Es media mañana, como de costumbre “desembarco” de la guagua M3, opto por recargar energías en el Museo del Mar. Reconociendo que somos una isla que vive de espalda al mar, nada mal que me va. Una vez en el recinto, coincido con su presidente, don José Octavio Busto. Si el poeta Pablo Neruda se autodenominaba “cosista”, podemos decir que Busto es sendo coleccionista, además de “lobo de mar”.
Sin ansias de protagonismos, Busto me deja con el director y curador del Museo: Manuel Minero, un “lobezno de mar” que ha navegado por el Mediterráneo y el Atlántico, a bordo del galeón Andalucía y la noa Victoria.
La colección contiene 12 puntos de interés. Minero los domina de proa a popa, como “pez en el agua”. Su educación en museología, periodismo e historia afloran con naturalidad. Los primeros objetos y materiales expuestos están relacionados con la historia marítima universal. Destacan dos modelos de embarciones vikingas. Minero recuerda que nuestros primeros pobladores arribaron a tierras caribeñas vía el mar. Descubrimientos, conquistas, invasiones, expediciones, batallas, huidas, salidas, entradas, en fin, toda una historia y una vida atada al mar. El joven prosigue con detalles de objetos relacionados con el legado hispánico en el continente Americano, resumiendo aquellos pertinentes a Puerto Rico.
Mostró dos de los documentos más antiguos en el idioma español que se encuentran en la isla. “Se trata de dos manuscritos firmados por los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, en 1502 y 1512”. Luego, hizo un alto en la colección de numismática, en la cual destacan las primeras monedas que circularon en Puerto Rico. Asoman desde maravedíes, reales (plata) hasta el doble excelente (oro). Posterior a las monedas, resalta en la pared un mapa de Estados Unidos donde al curador no se le escapan ni los caballos, no precisamente los del mar.
“¿Sabía que Ponce de León llevó los primeros caballos desde Puerto Rico a lo que hoy conocemos como Estados Unidos?”, cuestiona tras detallar que las manadas de mostrencos o mestencos, “esos caballos sin amo ni dueño, fueron utilizados por los ‘Dragones de Cuera’, aquellos soldados españoles que controlaban el vasto territorio comprendido desde las orillas del Pacífico (actual California) hasta el Atlántico (Florida)”. Según Minero, siglos más tarde dichos animales se rebautizaron como “Mustang”.
Pasamos al 1492, aquí no podían faltar los modelos de las carabelas: la Niña y la Pinta junto a la nao Santa María. Frente a las réplicas. el curador detalla sus diferencias.
“Una nao es más lenta pero podía llevar más carga. Las carabelas eran perfectas para la exploración en las costas pero mar adentro eran más vulnerables. Esa expresión popular de que algo ‘es carabelita’ procede de este contexto”.
A la izquierda del lugar, resaltan dos puertas de embarcación de madera con la clásica ventana circular. La simulación gráfica y auditiva del mar rematan el montaje de la exhibición con la cual colaboró el arquitecto Otto Reyes.
Sigo a Minero, que va tras varios modelos de
galeones y fragatas, barcos con doble función: de carga y artillería. El curador pasa al tema de la cartografía de la era. Comenta sobre la llegada a Puerto Rico de don Cosme Damián Churruca con el fin de crear el Atlas de la América Septentrional. Tampoco elude asuntos como el Situado, los corsarios, piratas, la esclavitud, entre otros asuntos correspondientes a los siglos XVI, XVII y XVIII. Luego pasa a detallar la maqueta del asedio británico a San Juan en 1797, que complementa el hecho con un cuadro realizado por el Colectivo Moriviví y la cuarta prueba de autor del escultor Lindsay Dean de la famosa pieza La Rogativa.
Aquí, el curador imparte un mar de información. Incluso, muestra planos de cómo se limpiaba la bahía de San Juan, pues las autoridades no podían darse el lujo de que la basura interfiriera con la seguridad de la ciudad.
El tiempo apremia. Apuramos el paso, para llegar al siglo XX y la navegación transatlántica. Aquí, la figura emblemática es el Titanic.
Le sigue el SS Normandie, “un transatlántico francés de modernas líneas y tecnología, construido en 1935 y de quien fue pasajero Félix Benítez Rexach, ingeniero viequense que ordenó la construcción del Hotel Normandie de San Juan”. Benítez Rexach conoció a su primera esposa, la cantante francesa “Momme Moineau”, justo en el SS Normandie.
Minero señala la carta donde el ingeniero puertorriqueño, también constructor del puerto de Santo Domingo, le comenta a Rafael Leónidas Trujillo sobre el “Sea Cloud”, que ya en propiedad del dictador fue rebautizado con el nombre de una de sus hijas: “Angelita”.
En el famoso velero huyó su hijo Ramfis junto a otros miembros de la familia cargando a bordo el cadáver del “Chivo”, asesinado en Ciudad Trujillo, la actual Santo Domingo.
No faltan los afiches de la Porto Rico Line, en la que los otros conquistadores transportaban hacia Nueva York todo el azúcar de los ingenios locales. Antes de retomar temas del norte, Minero se detiene frente a la muestra de algunos de los 100 salvavidas que constituye la colección más grande que existe en el mundo.
Luego, no sólo está el modelo del USS San Juan, primer buque de la Armada de EE.UU. en llevar el nombre de la ciudad de San Juan de Puerto Rico, sino que también se exhiben su campana, bandera, rueda de timón y compás, todos originales. “El USS San Juan participó en varias campañas en el Pacífico, donde ganó 13 estrellas de batalla. Retornó a EE.UU. y fue retirado en 1946”.
Por más de hora y media, Minero consigue que olvide a SURI. Es el momento preciso donde lo digital y cibernético pasa al olvido. Estoy de frente a una diversidad de instrumentos de navegación, ya considerados como atigüedades. Me embeleso frente a una Carta Náutica de las Grandes Antillas. Una carta náutica no es otra cosa que un tipo de mapa, pero en ésta se representan a escala las aguas navegables y sus regiones terrestres adjuntas.
“Indica las profundidades del agua y las alturas del terreno, naturaleza del fondo, detalles de la costa incluyendo puertos, peligros a la navegación, localización de luces y otras ayudas a la navegación”.
Minero hace un paréntesis con los astrolabios, instrumentos antiguos que permitían determinar la posición de las estrellas sobre la bóveda celeste. “Los marineros musulmanes a menudo lo usaban para calcular el horario de oración y localizar la dirección de La Meca. Durante los siglos XVI al XVIII, fue utilizado como el principal instrumento de navegación, hasta la invención del sextante, en 1750”.
Pasamos a los octantes y el sextantes, instrumentos que “permiten medir ángulos entre dos objetos tales como dos puntos de una costa o un astro, generalmente en el sol, y el horizonte. Conociendo la elevación del sol y la hora del día se puede determinar la latitud a la que se encuentra el observador. Esta determinación se efectúa con bastante precisión mediante cálculos matemáticos sencillos a partir de las lecturas obtenidas con estos instrumentos que sustituyeron al astrolabio por ser estos más precisos”.
Disfruto de la colección de brújulas, utilizadas para determinar dirección o rumbo. Estas consisten de una aguja magnética que se alinea con los campos magnéticos de la Tierra, mientras que el barógrafo registra las variaciones en la presión atmosférica y con ello se predicen las condiciones del tiempo.
Aún falta observar dos reproducciones de los cinco astrolabios que navegaron a bordo del galeón español Nuestra Señora de Atocha. “El tema de los astrolabios es importante ya que a nivel planetario quedan cerca de 90. Han desaparecido, pues al ser de metal no vacilaron en fundirlos”.
Pasamos a la colección de mascarones, barcos en miniaturas y barcos en botella. “Esta forma de modelismo siempre atrae por la complejidad de su construcción. Aquí destacan los barcos en vidrio soplado y la precisión de los modelos del Juan Sebastián Elcano y el Endeavour”.
No quisiera irme pero me espera otro recorrido entre las posibles hazañas de los piratas cibernéticos. Me despido de Minero, y de los guías auxiliaries del Museo del Mar.
Bajo la San Francisco para enfrentar el tema burocrático. Allá abajo, el ambiente está caldeado. Lo de Hacienda y la SURI, que en mi impresión salió “carabelita”, me recordaron la expresión de la que Minero me habló un rato atrás: “al garete”.
El curador me comentó que ese decir procedía del mundo marítimo. Cuando el timón de una embarcación pierde el mando, entonces ésta queda “al garete”. Así hemos estado siempre, ahora más que nunca.
Regreso a la terminal de la AMA sin mis compromisos cumplidos, pero con ansias locas de tomar un segundo aire frente al mar.
El USS San Juan participó en varias campañas en el Pacífico donde ganó 13 estrellas de batalla. Retornó a EE.UU. y fue retirado en 1946” MANUEL MINERO Curador