El Nuevo Día

El Caribe, tan cerca y tan lejos

- Benjamín Morales Meléndez

Mientras Puerto Rico se duerme con sus rollos internos y su falta de definición política, nuestros vecinos en el Caribe siguen avanzando en el deseo regional de maximizar las oportunida­des económicas y convertir a toda la cuenca caribeña en un bloque político que se haga sentir con autoridad en el hemisferio.

La Asociación de Estados Caribeños (AEC) y la Comunidad Caribeña (Caricom) –ninguna de las cuales Puerto Rico es miembroson las dos organizaci­ones regionales que comandan esa iniciativa, respaldada no sólo por organizaci­ones como la Comunidad de Estados Latinoamer­icanos y Caribeños (Celac), sino por potencias europeas con intereses en la región, como Francia, Reino Unido y Holanda.

Prueba de ello fue el ciclo de reuniones realizado la semana pasada en La Habana, en el cual todas las naciones, incluso aquellas que son dependenci­as de países europeos, enviaron representa­ción para potenciar el Caribe como zona de actividad comercial y de proyectos de protección ambiental.

Uno de los temas principale­s de esa ronda de reuniones fue el transporte regional. Decían los delegados, “en broma y en serio”, que a veces es más fácil volar a Europa y regresar que viajar entre las islas del Caribe.

Dicho escenario es una realidad, no sólo por la vía aérea, sino por la marítima, y representa igualmente una gran oportunida­d, sobre todo, para Puerto Rico, que está ubicado en el mismo medio del Caribe y es la “puerta” entre las Antillas Menores y las Mayores.

Pero la realidad es que estamos fuera del juego caribeño, no sólo nosotros, sino Estados Unidos, nuestro regente, también ha sido relegado a un segundo plano en esta repartició­n de sillas.

¿Por qué ocurre tanto codeo hacia lo que Puerto Rico y Estados Unidos podrían representa­r para el Caribe?

La verdad es que la mayor parte de la responsabi­lidad recae en nosotros mismos.

Los puertorriq­ueños vemos al resto del Caribe como una suerte de patio trasero, al cual vamos cuando nos montamos en un crucero, a un hotel todo incluido o, en el caso de los más afortunado­s, cuando las lanchas privadas permiten hacer la travesía.

Esa visión estrecha nos conduce a no ser proactivos y quedarnos embelesado­s mirando hacia el Norte, esperando por que desde Washington dicten una política que deberíamos ser nosotros los responsabl­es de empujar, dirigir, delinear y sostener, porque vivimos aquí.

Pero nos falta la visión y, una vez más, naciones como República Dominicana y Cuba han comenzado a comernos los dulces en áreas tan críticas para la región como el turismo o el transporte marítimo regional.

Un ejemplo concreto está en la oficina comercial que se pretendía abrir en Cuba. Considerac­iones meramente políticas y sentimient­os estrictame­nte ideológico­s del nuevo secretario de Estado, Luis Rivera Marín, llevaron a detener un proceso que nos hubiese convertido en el enlace de las jurisdicci­ones de Estados Unidos con el gobierno cubano.

¿Por qué hacemos esas estupidece­s? ¿Qué nos pasa?

Podrán decir que no hay dinero para abrir la susodicha oficina. Eso se entiende. Pero creo que nuestro gobierno podría jugar una ficha importante y acordar con organismos como la Asociación de Industrial­es o la Cámara de Comercio para operar de manera conjunta esa oficina y lograr una verdadera alianza público-privada.

¿Por qué Cuba? Porque es aquí que se está batiendo el ajo de la región y es adonde están llegando grandes proyectos de inversión desde Asia, Europa y Sudamérica. El resto del Caribe lo sabe y ha estrechado los vínculos con las autoridade­s cubanas para no quedarse fuera del baile.

El caso de Cuba es, sin embargo, sólo un ejemplo dentro de la ceguera colectiva que nos arropa. El dinero para resolver la crisis que nos aqueja hay que salir a buscarlo, no nos caerá del cielo. Tenemos un primer mercado para explorar, presentar y concretar acuerdos, se llama el Caribe, esa región a la cual pertenecem­os y que está tan cerca y tan lejos.

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