Piel sospechosa
1 Hay libros tras cuya lectura renacemos. Son libros que desafían la sensibilidad, electrizan la inteligencia y orientan en el aprendizaje cuesta arriba de saber quién se es, en verdad. Una vez uno se sabe, se conoce o se intuye, una vez uno se atreve a ser quien es, las dificultades se sobrellevan aunque persistan.
Hay libros que originan autodescubrimientos, tanta luz derraman sobre el lector. Luz intelectual. Luz moral. Luz espiritual. Luz sentimental. Luz racial. Luz que esclarece el deseo carnal, si bien éste lanza clarores diferentes en cuanta ocasión se concreta. No hay duda: amar no se aprende leyendo, amar se aprende amando.
Hay versos que arraigan en la memoria y acompañan dondequiera. “Deja que te sostenga con los dedos del sueño”, encarece Áurea María Sotomayor, vibrante poeta puertorriqueña de nuestros días. Dicho verso va conmigo, como va uno del poeta español de ahora mismo Luis García Montero: “Tú me llamas amor, Yo cojo un taxi”. ¡Servidumbre amorosa, tú sí eres pronta y ágil!
Ni que citar habría las oraciones primeras que amarran hasta el desenlace de la novela. La primera de “Ana Karenina”. La primera de “Rayuela”. La primera de “La víspera del hombre”. La primera de “Cien años de soledad”. La primera de la novela más novela de todas las novelas.
2 Sobresale entre los libros que orientan el aprendizaje de saber quién soy “La próxima vez el fuego”. Tengo por decisiva la lectura del libro capital de James Baldwin. Acaso contribuyeron a ello el momento y el lugar que la encuadraron.
Cuando entonces estudiaba en la New York University y vivía a tres cuadras de la Universidad de Columbia: edificio número 600 West de la calle 113 y Broadway. Vivía a tiro de pichón de Harlem, “norma y paraíso de los negros” según Federico García Lorca. Innumerables tardes experimenté aquella norma y aquel paraíso.
Cuando entonces acorralaba a la sociedad norteamericana la protesta de la piel sospechosa. Rosa Parks. James Meredith. Las Panteras Negras. Martin Luther King. Malcolm X. La reflexividad iluminada de James Baldwin.
3 “La próxima vez el fuego” me situó en la marginalidad racial para siempre. Aparte de que me redefinió como hombre mulato. Un hombre algo bembón y con nariz de rancho, como el prejuicio racial resume la boca y la nariz llegadas de África.
No, no fue en los remotos años sesenta cuando el prejuicio racial se me evidenció como inmoralidad. Una inmoralidad que auspicia la convicción pervertida en la supremacía de la raza blanca. El prejuicio racial me lo evidenciaron pesares sufridos durante la adolescencia. Unos pesares ínfimos en comparación con los desgarros graves que padecieron familiares míos.
Sí, fue cuando leí “La próxima vez el fuego” que decidí minar el prejuicio racial. Cuya ruindad adelanta una idea jamás a tolerarse: en la piel negra encarna la sospecha. Sospecha de mediocridad. Sospecha del crimen aún sin cometerse. Sospecha de ilegalidad congénita.
La consecuencia empeora la sospecha. Formidable gente de piel negra, talentosa por los cuatro costados, de sosiego capaz de inspirar, en fin gente para nada banal, autoriza que la victimice tal sospecha.
4 Todavía me enfervoriza el halo sobrenatural que resguarda el título del libro de Baldwin: la próxima vez que Dios pierda los estribos liquidará el mundo con la cooperación del fuego. Todavía me sobrecoge la intensidad tonal de las cartas compositoras del libro: “Carta a mi sobrino en el centenario de la emancipación” y “Carta desde una región de mi memoria”.
Un pulcro tejido escritural las distingue. La carta primera aspira llegar al corazón del sobrino de quince años, prevenirlo de lo que significa ser negro en los Estados Unidos de Norteamérica. La segunda merodea por los demonios del autor, por su negativa a permitir que otros le expliquen quién es y determinen hasta dónde llegar.
Una pregunta despiertan ambas cartas, una pregunta que convoca la decencia: ¿a cuenta de qué justificar piel humana alguna?
5 Hay libros que libertan. “Año Baldwin” rebautizan el año en curso docenas de activistas culturales. El cineasta haitiano Raoul Peck estrena el documental sobre Baldwin, “I Am Not Your Negro”. Prolifera el inventario de sus observaciones al prejuicio racial. Se lo cita con esmero y provecho.
A la celebración riposta el nuevo “post”, el post-racismo: la presidencia de Obama imposibilita hablar del prejuicio racial como inherente a la sociedad norteamericana. Bueno, convengamos en que Obama agrietó el prejuicio. Pero, fue Donald el Impeorable, Capitán del “Trumpanic”, quien lo relevó en la presidencia.
Fin de fiesta: un tú a tú con la piel blanca, nada menos que eso debe satisfacer a la piel negra. En cuanto a la piel sospechosa mejor recordar que no hay tragedia sin comedia.