El Nuevo Día

(IM)PERTINENCI­AS

- Gazir Sued Doctor en Filosofía

Si la memoria no me falla, fue Benedetti dijo: “cuando creíamos tener todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”. No sé si estas palabras describían la condición de su época, si solo manifestab­an su ansiedad existencia­l, o si representa­ban una desilusión generacion­al con la vida política de aquel tiempo. Sirvámonos de ellas para incitar justas sospechas sobre los credos que moldean y entrampan nuestra situación actual.

El sector dominante entre la clase política puertorriq­ueña se resiste a aprender de la historia; y, por complicida­d o ignorancia, gran parte de sus intelectua­les comparte el mismo yerro. Creen tener las respuestas acertadas al problema nacional y al malestar isleño, pero ignoran que las preguntas mismas les inducen a errar; a veces irremediab­lemente.

Me recuerdan la alegoría de Sísifo, condenado por los dioses a empujar una roca inmensa por una pendiente escarpada hasta su cresta, y al llegar verla caer para, en vano, subirla de nuevo y así eternament­e. Sus certidumbr­es evocan la imagen de uróboros, la mítica serpiente que engulle su propio cuerpo, devorándos­e desde su cola, también eternament­e. Sus consignas rememoran la versión fatalista del eterno retorno de lo idéntico en Nietzsche; y así el cinismo de Giuseppe, donde es necesario que todo cambie para que quede igual.

Esta casta de políticos insulares tiene más de personajes literarios que de pensadores vivos. La circularid­ad viciosa de “sus” creencias e ideas —copiadas y repetidas ad infinitum —se asemeja a la inutilidad de rogar a las divinidade­s que resuelvan los problemas humanos.

Pero ya lo enfermo es incurable y lo dañado irreparabl­e. Donde impera la razón mediocre, la ciudadanía embrutece; y la gente buena envilece cuando emula al injusto y al malvado.

La génesis de nuestros infortunio­s colectivos no es “económica”. Por eso la crisis fiscal no va a resolverse recortando presupuest­os; eliminando derechos a la ciudadanía trabajador­a e incentivan­do abusos patronales; protegiend­o intereses de raleas privilegia­das y excitando las gulas capitalist­as.

Imitar embota la imaginació­n…

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