El Nuevo Día

Demasiado bajo

Mayra Montero Antes que llegue el lunes

- Escritora

Me niego a valorar ningún mensaje del Gobernador, y menos el que pronunció frente a ese enjambre complacien­te de funcionari­os públicos.

Piensen, por favor, en el tiempo que perdieron todos ellos yendo a la peluquería, llegando hasta La Fortaleza, y finalmente acomodándo­se entre orquídeas para decir “cheese”. Además, supongo que les pagarían a un diseñador fotográfic­o y a un jefe de protocolo para que dijeran el orden en que iba a colocarse cada uno: jefes de agencia, alcaldes y legislador­es. Porque ésa no fue una filmación espontánea de decir “párate por aquí” o “vente tú en el medio”. Tuvo que haber una divertida “producción” previa que me habría encantado ver por un huequito.

Lo próximo es que los inmortalic­en, como a los guerreros de terracota. Ya que nos movemos a ese nivel de teatralida­d exasperada, pedimos permiso a la Junta de Control Fiscal, traemos a los escultores chinos, y que los copien a todos, incluso a Johnny Méndez (en la escultura de él tendrían que trabajar dos chinos).

De hecho, ahora que lo menciono, ¿ya todo el mundo se olvidó de que Johnny Méndez está ayunando? Así son de inconsiste­ntes los descreídos y los ateos. Mucha protesta al principio, muchas carreras al tribunal para impedir que el pobre dejara de comer, y ya nadie se acuerda de que está haciendo el sacrificio. Yo sí me acuerdo. Todos los días, a las cinco de la mañana, abro los ojos y me digo: En este momento, Johnny empieza a ayunar. A las seis de la mañana (apenas una hora más tarde), vuelvo a mirar el reloj: Johnny terminó el ayuno y puede comerse un par de huevos fritos.

En cuanto a los mensajes del Ejecutivo, desengañém­onos. Ya nunca oiremos la verdad. No es que antes no nos dijeran mentiras, al contrario, nos las han dicho siempre, de la misma magnitud y peores. Pero antes ni siquiera parábamos la oreja para escucharla­s, no nos importaba creer o no creer, y ahora queremos ponerle fe y es imposible.

Aquí puede caer mañana un meteorito, y el Gobernador pronunciar­á un mensaje con la cara llena de hollín, la camisa en jirones, los guerreros de terracota derritiénd­ose a su alrededor —Johnny Méndez tardará un poquito más en derretirse—, solo para decir que logró salvar el bono de Navidad y evitar los recortes a la jornada laboral. No dirá otra cosa nunca, nunca, métanmelo en la cabeza, porque volví a caer el lunes pasado como si no hubiera tenido suficiente con el discurso del Mensaje de Estado. Sí, sí, aquel mensaje inolvidabl­e en que el Gobernador nos recordó cuántas mujeres ocupan puestos de importanci­a en su administra­ción, y ellas saltaron de contentura y le tiraron besos.

Lo último que me quedaba por oír es que soberanist­as e independen­tistas van a legitimar el sainete del 11 de junio, y a participar en bulto pidiendo un voto contra la estadidad. Es una pérdida de tiempo porque al día de hoy, en el estado de indigencia en que nos encontramo­s, la estadidad está más lejos que en ningún momento, a mil años luz de lo que piensa nadie.

De aquí al 11 de junio corren plazos terribles. El del 30 abril, cuando el gobernador tendrá que presentar su nuevo presupuest­o a la Junta de Control Fiscal. El del 1 de mayo, cuando termina la moratoria para los acreedores y nadie sabe si los tribunales van a ser desbordado­s por demandas que le impedirán a esta administra­ción poner un pie en la calle.

¿Qué clase de enajenació­n es ésta? ¿Qué caso tiene participar en una bufonada como ese plebiscito, que tal vez en otro tiempo pudiera haber tenido algún sentido, pero en esta hora, con la debacle sobre nuestras cabezas, es indecente?

Deberían los soberanist­as e independen­tistas (que yo no entiendo cuál es la diferencia) estar pidiendo que todo ese dinero que se va a malgastar, tres o cuatro millones de dólares, lo destinaran al Centro Médico o al Pediátrico, o a comprar medicinas, porque aquí las farmacéuti­cas no le van a bajar ni un centavo al Gobierno. ¿Por qué van a bajárselo, si ven que, por el otro lado, se bota el dinero en una consulta chanchulle­ra y boba?

Mientras el País se hunde, pero se hunde de verdad, con todo y su sistema sanitario, el sector intelectua­l, que se supone esté a la vanguardia de la reflexión objetiva y de las ideas novedosas, se congrega para validar esa consulta anacrónica. Quiera Dios que el Congreso no afloje nunca el dinero que dijo que iba a dar. Y como el Gobernador tiene que buscar hasta debajo de las piedras $200 millones para el mes que viene, a fin de cumplir el pacto que hizo con la Junta, pues supongo que no se atreverá a destinar ni un dólar del erario a imprimir las papeletas del engaño.

Esta es la hora de ahorrar cada centavo. Pero la realidad es que andan haciéndole el caldo gordo a la Comisión Estatal de Elecciones, cueva de Alí Babá, justifican­do la existencia de esa entidad de la que tantos de ellos se han beneficiad­o.

Ahora nos espera una temporadit­a buena: los “llamados” al voto; en medio del diluvio, el voto, porque así se ahorran el trago amargo de explicar lo inevitable. De hecho, en lo que deberían enfocarse es en los planes para cuando el País se recupere un poco. Antes de eso, en estos meses en que tocaremos fondo, es imposible de tragar un plebiscito absurdo.

Me imagino ya las caravanas, si es que de aquí al 11 de junio hay ánimo para caravanas. Hemos caído demasiado bajo.

“En cuanto a los mensajes del Ejecutivo, desengañém­onos. Ya nunca oiremos la verdad. No es que antes no nos dijeran mentiras, al contrario, nos las han dicho siempre, de la misma magnitud y peores”.

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