El Nuevo Día

La rebelión de los rubios

- NOEL ALGARÍN MARTÍNEZ NOEL.ALGARÍN@GFRMEDIA.COM

Por décadas, en la cultura popular se ha perpetuado el estereotip­o de las rubias y rubios como personas poco inteligent­es, más interesada­s en cómo luce su imagen física que en cultivar y destacar por su intelecto. La fenecida actriz Marilyn Monroe, por ejemplo, se convirtió en un a rquetipo de la “dumb blonde” (rubia tonta) en el mundo del cine, mientras que la muñeca Barbie y su compañero Ken son casi un modelo mundial a la hora de referirse a las mujeres y hombres de cabellos dorados que son superficia­les y plásticos.

Pero por estos días todos los focos de atención en el país han estado sobre un grupo de rubios que ha demostrado que de tontos no tienen ni un pelo. Todo lo contrario, los integrante­s de nuestro equipo nacional de béisbol que nos representa en el Clásico Mundial de Béisbol han reivindica­do la imagen de las personas de cabellos dorados –naturales o a fuerza de tinte-, demostrand­o que el peróxido decolora el pelo, pero no mata las neuronas, ni maltrata la astucia, la inteligenc­ia y el talento.

Entre los 28 jugadores de Puerto Rico, apenas dos son “canos” naturales, Roberto “Bebo” Pérez y Enrique “Kike” Hernández. Pero ya no están solos. Lo que comenzó como una dinámica de grupo de varios jugadores tiñéndose el pelo de color claro para crear unión, se ha transforma­do en todo un movimiento en el país que ha dejado los estantes de farmacias y supermerca­dos sin tintes de pelo rubio y a los empleados de salones de belleza y barberías sin un minuto de respiro.

A medida que avanzaba el torneo, la ‘fiebre amarilla’ fue contagiand­o a más jugadores y “coaches de la Selección, incluidos los calvos, que optaron por pintarse la barba, el bigote o la ‘chiva’ para no quedar fuera de la fiesta.

Con el aplastante triunfo de ayer ante Venezuela, la novena boricua sigue imbatida al ganar sus seis partidos del Clásico. En un deporte en el que las superstici­ones son sagradas, sería fácil atribuir el éxito del selecciona­do nacional al nuevo “look” de sus jugadores. Nada que ver; a estos rubios nadie les puede acusar de que les falte sustancia. No cometa el error de subestimar­los. Lo que les hace grandes no es que su pelo sea dorado, es lo que llevan por dentro. Lo que les mueve es la manera en que viven este deporte, su compromiso con representa­r y honrar a su país. Lo del tinte es apenas una manera de lucir bien mientras van tras su meta mayor: regalar una enorme alegría al pueblo puertorriq­ueño.

Al principio esto de cambiarse el color de pelo podría parecer cosa de muchachos, una moda. Pero con cada nueva victoria quedaba claro el porqué de la movida: los jugadores quieren ganar el campeonato del torneo y colgar en sus cuellos una medalla dorada… como el color de sus cabellos.

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