¿A dónde va Mi Salud?
Durante siete años consecutivos los republicanos votaron simbólicamente sesenta veces para “repeal and replace” Obamacare. Ganaron tanto favor político con ese estribillo que conquistaron la Cámara en 2012, el Senado en 2014 y la presidencia en 2016. Pero cuando lograron control total y tuvieron su primer turno al bate el 24 de marzo de 2017, se poncharon sin tirarle a la bola. No consiguieron ni el apoyo mínimo de su propia delegación cameral para aprobar su plan de salud, sencillamente, porque no pusieron al paciente como primera prioridad. Antepusieron su visión ideológica, dividiendo en facciones la mayoría republicana en la Cámara. Ni el gran maestro de la negociación logró unificarlos.
La visión republicana convencional no considera la salud como un derecho. Tampoco creen que los pudientes tengan que subsidiar a los que no pueden financiar un seguro. Favorecen que cada individuo se responsabilice por resolver su situación, pero manteniendo intocables a los grandes intereses económicos. Consideran el seguro como un producto comercial que puede obtener el que quiera, sin que lo obliguen, siempre que tenga variedad de opciones y beneficios disponibles para escoger en el libre mercado, al mejor precio y sin regulaciones que se interpongan. Creen en la menor intervención gubernamental, algo que muchos consideramos esencial para ayudar a los más vulnerables.
Fue la postura ideológica de unos cuarenta representantes republicanos de extrema derecha (Freedom Caucus) la que dominó las negociaciones con Trump. Pero cada vez que esa derecha lograba algún avance en la negociación, disminuía el apoyo de los republicanos más liberales que no querían poner en peligro el que sus millones de constituyentes pobres fuesen a perder el seguro que ya habían obtenido bajo Obamacare. El plan propuesto nunca fue lo suficiente conservador para los conservadores (que lo bautizaron como “Obamacare lite”), ni lo suficientemente liberal para los de centro-izquierda.
El plan republicano hubiese provocado la pérdida del seguro de salud para 24 millones de personas, recortes masivos en Medicaid y en subsidios a los pobres, y aumentos en primas y deducibles. La baja aceptación pública del plan (17%) ha sido contundente testimonio de que la visión derechista republicana es incompatible con la creación de un exitoso sistema de salud, y más aún, de uno universal. Por eso es que ningún otro país capitalista del mundo ha podido establecer un sistema universal de salud fundamentado en esa restrictiva filosofía antigubernamental, pro-individuo y pro-mercado.
El contencioso proceso legislativo ha dejado resentidos a muchos. Nuevas negociaciones no han sido fructíferas. Luce altamente improbable que los republicanos puedan superar sus profundos desacuerdos ideológicos.
La principal enseñanza del fiasco de Trumpcare es que un sistema universal gubernamental como el que tienen los países más saludables del mundo sigue ganando adeptos cada día como la única alternativa económicamente sostenible para alcanzar la universalidad y mejorar la salud poblacional de Estados Unidos y Puerto Rico, aunque incluya una participación del sector privado que sea complementaria y controlada. Pero asegurándonos de que el mismo esté centrado en el bienestar del paciente, en promover y mantener su salud, y en prevenir enfermedades. Que opere distanciado del lucro y nos facilite regresar a las primeras posiciones en buena salud, que tanto Estados Unidos como Puerto Rico, una vez ocupamos. Esa alternativa tradicionalmente ignorada, se convertirá en una imparable realidad en Puerto Rico cuando nos convenzamos de que no será posible realizar todos los ahorros a Mi Salud que el Gobierno ha acordado con la Junta Fiscal, sin que ello desestabilice servicios esenciales que provoquen consecuencias nocivas para la salud de nuestros pobres.
“La visión republicana convencional no considera la salud como un derecho. Tampoco creen que los pudientes tengan que subsidiar a los que no pueden financiar un seguro”.