El peor momento para la estadidad
En el juego de tira y afloja, jalón tras jalón, el Partido Nuevo Progresista (PNP) se ha quedado con la parte flácida de la cuerda en sus manos. Fue en el 1996 mediante la radicación, por parte del representante Don Young, del proyecto para la celebración de un plebiscito apadrinado por el Congreso, cuando más cerca estuvo la palma en quedarse con la parte firme de la cuerda, de pie. Tan cerca como cerca queda el ojo derecho del izquierdo.
El proyecto había sido instigado por la administración Pedro Rosselló, envalentonado por el 46.3% que arrojó la estadidad en el plebiscito de 1993. Mas la dicha quedó tronchada en un santiamén. La Cámara aprobó el proyecto por el exiguo margen de un solo voto. Y, con esa discapacidad, al pasar al Senado, fue fulminado por la inacción. Si no lo lograron en momento álgido, y cuando las circunstancias de entonces ni remotamente se asemejaban a las actuales, ¿bajo qué premisa sostienen que ahora la estadidad sí se logrará? Lejos de disminuir, los escollos crecen.
Primero, una hecatombe económica que el gobierno estadounidense ha expresado hay que resolver antes de cualquier consideración de admisión. Segunda, una administración republicana y sociedad civil americana que no oculta sus sentimientos anti-latinos. Tercero, unas alianzas entre las fuerzas independentistas y soberanas del país cuya resistencia organizada a la estadidad no tiene precedentes. Cuarto, unas protestas masivas en contra de las medidas atropelladoras de austeridad del Gobierno y la Junta de Supervisión Fiscal que retrata ante los norteños el espíritu combativo del pueblo boricua. Y quinto, una euforia nacional, producto de los recientes triunfos deportivos, que han avivado la fibra de la puertorriqueñidad.
Ante esta realidad, a los azules solo le queda, lo antes posible, intentar detener la erosión. He ahí la desesperada carrera por la celebración de una consulta que saben será intrascendente. Este es el peor momento para la estadidad. ¡El tiempo, al PNP, los atrapó!