El Nuevo Día

Jacqueline Ortiz y su historia de reaprender a vivir

A los 17 años, cuando estaba a punto de empezar a estudiar en el RUM, Jacqueline Ortiz fue víctima de un balazo en la cabeza. Esta es la increíble historia de su recuperaci­ón

- Benjamín Torres Gotay benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter: @TorresGota­y

Cuando abrió los ojos, le asaltó, primero, la luz nívea que inundaba el cuarto y, segundo, la certeza de que estaba en un hospital. “¿Qué me pasó?”, se preguntaba Jackie, cuyo recuerdo justo anterior a aquel extraño despertar era la “Noche de Reguetón” en las Fiestas Patronales de Santa Isabel, su pueblo natal, donde compartía con amistades en la madrugada LA GRAN del martes, 29 de julio de 2003.

Enfermeras entraban, sin percatarse de que ella había despertado. Cuando una se acercó, Jackie le preguntó: “¿Qué me pasó?”. La enfermera contestó sin emoción, sin mirarla, sin interrumpi­r su trajinar, como quien da noticias así todos los días: “A ti te dieron un balazo en la cabeza”.

“Me quedé en shock. Me dije: esto es embuste. No tengo nada. Pero después me percaté, hello, estoy en un hospital, tengo estas cosas conectadas, so, algo me pasa”, cuenta Jackie.

Jacqueline Ortiz tenía entonces 17 años. Era una joven brillante y emprendedo­ra. Se había formado en una familia muy pobre, pero que valoraba la educación. Estaba a días de empezar a estudiar química en el Recinto Universita­rio de Mayagüez (RUM), con una beca que le habían ganado sus proezas en los 100 y 200 metros. Recién había regresado a Santa Isabel de Nueva York, donde había pasado junto a una hermana su último verano de adolescent­e. Había Fiestas Patronales y quiso ir. Era “noche de reguetón”, pero eso no fue lo que la motivó, pues ella era de rock y “rhythm ‘n’ blues”. Lo que quería era compartir con amistades que, ahora que se iba a estudiar, no podría ver tan a menudo como quisiera. “Me tiré la tela como nunca me la había tirado”, recuerda. Entonces, el vacío… Jackie no recuerda lo que pasó. Ni siquiera escuchó disparos. Para ella, un momento estaba con sus amistades en una acera y al siguiente, despertaba en el Centro Médico con la noticia del balazo en la cabeza. “Si yo hubiese escuchado el sonido de que estaban disparando, yo me hubiese movido. Parece que la primera bala que salió de la pistola fue la que me cogió. La primera…”, recuerda. El informe policíaco de entonces dice que a la 1:43 de esa madrugada, se desató una balacera que cobró la vida de Emilio Vargas Cintrón, de 32 años, y dejó heridos a Jackie y a Felipe Correa Laporte, también de 17 años. Un joven fue acusado del crimen, pero antes del juicio cayó en una redada federal por narcotráfi­co. Nunca fue enjuiciado por la balacera en las Fiestas Patronales.

CINCO POR CIENTO DE VIDA. Jackie quedó en coma. Tenía la bala en la masa encefálica. En el hospital San Cristóbal de Ponce, le dijeron a su madre que tenía solo 5% de actividad cerebral. En el Centro Médico, horas después, le dijeron que posiblemen­te sobrevivía, pero que iba a quedar vegetal. Después, dijeron que no volvería a caminar.

Entonces, la última noticia, la que quizás más le dolió: la bala le había volado la parte del cerebro de las destrezas de ciencias y matemática­s. Debía olvidarse de estudiar química.

Eso le decían, pero ella no lo creía. Se miraba las piernas, las mismas piernas que le convirtier­on en sensación en las pistas y se decía: “De alguna manera esto se tiene que mover”.

Unas cuantas semanas después, su vida estaba fuera de peligro. Fue trasladada a un centro de rehabilita­ción.

Le tocaba aprender a vivir de nuevo. Usaba pañales. No caminaba. No hablaba. Su cerebro tenía la capacidad de una niña de segundo grado. Era una infante reaprendie­ndo a vivir.

Le esperaba en el camino la pregunta que atormenta a todo el que pasa por un trance tan trágico: ¿por qué a mí? Pero eso vendría después.

“En el hospital a ese tipo de preguntas no le hacía mucho caso, porque tenía otras cosas más en qué pensar: ¿cómo caramba yo me voy a parar de esta cama? Hubo muchas preguntas, muchas preguntas antes del ‘¿por qué a mí?’”, cuenta Jackie.

Con la voluntad con la que devoraba pistas, se sumergió en el proceso de rehabilita­ción, que tenía en principio el modesto fin de ayudarla a valerse por sí misma. Pero ella quería más. Sabía que podía lograr más.

Las señales de que su voluntad sería recompensa­da no tardaron en llegar. Un día, fueron a visitarla compañeros atletas. “Estábamos hablando de competenci­as y todas esas cosas alegres que uno vive”, recuerda Jackie.

Entre los visitantes, estaba Nelson Torres, alias Camboya, que tenía por costumbre molestarla. A Camboya no le pareció que el accidente de Jackie debía detener su costumbre de hostigarla con bromas amistosas.

LO INCREÍBLE. Pasó lo increíble. Jackie lo cuenta así: “Él estaba sentado al lado muerto mío. No podía darle un cocotazo. Yo cogí y estiré la pierna para darle una ‘patá’. No pensé que podía mover la pierna, no podía mover nada. Yo moví la pierna y le di una ‘patá’. Todo el mundo se dio cuenta de que podía mover la pierna”.

En el cuarto hubo gritos y celebració­n. Por primera vez desde el atentado, Jackie había movido una pierna. “Eso fue algo increíble”, recuerda.

“Tenía otras cosas más en qué pensar: ¿cómo caramba yo me voy a parar de esta cama? Hubo muchas preguntas, muchas preguntas antes del ‘¿por qué a mí?’”

“Parece que la primera bala que salió de la pistola fue la que me cogió. La primera…” JACQUELINE ORTIZ Sobrevivie­nte de balazo en la cabeza

Poco después, y desobedeci­endo indicacion­es médicas, Jackie estaba parándose. “Un día yo dije: ‘Voy a bañarme sola’. Y me fui en andador, casi arrastránd­ome. Con mucha supervisió­n, pero lo logré”, cuenta. “De ahí pa’ allá, yo dije: ‘Yo puedo’”, recuerda.

Menos de un año después de la tragedia, regresó a casa. “Llegué a mi casa caminando, sin bastón y sin nada”, recuerda.

Le faltaba todavía la parte más importante: quería recuperar sus destrezas en matemática­s. Le habían dicho que su cerebro era de una niña de segundo grado. Eso no la amilanó.

“Le dijeron a mi mamá que no se podía hacer nada conmigo, porque tenía un 5% de vida. Después dijeron que yo iba a quedar vegetal. Después dijeron que no iba a volver a caminar. Entonces, que me digan: ‘Tú no puedes estudiar ciencias y matemática­s…’”, cuenta.

Empezó desde el principio. Su mamá le compró libros de escuela elemental. Había olvidado las fórmulas y procesos. Lo único que sabía era sumar y restar, y con dificultad.

Trabajó a diario, con la ayuda de María Colón, una maestra que le daba tutorías gratuitas. Ladrillo a ladrillo, erigió la pared de saber que la fuerza bruta del mal había derrumbado.

“Volví a la neuróloga, me examinó y dijo: ‘Tu capacidad ya está en primer año de la universida­d’”, recuerda. “Ella quedó en shock. Me dijo: ‘Si tú llegas a tener el cerebro intacto serías una persona brillante’. Yo le dije: ‘Brillante soy ahora’”, recuerda Jackie.

En agosto de 2004, Jackie era prepa en el mítico “Colegio de Mayagüez”.

Allí, vivió los momentos más duros de su recuperaci­ón. Necesitó acomodo razonable, porque para procesar informació­n su cerebro necesita más tiempo que el de alguien que no ha recibido un balazo en la cabeza.

Aun así, las clases y su fajo pesado de informació­n, más moverse con sus aditamento­s especiales por el enorme campus, eran un desafío descomunal. “Muchas veces yo dije: ‘Me quiero quitar, yo no puedo más’. Pero después pensaba: ‘Jackie, tú lograste lo imposible, tú lograste pararte, caminar, esforzar tu cerebro, sigue luchando’. Eso me daba aliento y seguía”, relata. Apareció un obstáculo inesperado. Jackie supo que, debido al estado de su cerebro, para almacenar nueva informació­n tenía que suprimir parte de la ya aprendida. Para cada examen final tenía que afrontar el material de todo el semestre como si lo estuviera descubrien­do.

Jackie se graduó el 26 de junio de 2011. La ceremonia fue una metáfora de los seis años y un verano que le tomó completar su grado.

“El desfile fue bien largo y mis pies estaban bien cansados. Y cuando llegué dije: ‘Ya terminé’. Hubo momentos en que yo dije: ‘No puedo más na’, yo me voy a quitar. Esto está bien difícil. Me tiré la soga al cuello’. Se me hizo bien cuesta arriba. Pero cuando me gradué yo dije: ‘Ya, lo logré’. Lloré, sufrí, pero lo logré”, recuerda.

Jackie no ha logrado nunca que alguien la emplee. Se fue a Florida, donde tampoco tuvo suerte e hizo una maestría en sicología.

Ella cree que es por los efectos del balazo, que le dejaron una mano inmóvil y dificultad al caminar. “Tengo los estudios, el conocimien­to. Yo no niego mi condición. No lo puedo negar, porque es visible. No llaman”, relata.

Ahí fue que empezó a atormentar­le el ‘¿por qué a mí?’. “Yo era una persona que hacía lo que fuera por ayudar. Yo siempre estaba activa. Entonces, cuando iba a hacer algo me decía: ‘¿Cómo yo lo voy a hacer si tengo una sola mano?’ Ahí vienen los pensamient­os de por qué a mí”, relata.

Jackie regresó de Florida a su casa en el barrio Villa del Mar de Santa Isabel, una de las comunidade­s más pobres de Puerto Rico. Empezaron a caer por su casa niños del barrio para que les ayudara con asignacion­es. Se convirtió en tutora informal, sin paga.

“Me hacía sentir bien, porque ellos mejoraban. Me encantaba cuando venían y decían: ‘Jackie, pasé el examen, Jackie, logré hacer el proyecto’. Eso es lo mejor que uno puede sentir”, dice.

En Villa del Mar, hace años el Instituto Socioeconó­mico Comunitari­o (INSEC) había establecid­o una biblioteca comunitari­a. Pero estaba cerrada porque no había quien la atendiera.

Jackie pidió la llave y desde entonces está allí de lunes a viernes, desde las 2:00 p.m. “hasta que se acaben los nenes”, ayudando con asignacion­es y proyectos, voluntaria, porque no hay fondos para pagarle un salario.

En una tarde reciente, varias personas comentaban en la biblioteca la polémica de los contratos a políticos de dudosa reputación. Alguien le preguntó a Alberto Rodríguez, directivo de INSEC, qué haría en la biblioteca con el dinero de uno solo de esos contratos. La respuesta fue instantáne­a: “Le pondría un salario a Jackie”.

Jackie cuenta con enorme satisfacci­ón sus logros que ha tenido como tutora. “Uno mira esos nenes que te ven como héroe, que te dicen: ‘Jackie, tú lo lograste, yo lo puedo hacer’. Eso me llena de mucha alegría. Uno sola pensando acá dice que uno no compone nada. Pero mucha gente vino a mí y gracias a eso, sigo de pie”, dice.

 ??  ?? Jacqueline Ortiz fue becada en el RUM por sus dotes como atleta antes del balazo, y ahora trabaja como voluntaria en una biblioteca comunitari­a de su barrio en Santa Isabel.
Jacqueline Ortiz fue becada en el RUM por sus dotes como atleta antes del balazo, y ahora trabaja como voluntaria en una biblioteca comunitari­a de su barrio en Santa Isabel.
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico